En la cuarta zona temática incluyo los poemas que son guiños (o contraseñas) internas a la literatura, a autores y al ejercicio lector. En “Estatua de Florencio Sánchez” hay la tristeza nostálgica de una intemperie (o posibilidad de olvido) del dramaturgo uruguayo -que adoptamos como propio- convertido en piedra fría de nuestro país. En “Alice in Wonderland” está el ensueño de lectura del libro de Carroll, pero está el sueño del dormitar sobre el cabello enmaravillado de Alicia. Hay, si repasamos los poemas, una fijación de Abelardo por el cabello y por el amarillo; en poemas dedicados a sus mujeres amadas es una imagen que se reitera. En los dedicados “Mario de Lellis”, “Canto blanco en la bachata grande a Nicolás Guillén”, “Dos dibujos para Van Gogh” o “Para Aníbal de Antón” está el agradecimiento, la sorpresa y la amistad del autor para con su familia espiritual. En el último, escribe una mano con esa tentación jovial por el arrasamiento compartido del mundo: “Borracho amigo triste; yo te declaro hermano./Mi mano de hombre busca tu masculina mano/para darte, hecha verso, colmada de lirismo/mi alma, ¡que es poeta a pesar de mí mismo!” La separación de esa parte del cuerpo con la que escribe el Castillo joven y desde donde esparce el alma, proporciona a la amistad ese poder ser hacedora de versos; no es una cualidad intrínseca o personal la literatura, sino mancomunada, colectiva, nacida en el paciente y alborotado afecto de noches y lecturas. He aquí el eco de las tres revistas fundadas por el escritor con tanta gente alrededor, revistas literarias ya clásicas en nuestro país, como son El grillo de papel, El Escarabajo de Oro y El Ornitorrinco. En “Mario de Lellis” sigue esa fiesta nada secreta de las reuniones de escritores. Ve en ese amigo, en sus bigotes, una sinécdoque de dos personajes importantísimos: Chaplin y Poe (rescatados en el ensayo “El otro Poe” de Las palabras y los días): “tu parecido a dos, ricos en tumbo/y en bigote, vecinos tarambanas/de la risa y la muerte, tus bigotes/donde Chaplin y Poe tropezaban”. Y más arriba: “Una vez festejamos una fecha./Otra vez te morías a mansalva./Pero antes quién nos quita el vino, el truco; los actemines de abolir el alba”. La premura por vivir, por gastar la vida; eso trasunta el poema. En “Unamuno” advertimos la confesa admiración por el pensamiento del existencialista español que marcó a generaciones y a quien Castillo no deja de colocar como un quijote con su religiosa empresa de agonizarlo todo: “Agónico Miguel del mucho Gólgota/con tanto infierno y rajos por el alma,/qué soledad más sola fue la tuya/tan sin el Sancho Panza”.