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Vampirizar un liderazgo, ¡qué belleza!

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Por Esteban De Gori

La Argentina es una montaña rusa con cochecitos sin protección. Es un laboratorio territorial donde se experimentan todos los estados subjetivos. Euforia, malestar, depresión y activación. A veces me siento la protagonista de la serie Euphoria. Nadie se encuentra a salvo de esas sensaciones. Estamos tomadas por ellas.  “Que país de mierda” y “este es un país inviable” lo escuche demasiadas veces este tiempo y siempre viene a mi cuando la inflación escala o cuando el verdulero me vende de la mala gana un maple de huevos sin la certeza que esté ganando dinero. Vivimos en un toro mecánico que no cesa y nunca sabemos si estamos arriba, abajo o al costado del animal mecánico. Me quiero ir (rubia) baby.

Resistimos la pandemia, nos despertamos con la invasión rusa (y el poder de Occidente) y terminamos escuchando al presidente argentino, en el medio de las turbulencias, decir; yo soy el presidente. ¿En este caos contemporáneo vale el Yo? Un intento de afirmación en momentos donde la política argentina es una arena movediza. No hay literatura que agote el liderazgo de Alberto Fernández. Nadie le escribe y posiblemente nadie le escribirá. Solo hay cartas voladoras dirigidas a las ventanillas estatales planteando demandas e imperativos categóricos.

Existe demasiado análisis político sobre su persona pero poca literatura que lo asista. Un rara avis asediado y poco épico. Tan poco seductor para la literatura y demasiado objeto de deseo y de estudio para la realpolitik. Miguel Ángel Asturias publicó en 1946 “El señor Presidente”. Un libro sobre el dictador guatemalteco Estrada Cabrera, Roa Bastos escribió “Yo el Supremo” (1974) pensando en José Gaspar Rodríguez de Francia y cómo se transformó en el Dictador Perpetuo. Posiblemente la figura de Stroessner empujó ese pulso literario. Ese mismo año podría leerse «El Recurso del Método» (1974) de Alejo Carpentier y «El Otoño del Patriarca» (1975) de Gabriel García Márquez. El deseo de comprender caudillos, tiranos y jefes fuertes posee una larga tradición e indagación. La mayoría indagó los y las “fuertes” (su origen y misterio) y poquísimo se escribió sobre los mandos frágiles. Inclusive Vargas Llosas lo hizo con “La fiesta del Chivo” (2000) y en una escala distinta Junot Díaz presentó “La maravillosa vida breve de Oscar Wao” (2007) donde ambos escritores continuaron con ese sabor fortachón del que mandó por décadas en República Dominicana. Posiblemente exista una mirada interesante sobre la debilidad del liderazgo en el gran libro de Alberto Barrera Tyszka “Patria o Muerte” (2018) donde nos habla de un Chávez asediado por su enfermedad, golpeado por la misma, pero que hasta último minuto se sostiene y mantiene su liderazgo fuerte. La literatura, pese a todo, está muy pegoteada y seducida con la fortaleza del mando y no lo deja ni siquiera cuando narra la muerte de sus protagonistas.

A la literatura universal y latinoamericana le agradan los fuertes, los musculosos, los pibes y las pibas fálicas. Zelenski y Putin. Todos queremos a una Ángela Merkel en la habitación (tal vez con lencería BDSM). No se observa como búsqueda insistente una literatura de mandos débiles. Hay poca seducción por estos y estas. Literatura escueta y mínima. O por lo menos eso parece. El liderazgo acotado, frágil y espasmódico tiene escasas personas que le escriban. Tienen poco espacio en el Hall de la Fama. Desde “Amalia” (1855) de José Mármol y “El Matadero” (1871) de Esteban Echeverría nos hablan de los intentos iniciáticos argentinos de bucear en esa armadura subjetiva de los que deciden con mano de hierro. La arbitrariedad provoca rechazo y seducción y en momentos de crisis, posiblemente, para muchos y muchas, el ejercicio de gestos de autoridad sean percibidos como una suerte de venganza simbólica (íntima y reparatoria). “Dale Alberto jugatelá!” “Rompe todo y arma otra cosa”, “Deja la moderación y ponete wacho con el FMI” le exigen. Dale amigo!

No puedo olvidar ese hermoso capítulo “Seducciones de la tiranía” que se encuentra en el libro “Conjurar el miedo” (2018) de Patrick Boucheron. Allí podemos apreciar cómo esa figura fea (la imagen del mal gobierno), la del tirano que devora todo, tan rechazada en algunos momentos se vuelve, a partir de ciertas circunstancias históricas, en alguien aceptable y legítimo para una parte de la sociedad. Dame fuego papi! Los considerados feos y feas, en un momento, están llamados y llamadas a participar en un torneo de belleza.

Repetir “yo soy el presidente” hasta el cansancio en diversos medios de comunicación puede sonar a debilidad o también pueda indicar la construcción de un liderazgo débil en un mundo argentino que busca quien se afirme. En este momento, y por el rechazo de parte de su gobierno, Alberto es un actor alejado de una literatura del jefe y a kilómetros de distancia del fetiche presidencial argentino. A la gente le jode verlo débil al actual presidente, le exigen que se afirme en serio, “que use la lapicera y despida gente”, que se “vaya sino puede tomar decisiones taxativas”. Demasiado peso sobre sus espaldas cuando lo llaman a cubrir ese fetiche la fortaleza. Leviatán for ever.  Es indudable, la literatura y la política adoran a los y las fuertes. El peronismo ha cultivado imágenes tan fuertes que es cancelado quien no se sostiene en esas figuras. Alberto es un cancelado por una cultura peronista que le “pide huevos, que le pide pueblo, que le pide enfrentarse a los poderosos”. Posiblemente padece esa narración histórica y ese llamado. La debilidad nunca paga, siempre encuentra problemas en la política para volverse seductora.

Ya están lanzados a la palestra. Probar poder en la calle y desde el interior de las empresas. El único que no padece inflación de su figura es el presidente. Todos contra un presidente fuori literatura, fuori seducción. Todos contra un presidente que le han dejado la crisis y la dependencia externa en sus manos. “Chau nos vemos, arreglate!”

Dar debilidad es uno de las grandes artes de la política. Todas y todos quieren del presidente esa “libra de carne”. Alberto, querido, “dame dame todo el power para que te demos en la madre”, como cantaba Molotov (https://youtu.be/bPnPt23Tmfs  ). Vampirizar un liderazgo, que belleza, no?!

¿El presidente argentino podrá convertir su mando herido en algo seductor mientras se encuentra bajo asedio y pierde poder? ¿Podrá seducir con su debilidad o será arrasado por la literatura y otros actores políticos? ¿Podrá construir una narrativa del líder ante las inclemencias que le proponen diversos poderes y grupos políticos?: un desafío narrativo y político.

El poder, para su ejercicio continuo, necesita musculo y algo de legitimidad. La literatura, en su mayoría, trabajó con esta hipótesis y con las seducciones o malas pasiones que provocó el ejercicio autoritario, fuerte o tiránico.

La fragilidad contemporánea llegó para quedarse en el corazón de los líderes y lideresas. Ya no hay grandes lealtades que te acompañen a cruzar el Rubicón. Pocos te acompañan a poner la firma. Entre gestionar una crisis o mantener los votos no hay dudas donde estaremos. “Dame dame todo el power para que te demos en la madre”. Ya no hay literatura que pueda continuar sin más con la nostalgia de los musculosos y musculosas. De líderes y lideresas que pasan por 24 hs por el gym. En su debilidad, por ahora, hay una nueva narrativa que debe ser observada y explorada. La narrativa de los y de las débiles en el poder. Una literatura básica de una época en crisis que no tiene misericordia con lo estable y ni siquiera con “yo, el presidente”.

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