Le abrí la lata y con un tenedor comenzó a devorar el contenido, cosa que hizo en un santiamén, antes de que yo tuviera tiempo de recalentar sobre la hornalla el contenido de mi vianda. Y entonces, con total naturalidad, Alí pidió agua. Le dije que se sirviera agua de la canilla: ahí tenía un vaso. Alí tomó el vaso, abrió la canilla y puso el vaso debajo: lo que hubiese hecho cualquiera. Y sucedió algo más. Cuando estaba a punto de llenar el vaso, cerró la canilla, y en vez de hacer lo que hubiese hecho cualquiera (lo que yo hubiese hecho), en vez de llevarse el vaso a la boca, lo dejó allí. Yo estaba recalentando mi comida en una sartén y desde allí miraba: había dejado el vaso debajo de la canilla, donde ya no salía agua, pero desde donde pendía y se inflaba lentamente una pequeña gota de agua. Se infló, se infló, hasta que cayó, y Alí la recibió en el vaso. Pero siguió dejando el vaso en la misma posición, porque detrás comenzaba a inflarse otra gota. La esperó hasta que cayó, y entonces vi cómo su brazo vibró tenuemente al comenzar a llevarse el vaso a la boca, pero lo dejó ahí porque vio que se inflaba una tercera gota, más lentamente que las otras dos, pero venía, venía. La esperó una vez, la vio caer en el vaso y entonces sí: bebió.