CARGANDO

Buscar

El amor no existe

Compartir

Por Lorena Soler

Estaba escribiendo sociología, que ya no me importa. Y mientras escribía algo tan poco trascendente insiste sobre mí una idea que tomo y descarto: el amor. En un tiempo imaginé un libro. Pero ya hay muchos, demasiados. Y también demasiados catálogos que insisten en pensar el amor. Cuál es la razón de montar exposiciones de arte, producir series exitosas en Netflix,  saturar auditorios “científicos” que develan verdades, sesionar en constelaciones familiares, escuchar recomendaciones cotidianas en redes sociales, soportar trolls, streaming y amarrarse a las aplicaciones de citas? ¿Cuál es la razón de levantar todo lo que la crisis del estado bienestar y psicoanálisis dejaron a la ladera del camino?

¿Todo eso hay que aprender para amar? Todos esos libros y todos esos evangelistas cotidianos del amor? Mis amigas me abarrotan de reels sobre el amor. Protocolos a seguir en las citas, indicaciones de alertas sobre la imagen, la mentira, la estatura, la edad y las ex´s. Los casados,  divorciados y solteros según autopercepción. Tipos que te pueden cancelar, ghostear y no sé qué cuantas etiquetas más de un lenguaje que me resulta extraño, inconmensurable e incomprensible. Los grupos de Whatsapp explotan al menos una vez al día para comentar sobre un amor, presente, pasado o futuro. Todos están rotos, pero todos insisten, insistimos.

¿Qué tal en tinder de ayer? Me escribe una amiga el domingo a las 8 de la mañana. Perdón, pero no me acuerdo el nombre, dice casi avergonzada intentando reponer la cantidad de veces que sostuve sus relaciones de vértice. No lo recuerdo, no importa. Pasó, pasarán. Está destinado a ser eliminado, a las 4 de la mañana le pedí un Uber. Al menos tuve un gesto. Invité la movilidad.   

Mi psicoanalista ríe: acabo de argumentar que las hormonas en baja no me permiten enamorarme. Se ríe porque todavía cree en Lacan. Pero a mí la neurociencia me trajo hasta acá. “Hay que creer más en la contingencia de los encuentros” interviene desde su sillón cruzada de piernas bajo el cuadro de Freud. Pero en esta ciudad con lo único que me he cruzado son con cartoneros, repartidores de Rappi y personas mirando una pantalla. ¿Dónde estaría la contingencia? ¡Auxilio! Mejor vuelo a Tinder. Debería abandonar terapia.   

Todavía no abriste una cuenta de Instagram para el levante? me dice un amigo gay que todo lo hace desde ahí y exhibe su éxito con refinada modestia. Llega a mi casa con un vino y despliega sus éxitos amorosos. Lo miro impactada, pienso si tengo que armar una nueva cuenta de Instagram para enamorarme. Y luego, hay que mantener la cuenta actualizada? ¿Qué fotos pongo? ¿Se podrá pagar para que alguien lo haga?. Uffff me aburrí,  será que no tengo el deseo de los gays?.

El psicoanalista Rolón me arruina cada mañana con su voz impostada, un poco pajera “lo importante no son las compatibilidades sino soportar las incompatibilidades”. En serio? ¿Justo ahora que había logrado compatibilizar? ¿Estaré haciendo algo mal? Y si le escribo a Rolón, ¿me contestará?  Si tengo más compatibilidades que incompatibilidades, ¿debería dejarlo? Todo se pone en duda. ¿A quién le creo?  No puedo, necesitaría no recibir mensajes de coaching por un año.

La época insiste en traernos el GPT vincular, porque eso ya no es posible. Del malestar de la cultura al malestar del amor. Cuántos correctores podemos recibir por día? Cuántas rutas son posibles? Cuál es el último recetario que no ingerí?. Se insiste sobre lo que no puede ocurrir o se desvanece.

No insista, dice un amigo investigador reconocido de la “cosa”. En esta ciudad no hay más hombres heterosexuales. Entonces, ¿me tengo que mudar de ciudad o de elección sexual? Tal vez el primer error comenzó en que me gustaran los tipos. Me convertí en una desviada. Vuelvo a la psicóloga y resuelvo esto. No, mejor la dejo. También se va a reír. Es como pasar de la toallita siempre libre a la copita menstrual. Ya es tarde.

Artículo previo
Próximo artículo