Ani Mestre (La Habana) se exilió en la Argentina con sus padres a los nueve años. Estudió Humanidades, así como también Periodismo, y trabajó como productora de televisión, ferias y espectáculos. Acaba de publicar Desvelos, su cuarto libro de poesía luego de 44 Poemas (2004), Entrevoces (2009) y Dormir en el medio (2015). Su primer libro fue Mis tres adioses a Cuba, editado en Estados Unidos (1999) y luego en Argentina (2000), un texto en prosa que habla de la nostalgia que derrama el exilio En un evento performático en el living de su casa en Buenos Aires, Mestre presentó Desvelos. La ambientación y la música acompañaron la voz de la autora, la cadencia de su poesía, que es símbolo de su escritura. “El ritmo para un cubano es casi genético”, afirma. Se lleva en el cuerpo.
Publicaste un libro en prosa en 1999 y luego te afincaste en la poesía. ¿Hay razones o hay formas de sentir el lenguaje?
Mi primer libro iba a ser solo un legado para mis hijos. Un recuerdo de lo que para mí habían significado esos dos viajes y el arrancón de mi infancia, de mi amada Cuba natal. La primera versión se la mandé a unos queridísimos primos que vivían en Miami, él era escritor, profesor de historia latinoamericana. Para ellos, así como para buena parte del exilio en USA, ir a la Cuba de los (Fidel y luego Raúl) Castro era como ir a verle la cara al agresor. Para mi familia y para mí era sencillamente reencontrarnos con la tierra natal. Cuando leyeron el libro en aquella fotocopia anillada, me dijo mi primo: “Dame permiso para llevarlo a mi editor”. Así fue como se editó en Miami. Fue sanador para muchos ver nuestro viaje bajo otro ángulo. Desde entonces las cosas han cambiado bastante, pero volviendo a tu pregunta ha sido al revés de lo que planteas. Mi idioma era la poesía, pero me escapé a la prosa para ese libro. Creo que la poesía es un desafío permanente de condensar, apretar las palabras, encontrar la justa.
¿Por qué Desvelos?
Porque tenemos muchas capas y hay que ir animándose a sacarse los velos que nos recubren hasta llegar a la esencia. Es un camino.
En tu poesía aparecen el amor y el desamor, los recuerdos, Cuba, la preocupación por el lenguaje y hasta robots y drones. ¿Cómo nace un poema? ¿Nace con un tema, con un tono, con una estructura, una musicalidad?
¿Has visto? En todos mis libros aparecen esas cosas. Recuerdos y Cuba. Dijo alguien que el verdadero paraíso es la infancia. Para mí sin duda lo fue, pero a eso súmale un escenario de paraíso, una isla, el mar omnipresente de un color que enamora, un sol que todo lo alegra y una vegetación que te envuelve y sobre todo un espíritu de risa y broma que todo lo tiñe. En su esencia, Cuba es igual hoy. La gente es como el andaluz, todo risa aunque sufra. Confianzudo, desinhibido. Cuba me sigue doliendo aunque la tenga cicatrizada. Y aparece en rachas todo el tiempo. ¿El desamor? Porque es lo que nos hace sufrir, y escribir sana, ¡así que el psicoanalista está ahí en la pantalla frente a uno en la computadora! Y, ¿cómo arranca un poema? A veces, muchas, es la frase, el verso, y ahí las imágenes se suceden. Pero de pronto es un olor de infancia lo que te sacude y sale. Lo más difícil es la idea inicial. Después hay que dejarse llevar por lo que a uno le sucede y tratar de describirlo, ponerlo en palabras, pocas, elegidas, compactas, expresivas. Y lo más importante para mí es que haya música en ellas. Ritmo. Eso es intuitivo. Mi origen debe tener mucho que ver. El ritmo para un cubano es genético.
Mencionás a Olga Orozco varias veces. Contame qué te liga a ella.
Olga Orozco con un solo poema, “Laberinto”, me quemó la cabeza. Y escribí mi propio laberinto en varios capítulos de estrofas cortas. Podría seguir. Cada verso de Orozco es una enciclopedia de sentimientos y cuestionamientos infinitos. Y una maestría con el lenguaje que te maravilla. Me parece una poeta extraordinaria. La admiro muchísimo y me conmueve. Una maestra, además, del verso largo.
La edición es una belleza, con ese papel en transparencia, y las imágenes de Eduardo Stupía, que convierten al libro en un objeto texto visual. ¿Cómo surgió esa idea y cómo fue el proceso de hilvanar texto e imagen para que juntos “signifiquen”?
Me gustan los libros objetos. Amo el arte. Me parece que hay una hermandad cantada entre la pintura y la poesía. Todos los artistas tienen a su poeta de cabecera. La poesía, como la pintura, es reflexión y expresión. Por eso siempre he querido acompañar mis poemas con un artista. A Stupía lo conocí hace muchísimo cuando era diagramador del diario de poesía y en una visita a su estudio descubrí que me contaba cosas. Que narraba. Y me dije en ese momento: “Cómo me gustaría que sus tintas me acompañaran en un libro”. Bueno, pasaron 22 años, pero finalmente sucedió con Desvelos. La idea del papel vegetal era ir sacándole velos a mis poemas también. Idea de la extraordinaria diseñadora con quien vengo trabajando en estos últimos dos libros. Se llama Leticia Kutiansky. Por lo demás, creo que lo más difícil de un libro de poemas es decidir un orden, buscarle el hilo conductor. Juntar imagen con texto fue fácil. Cada imagen de Stupía a mí me lleva a algún lugar que en algo se relaciona con mi poema. Fue muy fácil.
En la página 27 citás a Hemingway: “Y entonces supo que era allí adonde se dirigía”. ¿Podrías poner en palabras hacia donde se dirige tu escritura?
Hemingway, en su cuento “Las nieves del Kilimanjaro”, supo que allí se quedaba. Yo francamente no sé a dónde me llevará Desvelos. Cada libro es un crecimiento. Siento que voy sumando gente a la que algo de mi poesía la toca y eso me parece mágico. Ante tu pregunta hacia dónde siento que me lleva Desvelos… Me lleva a querer seguir produciendo, eso seguro. Publicar es compartir y tiene sabor a quiero más.
¿Cuánto influye el desarraigo, el exilio, la doble lengua en la escritura, en la creación de mundos?
El desarraigo influye tanto como puede influir algo traumático en la vida de un niño y ese niño crece además con la profunda tristeza de sus mayores añorando una Cuba libre que en vida no se les dio. Me parece que en la mía tampoco habrá de darse. Eso constituye una tristeza muy honda.
El idioma en mí es una mezcla que también está muy arraigada. Los cubanos no solo hablan diferente a los argentinos en cuanto a vocablos, sino que, por ejemplo, tienden a construir las frases de diferente manera. Conjugan distinto, también. Yo soy una perfecta ensalada mixta con ingredientes de ambos lados. Y a veces no sé si un refrán es de uno u otro país.
Y luego están esos dos mundos tan pero tan distintos, la gran ciudad de Buenos Aires y la frondosa isla tropical. De niña lo que más extrañé fue el verde, el jardín exuberante y el calor. Ni hablar del colegio, las amigas, la familia extendida y el mar.
Mientras vivíamos en Cuba, cuando mi madre pronunciaba la palabra “Argentina”, para mí estaba diciendo lejos. Y yo estaba instalada en ese “lejos”. Mi madre había nacido acá.
¿Estás trabajando en algo nuevo?
Hace muchísimos años que estoy trabajando en un libro basado en cartas que mi madre escribió a la suya. Fascinante historia la de ambas mujeres. Estoy intercalando además poemas en segunda persona que le hablan a la protagonista sobre todo diciendo lo que ella no se atreve a escribir. Es una mezcla de prosa y poesía difícil que veremos si resulta. Pero estoy decidida a terminar ese libro pronto.