En La salvación de lo bello, Byung-Chul Han habla de la estética de lo pulido como seña de identidad de la época actual. Hoy la belleza está asociada a (o requiere de para serlo) lo pulcro, lo terso, lo liso, satinado, sin arrugas, sin texturas (o con texturas previsibles, amables). Así, tenemos el jardín disciplinado, la elegancia geométrica de los objetos tecnológicos, el vidrio y el metal como fetiches, la panza chata y la depilación definitiva (o en su defecto, los filtros necesarios para conseguirlo), el cemento alisado y “bacteriostático”, una prosa sin subordinadas que garantice una comunicación fluida, el orden como prioridad y como bandera en política. Asepsia. El mundo como quirófano. Y en materia de olores, neutro. Inodoro. Cuando esto no se puede evitar, se recurre en última instancia a aromas o esencias artificiales, aunque lo ideal es la neutralización porque lo artificial, ya sabemos, es de mal gusto. Hay una enorme industria de la neutralización, todo olor desagradable es perseguido y neutralizado por sistemas cada vez más sofisticados de desodorización, también llamados sistemas de control de olores.