Y al decir esta última frase me viene a la mente Susan Sontag, una ensayista e intelectual norteamericana, de grueso calibre, una de las mentes más lucidas del siglo XX, quien hace unos 40 años, publicó un ensayo brillante: “La enfermedad y sus metáforas”, que se percibió, entonces, en el ambiente médico como un tsunami, pero que aún hoy sentimos sus olas altísimas pues hablaba de la estigmatización, en la sociedad occidental, a los pacientes con cáncer, SIDA, sífilis, lepra y con tuberculosis… donde intentaba echar luz sobre el contagio. Ella dijo: “La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía: la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar”. Y es que, como suelo decir, la finitud entre la salud y la enfermedad es un hilo estambre, que – en algún momento – se rompe y comienza el cuesta abajo, esa “ciudadanía más cara” de la que Adrián Socorro Suárez nos intenta advertir, haya o no pandemia, porque vamos en fila india y tarde o temprano nos llega la salida definitiva. En fin, el mar, diría el poeta nacional, Nicolás Guillén; en fin… auxilio, ¡Socorro!, terminaremos diciendo todos.