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Marcelo Fox: no aparten las miradas de estas líneas

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Una obra de teatro perdida y de título incierto, dos libros publicados cuya reimpresión está prohibida y son inhallables, un puñado de poemas, relatos y artículos dispersos y un conjunto indeterminado de inéditos que fueron destruidos conforman su obra que, a manera de archivo abierto, acaban de publicar Matías H. Raia y Agustín Conde de Boeck.

Por Osvaldo Aguirre

Matías H. Raia y Agustín Conde de Boeck dedicaron cuatro años a la búsqueda de testimonios, imágenes y textos para construir finalmente “un archivo abierto”, como definen al libro que acaban de publicar. Vida, obra y milagros de Marcelo Fox, se inscribe en una línea de rescate de la contracultura de los años 60 que trazaron Opium, La Argentina beatnik, película de Darío Arandojo (2014), y Argentina beat, compilación de Federico Barea (2016), y pone el foco en la figura más enigmática de la época, un escritor maldito de presuntas simpatías nazis, un solitario que deambulaba por los circuitos de la vanguardia, el autor de una literatura desconcertante.

Estudiante de Letras a principios de los años 60, los primeros pasos de Fox (Argentina 1942-1972).fueron los de cualquier escritor joven que trata de publicar sus textos y hacerse conocido, como muestran sus colaboraciones esporádicas en las revistas Eco contemporáneo, Entrega y Opium, su participación en lecturas de poesía y el registro de una crónica periodística que hacia 1967 lo registra en una mesa del bar Moderno en compañía de sus pares Reynaldo Mariani, Néstor Sánchez y Sergio Mulet.

El Moderno (Maipú 918), enclavado en “la manzana loca” que delimitaban las calles Charcas, Paraguay, Esmeralda y Florida, era un lugar donde había que estar en la segunda mitad de los 60. Fox aparecía ataviado con una capota de la Gestapo, según algunas versiones, y su tarjeta personal lo presentaba como “emperador secreto del mundo, comandante de la caballería aérea de la muerte y jefe de las SS judías”. Las extravagancias estaban a la orden del día en un ambiente influenciado por las experiencias del Instituto Di Tella, pero aquellas actitudes reforzaron su aislamiento. “Nunca vi un tipo con tanto rechazo cultural”, dice el escultor Yoel Novoa, en la película Opium, la Argentina beatnik.

Fox pareció consciente de esas reacciones al dirigirse a los lectores de su libro Invitación a la masacre(Falbo Librero Editor, 1965): “No, por favor. No aparten las miradas de estas líneas porque las crean escritas por un degenerado. Concedan unos mitos de tregua al odio y ellas les explicarán la Verdad aunque yo ya no exista”.

Un conjuro

Publicado por Borde Perdido, Vida, obra y milagros de Marcelo Fox reúne testimonios y recuerdos de veintinueve escritores y artistas que frecuentaron al escritor maldito o son sus lectores devotos. “Este libro es un conjuro, casi una invocación”, dicen Matías H. Raia y Agustín Conde de Boeck en el prólogo, y la frase define tanto los objetivos como las dificultades de la investigación.

Seguir el rastro de Fox es internarse en un recorrido donde hay más preguntas que respuestas y donde los documentos sobre la vida y la obra surgen como restos de un naufragio, piezas que sobrevivieron al olvido y a la destrucción.

La desprolija solapa de Invitación a la masacre informó que Fox “escribió varias cosas” y que “merodea por la ciudad profetizando el magma, la noche de los cuchillos largos del fuego”. El título de cada uno de los trece relatos que componen el libro presenta en el índice figuras geométricas básicas en combinación. Si se trataba de una clave, no ha sido develada, pero el dato remite a las versiones de un Fox interesado en el esoterismo.

Otras incógnitas surgen de su segundo libro, Señal de fuego (1968). El texto, una serie de aforismos alucinados, fue publicado por José Antonio Yelpo, militante de ultraderecha conocido por su antisemitismo. Un año antes, Fox había colaborado en La hipotenusa, una revista de humor vinculada al nacionalismo, pero no hay mayores referencias al respecto ni testimonios que permitan cohesionar esas piezas aisladas. Pero los antecedentes del editor y la reproducción de esvásticas en el interior del libro refuerzan el estereotipo del escritor nazi.

El nazismo de Fox es sin embargo un interrogante -Yoel Novoa, testigo calificado de la historia, lo pone en duda y lo remite al simbolismo de la esvástica- y como sucede con otros aspectos de su vida el problema consiste en las escasas fuentes de información directas y en la proliferación de versiones cuyo origen es difícil de localizar. A falta de datos fehacientes, crece la leyenda y circulan relatos que lo describen como un lector poco menos que fanático de Hitler.

Invitado a una lectura, Fox se puso a gritar “soy nazi, soy comunista”. Esa consigna imposible sugiere más bien que no era una cosa ni la otra, sino que apostaba al factor de agitación, al escándalo y al rechazo que provocaban esas identificaciones, gesto reforzado al unir en una frase las ideologías antitéticas. “Soy”, por otra parte, es el título de uno de sus poemas de juventud, donde traza una demarcación tajante respecto de los demás (“Todos respetan las reglas del juego/ Todos repiten las fórmulas rituales/ Todos están solos”) y plantea una antítesis entre el individuo y la masa que parece resolverse con la muerte “para el que se arranca los ojos”.

El tono profético y la obsesiva tematización de la muerte son recurrentes en los textos. En los trece relatos de Invitación a la masacre, escritos en primera persona, “se ha iniciado, de una manera u otra, el fin de la humanidad”, dicen Raia y De Boeck; “la destrucción y el aniquilamiento aparecen transmutados en purificación”.

Las estructuras repetitivas son también habituales en algunos de sus poemas, configurados al modo de letanías, como parece el caso de “Soy” o “Ciudad”, el primero que publica (1961), en el que repite la palabra ciudad en los veintitrés versos que forman el texto y le adjudica una predicación negativa, ominosa (extranjera, absurda, del dolor, de la náusea, alienada, corrupta, robot, etc.).

“Los más grandes poetas, los que eligen como materia al mundo para imprimirle su delirio”, escribió en uno de los aforismos de Señal de fuego. En el relato “Los estandartes”, publicado de forma póstuma en 1976, conceptualiza las figuras del poeta y del místico y las sintetiza en lo que quizá fue su ideal, el poeta místico, “que vibra más allá de los nombres de la luz”.

El eslabón secreto

Fox es el ausente en las fotos grupales. Integra el grupo de la revista Opium, pero no aparece en la icónica imagen que reúne a Mariani, Mulet, Isidoro Laufer y Ruy Rodríguez; frecuenta el bar Moderno, y tampoco está en la foto que reúne a los jóvenes escritores de la época. Su presencia, sin embargo, se multiplica en las obras de escritores que lo reivindican y lo reconocen como un eslabón secreto e indispensable en la literatura argentina.

Fogwill relacionó sus libros con La tarántula, de Miguel Ángel Speroni, y El fiord, de Osvaldo Lamborghini: “releídos ahora son más nuevos que lo que se escribe contemporáneamente”, dijo. Alberto Laiseca fue su amigo en los años 60, dejó de frecuentarlo porque “se había vuelto peligroso” y lo convirtió en personaje de su novela en El jardín de las máquinas parlantes (1993).

Entrevistado en 2016, Laiseca desgrana una sucesión de definiciones que instalan un culto inquietante, como si el escritor maldito fuera un oficiante de misas negras: “Fox nació bajo una estrella mala”; “Fox, el destripador”; “Fox no tenía ningún talento, solo tenía genio”.

La muerte de Fox, atropellado por un tren en la estación Belgrano R el 11 de diciembre de 1972, está envuelta en versiones discordantes. Según algunos de sus allegados, fue un suicidio que siguió a tratamientos psiquiátricos y aplicaciones de electroshocks; según otros, fue un accidente. Los interrogantes acompañan su biografía hasta el final.

Sus libros no se reeditan por decisión de los herederos, y esa inhibición es un factor de propagación para la leyenda. “Quizás Fox dejó en el pasado los materiales para que un escritor en el presente escriba una novela futura -especuló Ariel Luppino en una publicación de Facebook-. Porque una novela perdida por los contemporáneos puede ser una novela ganada para la posteridad. Quizá esa novela perdida en el pasado se está escribiendo justo ahora, en este preciso momento”. Las profecías de Fox habrán de cumplirse en grandes textos de literatura.