Repetir “yo soy el presidente” hasta el cansancio en diversos medios de comunicación puede sonar a debilidad o también pueda indicar la construcción de un liderazgo débil en un mundo argentino que busca quien se afirme. En este momento, y por el rechazo de parte de su gobierno, Alberto es un actor alejado de una literatura del jefe y a kilómetros de distancia del fetiche presidencial argentino. A la gente le jode verlo débil al actual presidente, le exigen que se afirme en serio, “que use la lapicera y despida gente”, que se “vaya sino puede tomar decisiones taxativas”. Demasiado peso sobre sus espaldas cuando lo llaman a cubrir ese fetiche la fortaleza. Leviatán for ever. Es indudable, la literatura y la política adoran a los y las fuertes. El peronismo ha cultivado imágenes tan fuertes que es cancelado quien no se sostiene en esas figuras. Alberto es un cancelado por una cultura peronista que le “pide huevos, que le pide pueblo, que le pide enfrentarse a los poderosos”. Posiblemente padece esa narración histórica y ese llamado. La debilidad nunca paga, siempre encuentra problemas en la política para volverse seductora.