Ana María Shua (Buenos Aires, 1951) tiene ganado con justicia el título de “la reina del microrrelato”, género/formato que ha cultivado en libros como La sueñera (1984) y Fenómenos de circo (2011). En Sirena de río, su último libro, no obstante, se aventura con textos de mayor extensión —cuentos cortos— que tratan sobre el amor, la enfermedad, el sexo y la muerte.
Ani responde mis preguntas contenta y agradecida por haber sido seleccionada como Miembro Honorífico de la American Association of Teachers of Spanish and Portuguese (Asociación Americana de Maestros de Español y Portugués), en reconocimiento a la trascendencia de su obra. Esta elección sitúa a Shua, la primera argentina en obtenerlo, en un distinguido grupo junto a Guillermo Del Toro, Isabel Allende y Dolores Huerta, entre otros.
En tu libro anterior, La guerra, te enfocaste en el deseo de la humanidad por matarse unos a otros. En Sirena de río hay varias historias en donde predomina la búsqueda del amor–fallida, a veces, pero búsqueda al fin. Este cambio ¿fue algo que te planteaste de manera deliberada, como una especie de compensación?
No lo pensé así, pero es interesante tu lectura. En realidad, muchos de los cuentos de Sirena ya estaban terminados cuando escribí La Guerra. Sobre todo, creo que el deseo de matarse unos a otros y la búsqueda del amor no son contradictorios, suelen darse al mismo tiempo en esta compleja humanidad.
“Encuentro con Silvia” tiene como trasfondo a Mar del Plata, que no es una ciudad que sea muy elegida para situar ficciones, ¿no?
Seguro que hay mucha Mar del Plata en las ficciones de los escritores marplatenses, que no son pocos. Justamente leí hace poco una novela muy valiosa y muy marplatense, Manola, que fue finalista del Premio Clarín. En este libro hay por lo menos otro cuento que tiene que ver con la ciudad: “La ola gigante”. Pero quizás la ciudad aparecía con más frecuencia como escenario en las generaciones anteriores, cuando Mar del Plata era una de las pocas posibilidades de vacaciones con mar y playa. Hoy hay tantos balnearios que uno se olvida de que la Perla del Atlántico fue alguna vez casi única.
Varios de los relatos de Sirena giran en torno a la comida o aluden a ella: “En el miedo y el amor”, “La ola gigante”, “El hospital público”, “Comida judía”… ¿qué podés comentar al respecto?
Bueno, comer es una de las principales actividades de los seres humanos y una de las más placenteras a cualquier edad. A mí me gusta mucho comer y todo lo que tenga que ver con la comida, de modo que no es raro que aparezca en mis ficciones. De hecho tengo un libro que se llama Risas y emociones de la comida judía. ¡Alguna vez alguien se dio cuenta de que hasta en Los amores de Laurita lo que hacen los personajes con más frecuencia es comer, y no amarse! Por lo cual tengo también una novela exclusivamente dedicada al tema de los excesos alimenticios: El peso de la tentación, que pronto se va a reeditar con el título de Gorda.
En “Profesional” hay algún que otro punto de contacto con “Las hienas”, de Enrique Medina, en donde el protagonista es un matón a sueldo que se dedica a matar cucarachas… En tu cuento, no obstante, hay un giro hacia lo fantástico muy interesante… ¿leíste ese relato?
No me acordaba de Las hienas, pero seguramente lo leí en su momento, porque tengo la primera edición, de 1975. A veces uno se olvida de lo que leyó, pero queda ahí atrapado en alguna circunvolución, listo para saltar cuando menos se espera.
También rumbean por lo fantástico “La chica cactus”, con una transformación maravillosa que se produce en un momento de angustia extrema, y “En nuestra amiga Agnolotti”, con una tortuga parlante. ¿Cuál es la concepción del género que favorecés?
He escrito literatura fantástica de muchísimas formas distintas, en libros para adultos y para chicos. Trabajé el fantástico con humor, como en algunos cuentos de este libro, siempre entretejido con lo cotidiano, (es lo que le da espesor), y también con la mayor seriedad, a la manera de tantísimos autores latinoamericanos que han escrito literatura fantástica (excepto los peruanos, si no me equivoco). Salvo el realismo mágico, probé de todo, desde el terror hasta la ciencia ficción, pasando por regiones menos extremas.
Las ficciones con animales son mi punto vulnerable. Con “Cuidar a un gato” casi me hiciste llorar… ¿Creés que los animales son algo así como mentores para nosotros, desquiciados sapiens?
Ooooh, ¡cómo me hizo sufrir nuestra pobre gatita enferma! La operamos dos veces y fue un martirio, para ella y para mí. Fue dura la decisión de ponerla a dormir, lo hicimos antes de que empezara a sufrir en serio. No tengo una gran relación con los animales, pero esta gata fue una excepción. Se llamaba Juanita Be Real, pero también Cacao y a veces El Caballo Philips. No, no pienso que sean nuestros mentores, solo nos sufren como pueden. El cuento partió de una conversación que tuve hace muchos años con el papá de dos chicos desaparecidos. “Recién diez años después, cuando murió su perro”, me dijo, “los pude llorar”.
En el libro aparecen personajes añosos, con achaques, de dudosa higiene personal… Hay demasiadas ficciones (especialmente en las series y películas) con protagonistas bellísimos/as, eternos Peter Pans con problemas triviales, por lo que te quiero agradecer en este respecto. ¿Notás que existe un culto a la juventud generalizado? ¿Es algo que te preocupa?
¡Gracias a vos! La adolescencia se volvió la edad maravilla. Los chicos quieren ser adolescentes y los grandes también quieren ser adolescentes. Todos quieren ser adolescentes menos los adolescentes, que la pasan bastante mal. No me preocupa el culto a la juventud, ya existía cuando Goethe escribió Fausto. ¿A quién le gusta ser viejo? ¡Los jóvenes son tan lindos, tan lisitos! Pero en la buena literatura no hay problemas triviales, el arte está ahí para recordarnos que ninguna historia humana termina bien.
“Comida judía” me hizo acordar a otro cuento sobre emigrantes, “Eveline”, de Joyce, especialmente por la noción de Buenos Aires como una suerte de tierra prometida. ¿Reconoces esta conexión?
Ah, mirá, ¡de golpe me vino el recuerdo de “Eveline”! Qué cuento tan triste y tan bello, como todos los Dublineses… Para los inmigrantes (o emigrantes) siempre el lugar adonde quieren llegar es la Tierra Prometida. Después viene la dura realidad. En esa época Buenos Aires era de veras un lugar increíble para esos inmigrantes que venían con hambre, escapándose de la guerra. ¡Mi abuelo contaba que engordó casi diez kilos todavía antes de llegar, en el barco que lo trajo hasta América! Pero “Comida judía” es una historia muy pequeña y modesta, simple, alegre y superficial si la comparo con “Eveline”.
En una colección de relatos, el orden suele ser fundamental, ¿cómo pensaste la disposición de los textos?
Sí, es muy importante. Y también lo es la división en secciones. Cuando publiqué mi primer libro de cuentos, Los días de pesca (1980), recuerdo que una crítica muy elogiosa llevaba por título “Temas y estilos variados”. “Nunca más me va a pasar esto”, me dije. Y desde entonces cuidé mucho de que mis libros de cuentos tuvieran una organización que ayudara a la lectura… y a la crítica. En este caso me costó muchísimo encontrarla. Le di los cuentos a una amiga que es una gran lectora y tiene un ojo especial para encontrar relaciones. Fue ella la que se dio cuenta de que muchos cuentos estaban centrados en personajes frágiles y valientes al mismo tiempo, y vio las casi crónicas donde yo no las veía. Fue una gran ayuda.
Sirena de río, Ana María Shua. Emecé, septiembre de 2022. 3400$