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J. K. Rowling y la cultura de la desinformación

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Por Juan Batalla

«Vístete como quieras, llámate como quieras. Acuéstate con cualquier adulto de forma consentida. Vive tu vida lo mejor posible en paz y a salvo. Pero ¿obligar a las mujeres a dejar su trabajo por afirmar que el sexo es real?», escribió J. K Rowling en diciembre de 2019, en la red social del pajarito. Lo hizo en apoyo de Maya Forstater, una investigadora que perdió su trabajo en el Centro Para el Desarrollo Global —un grupo de expertos de todo el mundo que realizan campañas en contra de la pobreza y desigualdad—, luego de utilizar su cuenta de Twitter para asegurar que las mujeres transgénero no pueden cambiar su sexo biológico. Tras ser despedida, demandó a la empresa, pero un juez ratificó el veredicto argumentando que sus opiniones eran «absolutistas».

Forstater opinó en medio de un debate sobre si los pasaportes del Reino Unido debían instaurar o no la categoría X, a partir del pedido de la activista Christie Elan-Cane por los derechos de las personas de género neutro, tal y como sucedía en países como Alemania, Australia, Nepal, Dinamarca, Malta, Nueva Zelanda, Pakistán y los estados de California, Oregón, Montana y Nueva York de los Estados Unidos. Cuando la creación de una opción no binaria fue desestimada en la Corte Suprema al ser catalogada de «ilegal», Forstater se lanzó a las redes con el mensaje: «Personas a las que admiro se están haciendo un lío para evitar decir la verdad: que los hombres no pueden convertirse en mujeres —porque eso podría herir los sentimientos de los hombres».

Fue entonces que el apoyo de la autora de la saga de Harry Potter devino en una catarata de respuestas en redes sociales en las que se la acusó de transfobia. Pero los meses pasaron y fue en junio de 2020 cuando la polémica volvió a encenderse y las redes pidieron con más insistencia que se dejara de publicar a la autora o, en todo caso, de comprarla. En aquel mes, la escritora compartió un enlace a un artículo titulado «Opinión: Creando un mundo post-Covid-19 más igualitario para la gente que menstrúa», e ironizó diciendo que «esa gente que menstrúa solía tener un nombre», en alusión a la mujer.

Desde las redes calificaron el mensaje como discriminatorio hacia otras personas que también podían menstruar, como la gente transgénero o de género no binario, y también hacia las mujeres que por algún motivo no tenían el periodo. Incluso dos actores de las películas del aprendiz de mago, Emma Watson y Daniel Radcliffe, salieron rápidamente a mostrar apoyo público a las personas transgénero. También lo hizo Eddie Redmayne, protagonista de otra de las franquicias de Rowling, Fantastic Beasts.

Las redes sociales se llenaron de acusaciones de transfobia y el término TERF —en inglés, trans-exclusionary radical feminist; en español feminista radical trans-excluyente— dominó las tendencias. Ese mismo día, Rowling respondió con una extensa carta en la que aseguraba que se oponía a apartar el sexo biológico del concepto de género, pero aseguraba que estaba «al lado de los valientes hombres y mujeres, homosexuales, heterosexuales y trans, que defienden la libertad de expresión, los derechos y la seguridad de los más vulnerables de la sociedad: jóvenes gays, adolescentes frágiles y mujeres que desean retener sus espacios de un solo sexo». Además, escribió que había sido víctima de agresión sexual y violencia de género. Dijo al respecto:

Esto no es porque me dé vergüenza que me pasaran esas cosas, sino porque son traumáticas para volver a visitar y recordar. También siento que tengo que proteger a mi hija desde mi primer matrimonio. No quería reclamar la propiedad exclusiva de una historia que también le pertenece. […] Sin embargo, hace poco tiempo le pregunté cómo se sentiría si fuera honesta públicamente sobre esa parte de mi vida y me animó a seguir adelante. Menciono estas cosas ahora no en un intento de obtener simpatía, sino por solidaridad con la gran cantidad de mujeres que tienen historias como la mía, que han sido arrastradas como fanáticas por tener preocupaciones en torno a los espacios de un solo sexo. [No me inclinaré] ante un movimiento que está haciendo un daño demostrable al tratar de erosionar a la mujer como clase política y biológica y ofrecer cobertura a los depredadores como pocos antes.

Concluyó diciendo que lo único que quería era «empatía y comprensión similar» que las que se brindan actualmente a las personas trans y que deberían extenderse «a los millones de mujeres cuyo único crimen es que sus preocupaciones sean escuchadas sin tener que recibir amenazas y críticas».

Durante ese mes de junio de 2020, los escritores Drew Davies, Fox Fisher, Owl y un cuarto que prefirió mantener el anonimato, presionaron a The Blair Partnership, la agencia que los representaba tanto a ellos como a Rowling, a que reafirmara su postura. Y expresaron en un comunicado:

Después de los comentarios públicos de J. K. Rowling, que también firmó con la agencia, sobre cuestiones transgénero, nos comunicamos con la agencia con una invitación a que reafirme su postura sobre los derechos e igualdad de las personas transgénero. Después de nuestras conversaciones con ellos, sentimos que no podían comprometerse a ninguna acción que consideramos apropiada y significativa.

The Blair Partnership sostuvo en un diálogo con el periódico británico The Guardian que respaldaba «los derechos» de todos sus clientes a «expresar sus pensamientos y creencias» y consideraba que era un deber apoyarlos «en este aspecto fundamental». Al tener la respuesta esperada, los escritores decidieron renunciar a la empresa de representación. Entonces, desde The Blair Partnership expresaron:

Estamos decepcionados por la decisión que cuatro clientes han tomado al separarse de la agencia. Reiteramos que creemos en la libertad de expresión de todos; estos clientes han decidido irse porque no cumplimos con sus demandas de ser reeducados según su punto de vista. Respetamos su derecho a perseguir lo que sienten que es el curso de acción correcto.

A finales de ese mes, Rowling recibía una buena noticia: después de 23 años de censura, la saga del aprendiz de mago ingresaba al mercado norcoreano, pero la alegría no duró demasiado. Paradojas del mundo, dos días después una pequeña librería en Missouri, Estados Unidos, obtenía atención global tras anunciar que habían decidido retirar de su catálogo todas las obras de la bestseller británica. Jarek Steele, propietario de Left Bank Books, dijo en un comunicado:

Como persona transgénero, personalmente estoy decepcionado, herido y cabreado. Me encantaron esos libros. Todavía me encantan las historias y los personajes, pero ahora ha contaminado lo que para nuestra familia y nuestra tienda fue una experiencia hermosa. Lo que ella hizo fue feo, al deshumanizarme y devaluarme a mí, a mis amigos y a mis compañeros de trabajo. […] Los comentarios públicos de Rowling sobre las personas transgénero, en particular sobre las mujeres transgénero, son atroces, hirientes y deliberadamente ignorantes. No solo eso, sino que tiene una plataforma mundial para ese fanatismo que la hace aún más peligrosa. […] Sabemos que escucharemos gritos de censura y violaciones de los derechos de la primera enmienda. Les recordaremos que hay millones de libros que no están en nuestros estantes. Nosotros elegimos. Es nuestro trabajo. Esa serie no necesita nuestra ayuda. J. K. Rowling está lejos de ser censurada.

Los activistas vandalizaron las huellas de las manos de la autora que se encuentran en la Ruta de Harry Potter en Edimburgo. Las marcas en cemento fueron rociadas con pintura roja en una clara alusión a «las manos manchadas de sangre», y a su lado se colocó una bandera de la comunidad transgénero.

En agosto Rowling devolvió el premio Ripple of Hope, que le había otorgado la organización de derechos humanos Robert F. Kennedy en 2019, luego de que su presidenta, Kerry Kennedy, la acusara de tránsfoba. «La declaración decía incorrectamente que soy tránsfoba y responsable del daño a las personas trans. Como donante a organizaciones benéficas LGBT y partidaria del derecho de las personas trans a vivir sin persecución, rechazo la acusación de que odio a las personas trans o les deseo el mal», dijo Rowling. Luego la tensión descendió y salvo algún comentario ocasional Rowling estuvo fuera de los radares de las redes hasta septiembre. En el medio salió a la venta El ickabog, libro que escribió para sus hijos y cuyos derechos fueron donados a su fundación benéfica, The Volant Trust, con el fin de ayudar a las personas más afectadas por la pandemia.

Pero fue la salida de Troubled Bloodla que volvió a colocarla en el ojo del huracán, aunque esta vez ella no realizó ninguna declaración en redes o medios tradicionales de comunicación. Escrita bajo el seudónimo Robert Galbraith, Troubled Blood es la quinta novela de la saga policíaca de Rowling protagonizada por el detective Cormoran Strike y su socia Robin Ellacott, a quienes se les ha encomendado la tarea de investigar la desaparición, hace cuarenta años, de GP Margot Bamborough. Mientras la pareja investiga, una de las pistas lleva a que la mujer pudo haber muerto a manos de Dennis Creed, un asesino en serie que ha sido encarcelado tras engañar a algunas de sus víctimas en su camioneta llevando una peluca y un abrigo de mujer para parecer inofensivo.

Todo comenzó con una reseña publicada en el periódico británico The Telegraph, antes de que el texto llegara a las librerías. Esta decía: «La moraleja parece ser: nunca confíes en un hombre con vestido». Bajo el lema #ripjkrowling, los comentarios sugerían que la historia revelaba sus prejuicios transfóbicos. A los pocos días, la crítica de libros de The Guardian, Alison Flood, ex editora de la sección Bookseller del periódico inglés, impugnó duramente a The Telegraph, acusando al medio de actuar con malicia. «Creed es solo uno de los muchos sospechosos, y sin revelar demasiado, no es el villano principal, ni Rowling lo retrata como trans ni lo llama travesti», escribió.

Troubled Blood terminó siendo un éxito de ventas, y en su primer día en los estantes vendió cien mil ejemplares. La reseña maliciosa reveló que buscaba reforzar prejuicios o juicios sobre el personaje. ¿Las razones? Pueden ser múltiples: desde la búsqueda de notoriedad por parte del firmante, hasta el intento de conseguir lectores, clics, ventas o mejor posicionamiento por parte del medio utilizando la imagen de Rowling.

Tras el embate de la cultura de la cancelación que sufrió J. K. Rowling a partir de una reseña maliciosa en The Telegraph, si bien la polémica finalizó con el libro en las calles, se reactivó cuando la autora subió una imagen a Twitter de una remera con el lema «Esta bruja no arde». La foto iba acompañada de un link que direccionaba a un sitio web donde se vendían, entre otras cosas, pins y calcomanías con lemas como «Las mujeres trans son hombres», y un mensaje: «Si eres, o conoces, una bruja que quiere una de estas, no compres a los oportunistas cínicos. Compra la mía en Wild Women. #ApoyaALasMuejresDeNegocios». Los usuarios de la red del pajarito no tardaron en ingresar al sitio para descubrir una sección que consideraron transfóbica, y comenzaron a compartir imágenes de insignias que decían: «Jodan a los pronombres» y «La transideología borra a las mujeres».

El negocio en cuestión, Wild Women Workshop, pertenece a Angela Wild, autoproclamada feminista lesbiana, cofundadora del grupo separatista lésbico anti-trans Get the L Out, que organizó una manifestación en el London Pride en 2018. En marzo de 2021, Rowling volvió a ser trending topic, aunque esta vez nada tenía que ver con una declaración, tweet o salida de un libro. La usuaria Tess 5G @thot_piece, una joven trans con más de 19.000 seguidores, publicó dos fotografías haciendo una fogata con los libros de la saga del mago. «La cultura de la cancelación gana de nuevo», escribió. Y luego, en otros posteos: «Estos eran mis viejos libros de la infancia, y esto fue tan catártico como el infierno», «¡Apoya a las personas trans!». A ella se sumaron miles pidiendo que se dejara de publicar a la autora.

Actores como Watson, Radcliffe y Redmayne expresaron su rechazo a Rowling, pero otras figuras salieron a defenderla. Uno de los más emblemáticos fue el cómico británico John Cleese, de los legendarios Monty Python, uno de los 58 firmantes de una carta de apoyo que se publicó en el semanario The Sunday Times y se viralizó en redes con el hashtag #IStandWithJKRowling. También colocaron su rúbrica los escritores Ian McEwan, Lionel Shriver, Susan Hill, Aminatta Forna, Simon Edge y Tom Stoppard, además de actrices, músicos y periodistas británicos. «J. K. Rowling ha sido objeto de una avalancha de abusos que destaca una tendencia insidiosa, autoritaria y misógina en las redes sociales», escribieron tras los ataques.

Un usuario le preguntó a Cleese: «¿Por qué no dejas que las personas sean quienes quieran ser? ¿O te gusta Rowling como persona y, por lo tanto, no hay nada que ella pueda hacer mal?». Y él respondió: «En el fondo, quiero ser una mujer policía camboyana. ¿Está permitido o no estoy siendo realista?». Cleese siguió debatiendo en las redes hasta reconocer que su comprensión de la identidad de género era superficial y manifestó:

Me temo que no estoy tan interesado en las personas trans. Solo espero que estén felices y que la gente las trate con amabilidad. [Me preocupan] las amenazas a la democracia en Estados Unidos, la corrupción desenfrenada en el Reino Unido, la espantosa prensa británica, las revelaciones sobre la brutalidad policía, el Covid-19, la incompetencia del gobierno británico, el total desprecio de China por la necesidad de abandonar los combustibles fósiles, lo que ocurre en Francia entre Macron y los islamistas, la diabetes y la reciente muerte de varios de mis amigos cercanos. ¿Eso es ser duro de corazón?

El ida y vuelta de Cleese con los usuarios rozaba el absurdo, como si fuera «Argument Clinic», uno de los famosos gags de los Python de Flying Circus, donde Cleese recibía a personas que deseaban «tener una discusión», en la que en realidad solo se llegaba a discutir sobre si estaban teniendo una discusión. La polémica continuó y se sumaron famosos como la estrella de Queer Eye, Jonathan Van Ness, quien afirmó: «Estimado @JohnCleese, ha hecho varios comentarios transfóbicos aquí. Parece que aumenta la transfobia en un momento en el que las personas trans están siendo asesinadas », o el exdirector de arte de la banda estadounidense Nine Inch Nails, Rob Sheridan:

Vi a John Cleese en tendencia y me desanimó descubrir por qué: está en el tren de transfobia de J. K. Rowling. Es increíble la frecuencia con la que los cerebros de los blancos ricos se rompen por completo por cuestiones personales de género que nunca los han afectado y probablemente nunca los afectarán. Es cruel golpear constantemente a un grupo de personas marginadas.

El actor Ralph Fiennes, quien interpretó al villano Lord Voldemort en las películas de Harry Potter, se sumó públicamente a la polémica en una entrevista reciente con The Telegraph. Allí comentó: «No puedo entender la virulencia que se le ha dirigido. Puedo entender el calor de una discusión, pero encuentro irracional esta época de acusaciones y la necesidad de condenar. Encuentro el nivel de odio que la gente expresa sobre opiniones que difieren de las suyas, y la violencia del lenguaje hacia los demás, perturbador». Los defensores de Rowling expusieron que el llamado a la cancelación muchas veces no tiene que ver con lo que se opina, sino con una doble moral. Utilizaron los ejemplos de James Dashner, autor de la saga Maze Runner, y de Jay Asher, de 13 reasons Why, quienes fueron acusados de abuso sexual durante el surgimiento del movimiento #MeToo, pidieron disculpas públicas y todo quedó allí.

Rowling, por otra parte, fue una de las firmantes de la Carta sobre la justicia y el debate abierto, un documento de 532 palabras que firmaron 153 figuras prominentes de las artes, la academia y el periodismo, que se publicó en Harper’s en julio de 2020. En ella, figuras angloparlantes de ambos lados del Atlántico, como Noam Chomsky, Margaret Atwood, Martin Amis, Steven Pinker y Salman Rushdie, plantearon que:

[…] protestas por la justicia racial y social están llevando a demandas atrasadas de una reforma policial, junto con llamamientos más amplios para una mayor igualdad e inclusión en nuestra sociedad, especialmente en la educación superior, el periodismo, la filantropía y las artes. […] Pero este cálculo necesario también ha intensificado un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos que tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y la tolerancia de las diferencias a favor de la conformidad ideológica. […] El libre intercambio de información e ideas, el alma de una sociedad liberal, se está volviendo cada vez más restringido. Si bien hemos llegado a esperar esto en la derecha radical, la censura también se está extendiendo más ampliamente en nuestra cultura: una intolerancia de puntos de vista opuestos, una moda para la vergüenza pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver cuestiones políticas complejas en una ceguera moral cegadora […] los líderes institucionales, en un espíritu de control de daños en pánico, están aplicando castigos apresurados y desproporcionados en lugar de reformas consideradas. Los editores son despedidos por dirigir piezas controvertidas; los libros son retirados por presunta falta de autenticidad; los periodistas tienen prohibido escribir sobre ciertos temas; los profesores son investigados por citar trabajos de literatura en clase; un investigador es despedido por distribuir un estudio académico revisado por pares; y los jefes de las organizaciones son expulsados por lo que a veces son simples errores torpes.

En lo que fue llamado Manifesto Harper’s, se expresaba la preocupación por una serie de medidas tomadas desde diferentes estamentos —de universidades a empresas—, que derivaban en censura y despidos cerrando el debate y la posibilidad de expresarse desde una perspectiva que se alejara del pensamiento reinante. El Manifesto Harper’s tuvo su equivalente en español, con las firmas de Mario Vargas Llosa y Fernando Savater, junto a otro centenar de autores, periodistas y profesionales del ámbito de la ciencia, la universidad y las leyes. Allí se expresaba que:

Queremos dejar claro que nos sumamos a los movimientos que luchan no solo en Estados Unidos sino globalmente contra lacras de la sociedad como son el sexismo, el racismo o el menosprecio al inmigrante, pero manifestamos asimismo nuestra preocupación por el uso perverso de causas justas para estigmatizar a personas que no son sexistas o xenófobas o, más en general, para introducir la censura, la cancelación y el rechazo del pensamiento libre, independiente, y ajeno a una corrección política intransigente. Desafortunadamente, en la última década hemos asistido a la irrupción de unas corrientes ideológicas, supuestamente progresistas, que se caracterizan por una radicalidad, y que apela a tales causas para justificar actitudes y comportamientos que consideramos inaceptables.

El Manifesto y la Carta alertan sobre el debilitamiento de «las normas de debate abierto y la tolerancia de las diferencias a favor de la conformidad ideológica» en pos de «un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos». Ponen el foco en que en un mundo que parece expandirse cada vez más, el espacio para el debate es menor. Refiriéndose a este cierre de la vocación al diálogo, el sociólogo Esteban De Gori dijo que uno de los puntos cruciales se encuentra en el malestar democrático de las últimas décadas, que también se observa en la esfera de la opinión y del debate público. Al respecto, asegura:

Existen diversas prácticas discursivas o acciones políticas desde corporaciones, espacios partidarios, gubernamentales o empresariales que intentan clausurar el debate ante la aparición de controversias. Ello es dañar severamente la promesa democrática del diálogo controversial. Es un ejercicio arbitrario cuando, inclusive en nombre del consenso, se expulsa o desea regularse la controversia. La pregunta que nos inquieta es qué ha sucedido en las últimas décadas que se han erosionado los espacios controversiales. Arriesgo una posición: un mundo cada vez más incierto, volátil y frágil propone una mirada que se apropia de una —vieja— memoria disponible: poner cierto orden para contener la incertidumbre, y así no ampliar la fragilidad. Una mirada ordenancista desconfiada de la controversia atraviesa a derechas e izquierdas. Desconfiar de la política, también, es desconfiar del debate y de ese espacio donde se pueden promover distintas perspectivas sobre un tema. Arriesgo otra: el malestar democrático y la desconfianza en la política desgasta compromisos para sostener un espacio de deliberación controversial. Si yo todo el tiempo digo: no se peleen, lo único que hago es banalizar la contrariedad como una dimensión de legitimidad democrática. No están separados el malestar democrático ni las sospechas sobre la política de la adhesión a la contrariedad discursiva. La fragilidad contemporánea le otorga a la palabra un poder significativo tal que genera temor. Como si ella por sí sola pudiese desbaratar un proyecto económico, político o empresarial. Como si un grupo de intelectuales, expertos, periodistas o legos arrojados al debate público pudiesen con sus diversas posiciones desestabilizar un régimen. […] El ejercicio controversial del debate alivia el malestar democrático. Otorga promesas y trayectorias a futuro. Reales o imaginarias. No importa. Para ello, el compromiso político de que ese debate se produzca es importante, como también, el compromiso de los actores sociales y políticos por no clausurarlo.

En abril de 2021, quien sí fue cancelado por comentarios transfóbicos fue el científico y autor británico Richard Dawkins, a quien se le retiró el prestigioso premio al humanista del año, otorgado en 1996 por la Asociación Humanista Estadounidense, después de, como no podía ser de otra manera, una serie de tweets. El autor de las obras El gen egoísta El espejismo de Dios comparó en la red a las personas trans con Rachel Dolezal, una exprofesora y activista que por años se hizo pasar por una mujer afroamericana.

El relato de Dolezal, que fue presidenta de la NAACP —la misma que logró en los setenta cambiar a los Oompa-Loompas—, se desvaneció en 2015, cuando sus padres declararon públicamente que se hacía pasar por negra. Dolezal se había identificado como mestiza en una solicitud y había afirmado que su padre era afroamericano. Tras la controversia, fue despedida como profesora de estudios africanos en la Universidad de Eastern Washington, destituida como presidenta de la Comisión del Defensor del Pueblo de la Policía en Spokane y renunció a la NAACP. Finalmente, reconoció que había nacido blanca, de padres blancos, pero se autoidentificaba como negra.

Dawkins escribió: «En 2015, Rachel Dolezal, una presidenta del capítulo blanco de NAACP, fue vilipendiada por identificarse como negra. Algunos hombres optan por identificarse como mujeres, y algunas mujeres optan por identificarse como hombres. Serás vilipendiado si niegas que ellos son eso con lo que se identifican. Debatir». En medio de la polémica, se fue para atrás en su feed y reapareció un tweet de 1995, que decía: «¿Es la mujer trans una mujer? Es algo puramente semántico. Si lo defines por cromosomas, no. Si lo haces por autoidentificación, sí. La llamo ‘ella’ por cortesía».

Tras la avalancha de críticas, respondió en su defensa: «No pretendo menospreciar a las personas trans. Veo que mi debate académico se ha malinterpretado y lo deploro. De ninguna manera era mi intención aliarme con intolerantes del partido republicano en Estados Unidos, que están explotando este tema». El caso de Dolezal no fue el único de apropiación cultural que saltó a las primeras planas. En septiembre de 2020 se conoció el caso de Jessica Krug, exprofesora de historia en la prestigiosa Universidad George Washington, quien admitió haber mentido «la mayor parte» de su vida adulta. En una publicación en la plataforma Medium, aseguró: «He ocultado mi pasado de niña judía blanca de los suburbios de Kansas City para aprovecharme de varias identidades negras que no tenía derecho de reivindicar: primero negra de África, luego afroestadounidense y finalmente negra del Bronx, de origen caribeño».


Juan Gabriel Batalla.
Escritor y periodista.
Editor de Infobae Cultura.

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