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El silencio, el grito más fuerte

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Por Luz Marti

FRENTE AL ALUD DE INFORMACIÓN VISUAL QUE NOS PROPONEN LAS PANTALLAS, LA FOTOGRAFÍA DE GABRIEL VALANSI ELIGE EL SILENCIO, LA ECONOMÍA Y  EL INDICIO COMO FORMA DE PROVOCAR ESTADOS.

Porque todo lo visible descansa sobre un fondo invisible
Novalis
                                                                                                                              

Todo sonido se desvanece. Es lo primero que siento ante  sus fotos. Aparece un mirar distinto que me rescata misteriosamente de la avalancha de imágenes que ahogan desde cada pantalla encendida.

Silencio, penumbra, huellas mínimas del hombre en una ciudad atravesada por el ruido y el desorden, de una Buenos Aires fantasmal que es todas las ciudades a la vez.

Recorrer sus  fotografías es una caminata nocturna, lenta y solitaria que registra detalles casi imperceptibles  que piden ser explorados. Es el modo de ver de Gabriel Valansi, artista visual, docente de la UBA, músico experimental y curador del nuevo espacio Bokeh del Centro Cultural Borges. Un hombre formado en la fotografía al que los límites de su disciplina le quedaron chicos. Un buscador incansable que apunta a lo sensorial y recurre, muchas veces, a la instalación, para expresarse.  

“Cuando instalás una obra, instalás una energía. Mi intención no es comunicar, busco provocar estados, y para eso aprovecho todas las herramientas posibles.
Con el tiempo sentí que la foto me dejaba en un umbral que necesitaba pasar, necesitaba explorar la energía en los procesos, no de las ideas. Pasé a entender una muestra como una instalación donde puedas entrar y sentir distintos estados y sumé  la música, no desde lo conceptual sino desde lo emotivo. El arte conceptual exige una info y un esfuerzo, pero me parece que ese esfuerzo  tiene que provenir  de la emoción de las imágenes y no del texto que esté en la sala”

En su estudio, poco iluminado, se oyen, suaves, los sonidos engmáticos de la música experimental que crea con un grupo de chicos mucho más jóvenes. Mientras hablamos de sus trabajos, de su capacidad de desvelar la vida cotidiana mediante indicios lacónicos y poéticos – aunque asevere que la poesía no es su propósito- me alcanza un ejemplar de VER, su último libro de fotografía, curado por el peruano Jorge Villacorta. Está marcado por dos grandes ausencias: las de los seres vivos y la de la palabra escrita. Un libro silecioso y potente, lleno de vacíos sin respuesta.

La imagen del principio, un cielo de tormenta, anuncia las turbulencias y el clima de incertidumbre que traerán las páginas siguientes.

Detalles ínfimos que evocan e inquietan a medida que se descubren: un pasacalles deshilachado, recortes de papel sobre el pavimento, bolsas de plástico, reflejos y sombras. Lo cotidiano bañado por la luz de la extrañeza  cobrando protagonismo lejos del ruido.

Mi forma de ver  es “ en fotos”. Cuando algo me atrae es porque veo la foto. Me interesa especialmente  lo que la gente abandona en la calle. Contar a partir de algo muy pequeño.
Para mi la fotografía es lo contrario de la imaginación porque la imaginación se queda corta  frente a lo que ves con la cámara. Se encuentran cosas  que nadie hubiera podido imaginar ni componer  nunca.
Prefiero la imagen seca, desnuda, dura. La belleza que está atrás , más allá de lo aparente.
En la foto se abre, más que una belleza formal, otra cosa, algo  interesante que lleva a estados, como en la música, y muchas veces esas sensaciones se completan con lo que se lee en el fuera de foco.
Yo diría que cultivo el “ojo salvaje”: sacar, de repente, una foto por la luz que se posó en un objeto, un reflejo que aparece, algo  muy efímero que  me atrae:  la fotografía como un  no pensar, como el lugar de la espontaneidad.

Dicen que un poeta debe dejar huellas y no pruebas, porque solamente las huellas hacen soñar. Si es cierto, tal vez Gabriel Valansi  sea un poeta salvaje, y no lo sepa.
Autor de muestras, libros  y música, participante de bienales, Valansi conoce acerca de algo que me intriga: los ritmos necesarios en el arte, en  la literatura, en una muestra de fotos. Ritmos que toman algo del haiku, donde la intención deja de lado lo intelectual para conmovernos enlazando unas imágenes con otras haciendo que cobren otro sentido.
Tal como apunta Llorenc Raich Muñoz, ensayista, critico fotográfico y profesor del Instituto Catalán de Fotografía, “el haiku literario es el precursor del mismo concepto de instante que la fotografía asumió como propio. Un relato poético fotográfico se puede dejar de entender pero no de sentir”.

Una muestra de fotos es un relato.  El titulo abre el sentido de la lectura.
Para ver un grupo imágenes  hay que setearlo como historia porque nuestra mente está seteada de esa manera, para mirar historias. Cuando editás, la misma obra te va diciendo por donde seguir. Hay una vida interna entre las imágenes  que cuando se encuentran con otras se piden o se repelen. Es lo mágico de hacer una edición.

@valansi.studio
 
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