02.30: segundo despertar. Teta derecha vacía.
05.40: tercer despertar. Retorcijones, pedos, llanto. Teta izquierda vacía.
08.00: “Buenos días Señorrrío”. Mimos en la cama.
08.10: descubro el primer lunar de Río en la intersección de su tobillo y su pie izquierdos.
08.30: le saco el pañal y limpio la caca marrón y semi líquida con un algodón empapado en óleo calcáreo. Aprieto despacio el dispenser de alcohol en gel. Estaba stockeada antes de que todo esto empezara, una privilegiada. Coloco otro pañal. Juegos con manos y pies en la cama un rato más.
09.00: vamos al living y le muestro que es de día, otra vez.
09.30: sigue un poco dormido. 0,60 cl de hierro por gotero. 10 minutos de espera. 0,30 cl de vitamina.
10.15: Río juega en el piso, sobre una manta, con el envoltorio de un paquete de galletitas. Lo apretuja con las manos, lo agarra con los pies. Lo pierde, no se anima a girar del todo. Da media vuelta y atrae para sí la manta para acercar el envoltorio. Causa y efecto, checked. Mientras tanto, leo las noticias, tomo mate, trabajo en la computadora y como cereales con la primera leche de almendras casera que hizo mi novio ayer.
10.40: se pone incordioso. Hago algunas posturas de yoga y muecas con la cara. El descubrimiento de su cuerpo a través del mío, con sus posibilidades y limitaciones, es su atracción favorita.
11.15: él llora de hambre y yo de dolor. Mis lumbares se desmoronan a la misma velocidad con la que crecen sus rollos mullidos.
11.20: vamos al cuarto.
11.21: pañal
11.30: teta.
11.50: mimos.
12.00: lo dejo con el padre y aprovecho para comer una manzana a toda velocidad. Me atraganto con el primer mordisco.
12.10: me lo devuelve, llorando otra vez.
12:15: teta.
12.20: hace caca en cuotas. Espero.
12.27: lo cambio y le sigo dando la teta.
12.45: invento una canción.
12.51: me pellizca el pezón. “Nooo”, lo reto. Llora.
12.52: vamos de nuevo. Teta.
12.53: levanta la cabeza y hace fuerza. Se apoya con las manos sobre mi panza y mira alrededor. Me mira. Me refriego los ojos señalándole que es hora de dormir. Se ríe. Baja por mi pelvis hasta la cama. Intenta girar. No logra sacar el brazo derecho de debajo de su pecho. Llora.
13.00: de nuevo otra vez. Teta.
13.05: agarra y suelta el pezón con la boca intercalando sollozos. Se refriega los ojos. Le palmeo la cola y le canto: “arrorró mi Riri, arrorró mi sol, arrorró pedazo de mi corazón. Ririto tiene sueño, yo lo abrigaré, le pondré una flor y otra flor celeste del jacarandá”. Mezclo las letras de las canciones, como siempre.
13.35: cae rendido de sueño.
13.40: lloro.
13.50: armo el primer cigarrillo del día y lo fumo mientras mando y leo mensajes.
14.00-15.30: voy al baño. Chateo con mis compañeros de trabajo sobre cómo vamos a dividirnos las tareas en estos días. Armo un proyecto piloto con un amigo que, como yo, confía. Escribo. Leo y navego sin rumbo por internet. Hablo con mi amiga Paola. Hace una semana se enteró que está embarazada y se quedó haciendo la cuarentena con su gato para evitarle, así, la convivencia forzada con el perro de su novio. Quizás no quería forzar la suya.
15.31: almorzamos los tres juntos. Sigo pensando en Paola. El menú es limitado y las ganas de cocinar, más. Milanesas con arroz para nosotros; pera para él. Su primera pera. Pone cara de asco una, dos veces, hasta que se entrega. ¿Cómo sabrán una pera, una manzana o un zapallo por primera vez cuando carecemos de referencias de otros sabores?
15.50: fumo otro cigarrillo mientras respondo mensajes.
16.00: canto y bailo “La cumbia del monstruo”. Río ríe a carcajadas.
16.05: vamos de expedición al patio. Abandono la verticalidad. Nos quedamos un rato tirados en la lona roja, bajo el almendro, repartiendo el espacio de un modo desconocido. Pienso en este canje obligado de profundidades, la del horizonte por el cielo; en la doblegación de la especie humana, ahora tendida, entregada como un neonato frente a la naturaleza que al fin alza su corona.
16.50: función privada en la casa de atrás. Manuel toca la guitarra y Río escucha atento. Parece querer entender cómo se produce el sonido. Quizás no. No lo sé.
17.40: llora de hambre. Damos por terminado el concierto.
17.45: volvemos a casa, al cuarto.
17.46: pañal.
17.57: teta.
18.00: lo vence el sueño.
18.05: refriego una mancha de caca con hierro en la sábana, en el lavadero.
18.08: pongo un lavarropas.
18.10: lloro.
18.20: enciendo el tercer cigarrillo del día.
18.30: barro la cocina.
18.45: hago pis. Me lavo las manos y me enjuago la cara. Alzo la vista y ahí estoy, seca y gris. Me pongo crema, me miro las canas y sonrío. Estás hecha mierda, me digo. Qué importa -me respondo-; estás.
19.00: meto dos pedazos de pan en el horno eléctrico. Saco el queso crema y el dulce de la heladera.
19.03: escucho avanzar el llanto desconsolado desde el fondo del pasillo.
19.12: “No dormiste nada Riverito”, le digo. Ya no entiendo qué debería hacer y qué no. Cuándo debería comer y cuándo no. Toda la rutina descompaginada. Tengo que empezar a encontrar pequeñas acciones que me permitan fijar una nueva, me digo todos los días desde hace una semana, pero siempre algo pasa: se despierta con cólicos y duerme más siesta, no quiere comer papa, se copa con el yogurt, el padre está deprimido y él lo siente. Le hago mimos. Es todo lo que puedo hacer.
19.20: cambio de pañal.
19.30: aprovecho su buen humor y le corto las uñas mientras le canto para que se distraiga y se quede quieto.
19.40: como las tostadas heladas mientras Río juega en su sillita con Tocaya, una jirafa de tela, y con Chihuana, una perrita tejida al crochet.
20.00: se escucha pasar el tren. El sonido de la bocina, una fiesta. Duele el silencio. Estamos tan llenos de él.
20.05: saco la ropa del lavarropas. La cuelgo.
20.15: lloro.
20.20: armo el cuarto cigarrillo del día.
20.30: mi novio me pasa a Río recién bañado, envuelto en su toalla. Huele rico. Lo seco mientras le canto: “A de ananá, A de amistad, A de Alemania, A de hamaca. E de elefante, E de emoción, E de España, E de esperanza”. Se queja. Agrego muecas con la cara. “E de enfermero, E de esmero”. Le pongo el pañal. “E de bebé. I de iguana, I de Inés, I de imagen”. Lo visto con un body rayado azul y blanco. “I de ilusión. O de oso, O de oloroso, O de otorrino”. Le pongo perfume en el pelo “O de omelette. U de urraca”. Y lo peino “U de uva, U de universo, U de unión”. Primera etapa del ritual nocturno, checked: el único que, por suerte, no sufrió modificaciones.
21.05: vamos de la cama al living a donde está sonando su canción. Lo mezo un rato y volvemos al cuarto.
21.15: teta
21.40: mira la luz de la lámpara de sal y me sonríe. Quiere jugar. Llora. Baja entre quejidos hasta mi pelvis. Queda arrodillado con la cabeza sobre mi panza. Llora. Gira la cabeza para un lado y para el otro. Lo pongo en la teta otra vez. Ríe con los ojos. Llora. Succiona. Suelta el pezón y me mira. Ríe mostrándome sus tres dientes. Llora. Vuelve a succionar. Me golpea la teta con la mano. Desiste. Hace lo mismo en su propio muslo. Le palmeo la cola. Se vuelve a prender. Abre la boca y suelta el pezón. Fin del ritual. Tengo cuatro horas para mí.
22.05: lloro.
22.10: enciendo un cigarrillo.
22.20: “te invito a comer afuera”, le digo a mi novio. Sacamos la mesa al patio y comemos las sobras, en silencio. Un silencio violento. Quisiera hablarle, pero no. Trago. Ya lo conozco; no sirve de nada forzar una conversación. Al contrario. Tengo bronca. Deprimirse me parece un lujo en este momento, en esta casa donde hay un bebé que no entiende que el mundo tal y como era está colapsando; él quiere que le jueguen, que lo besen, que lo mimen. Su mundo es mi teta, sus afectos y sus chiches. Nada más. Mi novio se da ése lujo, se deprime. Quizás si trabajara, o si las tetas fueran suyas, pensaría de otro modo. No lo sé. No se puede vivir de contrafácticos. Yo no me lo permito.
22.45: lavo los platos.
23.00: me baño.
23.10: me cambio.
23.30: saco los pelos que quedaron atrapados en la rejilla de la bañadera, me cepillo el pelo y se me cae otro mechón. Me paso hilo dental, me lavo los dientes y me pongo crema en el contorno de ojos.
23.47: mando un mail a mi grupo del mundial de escritura y le aviso a una de mis compañeras que subió su texto en un lugar incorrecto del Drive.
23.48: veo su cursor titilando sobre el archivo. Chateamos por ahí. Le digo que me gustan mucho sus textos; me dice que le gustó uno de los míos. Me siento acompañada. Hay un otro más allá que se siente acá. Gracias por estar, Lupita.
00.00: enciendo otro cigarrillo. Ya no sé cuántos van. ¿Cinco o seis?
00.05: tomo el té de manzanilla de cada noche. Invierno y verano, con corona o sin corona: té de manzanilla.
00.10: me siento a escribir esto que estoy tipeando en este momento, esta A de árbol, hasta que el sueño me venza, ahora sí, a mí.