Ti conosco da sempre, ma non ti ho mai capita. È meglio così, sconosciuti da una vita. J-AX, Fedez
Por Esteban de Gori
El Osito dejó de llamarse así. Un día le cambiamos el nombre. El pobre tipo, y sin enterarse de nada, se jodió. Mi prima accedió a regañadientes a esta modificación lexical, pero al final, le gustó. Al ahora ex Osito se le fue acabando crédito en el menú sentimental de quien siempre lo esperó a que mueva una ficha. La tarjeta black se quedó sin un peso para el derroche de paciencia. Ahora el muchacho, sin saberlo, asumió de facto otro nombre: “Tiempo compartido”. Así lo vive mi prima. Una vacación temporal durante la semana que ya se ha alargado por más de dos años. El “viejo” Osito está cerca del game over. Ni el sobrenombre le queda. Cuando el yo se angustia, a veces, intenta ponerle nombre a las cosas dando cuenta que algo está sucediendo. La ironía colabora bastante. En las (re)nominaciones hay una marca de algo que está en ciernes o entrando en zonas de turbulencias. Una vigilia del suceso.
Mi prima ya no espera y menos cuando el celular no para de traer mensajes de otros pretendientes que quieren sumarse a la lucha por seducir a la reina. Mi prima, para ciertas personas es la 1, para Gino es la tía Caio, pero, lo importante, es que en mi familia, las números 1 siempre fueron las mujeres. Desde el establecimiento de esta micro isla calabresa en Argentina, los tipos no tienen ninguna chance numérica.
“¡No vine a la vida a dormir mami!”, le dice mi prima a mi hermana mientras mira el celular con insistencia. Un fornido crossfitero de músculos trabajados y un eficiente panadero con una oferta culinaria poco despreciable no paran de mensajearla. Un canto al estilo calabrés: sangre y harina. “Mucha sangre y mucha harina”, lo repite y ella misma se ríe. Lo que era inquietante, estimulante y con cierta dosis de morbo con el Osito, con el tiempo se develó como una estrategia de la quietud. Ya no mueve nada, ya no genera curiosidad. Hay poca electricidad nos decimos, rememorando que en esos días se cayó la línea de una de las grandes empresas energéticas de Argentina. Hace algún tiempo que la piel no aprieta tanto. Y cuando eso se siente la cosa empieza a declinar y a dispersarse. No hay como el deseo de la curiosidad por el otro o por la otra, por curiosear sus escalas emocionales, por imaginarse en sus territorios epidérmicos y por saber en última instancia como juega con su piel y con sus emociones. Una línea en la cara o un movimiento de manos puede disparar una mirada deseosa. Un punto de inquietud y sorpresa. Una patria por conocer.
El ex Osito perdió subjetividad y cuando no hay sujeto (o cuerpo nombrado) ya no hay nada que curiosear. A veces para otros u otras nos transformamos en solo tiempo, es decir, en historia. Una mancha aceitosa en las agendas amorosas o emocionales.
En las reuniones de primos y primas usamos pocos y vagos conceptos psicoanalíticos. Nos sobreexcitamos cuando asumen algún grado de efectividad explicativa. El Freud y el Lacan de “Little Calabria” son dos pobres tipos contorsionados al uso nostro. Los usamos para explicarnos o justificarnos. Pero la verdad, ya no lo sabemos. Las narraciones ayudan a recolocarnos en el espacio presente, en nuestras luchas metafísicas, colaboran para ligarnos a un pasado inmediato y para dotar de historicidad a nuestra existencia. Necesitamos alguna épica, una identidad o inscripción para sobrevivir a esta velocidad incierta de la globalización. ¡No bombardeen Little Calabria! Además, ¿a quién no le gusta sumergirse en la elaboración de una narrativa sobre su biografía? ¿A quién no le gusta localizarse en el pantano de las identidades? Todos y todas somos camorreros con el lenguaje. El yo esta detonado en palabras para autonarrarse, autopercibirse o presentarse. Las redes sociales y los vínculos lo imponen. Contamos, de muchas maneras, nuestras vidas. Tenemos una lengua larga y, por momentos, incontenible. Algunas veces somos buenos y buenas intérpretes de nuestros actos y otras una fake news de nosotros mismos. Lo único que sé es que funciona, que camina. Y esto sucede porque al otro o a la otra no le interesa toda nuestra vida sino recortes, flashes, unas pocas libras de fluido e historia personal. Quien nos escucha pretende retener o guardar algo que lo linkee a su vida. Algo que conecte con sus palabras internas. Nuestra narrativa biográfica, en estos tiempos, está atravesada por la posverdad, una lengua posible para contarnos a nosotros mismos y un precioso material para interactuar con otros y otras. El otro o la otra es un escucha arriesgado, no sabemos ante quien está o ante quienes estamos. Una posibilidad: asumir la voluntad de conocer. Otra: lascialo perdere!
Hace muchos años una albanesa me dejó en la Isla de Malta. Hubiese preferido que me arroje a los lobos en Roma. Roma siempre te levanta, te da un Coliseo para luchar, una esperanza de sobrevivir, te ofrece una teta (la de la loba) o de empezar de vuelta con el aliento en la nuca de los gladiadores. Malta es una isla y no es fácil escapar. Me lo dijo en un rápido albanés kam humbur kuriositentin tek ju y después lo tradujo a un italiano no sonoro. Un italiano desprovisto de dolor. Administrativo. “Perdí la curiosidad en vos”, me dijo. Fueron 2 segundos en el pub Zmerc. Siempre pensé que era una gran frase para dejar a alguien. Con ese argumento no existía ninguna posibilidad de tirar líneas, de abrir una diplomacia emocional o de preguntar por qué. ¡Game over baby. Vaffanculo wacho! En el Zmerc me habían puesto la valija y el campari en el puerta. Y no quedo otra. ¡Vai via!
La curiosidad asociada con mucha fuerza al conocimiento posee un vínculo, a veces imperceptible, con el territorio de las pasiones. Curiosus, origen latino, significa esmero e interés en abundancia. Curiosear en el otro o en la otra aquello que se va develando, que se va manifestando, que aparece como un relámpago, como una luz o que simplemente está ahí para ser capturado. Eso nos sitúa. Cada subjetividad es una caja de sorpresas, un misterio zigzagueante. Curiosear es una fuerza propulsora hacia el mundo y hacia los otros y otras. Un llamado extraño a conocer con los sentidos (con todos o con algunos). Es romper algo de la (milagrosa) extrañeza que el otro o la otra carga. Es un impulso de conocer que no termina mientras el deseo empuje la llama. Cuando se termina, Game over baby. Pero curiosear no es gratis. Te puede meter en problemas o pegotearte en el pellejo (desconocido o a conocer) de la otra persona. Transformarte en un fisgón o fisgona de ciertas vidas o lanzarte a la odisea de conocer y experimentar en carne propia al otro u otra. La curiosidad mueve la carne y los huesos del alma, como me explicaba una filósofa amiga. La curiosidad y el amor no se necesitan mutuamente pero a veces se interseccionan como una maldición.
“Malta valió la pena”, advertía mi psicóloga. “Yo sufro y vos lo ves como algo interesante, ¡no me jodas!”, le replicaba. A ella le parecía curioso el evento.