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Navidad Navidad la, la, la.

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Por Claribel Terré Morell

Obra de Yuniel  Delgado Castillo

Un Papá Noel trasnochado, deprimido, bebedor, glotón, como el de la obra del artista cubano, Yuniel Delgado Castillo se acerca más a la imagen que siempre tuve -hasta que me amigué- de Papá Noel o Santa Claus, el personaje que tradicionalmente trae los regalos a los niños que se han portado bien en casi todo el mundo.

Por la época en la que en la Cuba de mi infancia desterraron todo lo que olía a Nochebuena, Navidad y Reyes Magos, y desaparecieron por decreto los árboles de Navidad, y los belenes que representaban el nacimiento de Jesús, los caramelos y las cenas en familia, yo descubría a Papa Noel, en una postal que había recibido por correos, mi abuelo Nico que no era mi abuelo de verdad, pero como si lo fuera.

El viejito gordo de barba con cara de bueno que había atravesado el mundo y llegado a Cuba en un sobre de correo, anticipaba felicidad y regalos a los niños, pero mentía.

Los niños cubanos supimos, casi todos a la misma vez, que no existía Papá Noel y tampoco los Reyes Magos. Dijimos adiós a la fantasía y a los regalos dejados al lado del árbol y aparecieron los cupones para comprar tres juguetes y los sorteos masivos con trampas. Los juguetes, chinos, rusos y de fabricación nacional, llegaban para celebrar una Revolución incipiente que por cambiar, cambió hasta las fechas y los motivos de celebración.

Recuerdo la última vez que ayudé a mi padre a llevar el arbolito que era mucho más grande que yo, desde la sala hasta la habitación en el patio trasero y dejarlo de pie aun con las bolas y las luces puestas que nunca más se encendieron. Recuerdo haberlo visto muchos años después, yo adulta y, aún tenía pegado algodones que simulaban la nieve. Un día cuando ya me había ido lejos y volví a la casa de mi infancia, ya no estaba. En un rincón solo encontré la cabeza cortada del Rey Melchor. No sé qué pasó con el arbolito ni con los otros reyes. Siempre quiero preguntárselo a mi madre pero se me olvida.

Cuando comencé a escribir esta nota me preguntaba ¿Qué sabía yo realmente acerca de las Fiestas Navideñas? ¿Mis recuerdos infantiles eran ciertos o eran casi todos, una fantasía cruel, alimentada por lo que viví y leí en los libros?

Fue mi abuelo Nico Clark el que me regaló el libro, Cuento de Navidad, escrito por Charles Dickens que narra la historia de Ebenezer Scrooge, un anciano que recibe la visita del fantasma de su antiguo socio Jacob Marley y de los espíritus de las navidades pasadas, presentes y futuras. Desde entonces hay cierta predisposición en mí en leer y releer, cuentos de Navidad, buenos y malos, no importa si lo escribió Charles Dickens, Óscar Wilde, Bécquer, Stevenson, Chéjov, Truman Capote o Paul Auster. Sí confieso que vuelvo una y otra vez a Agatha Christie en sus Navidades trágicas. 

A mi hija y a mi hijo, cuando era niños, les anticipé que Papá Noel no existía y que éramos su padre y yo quienes le comprábamos los juguetes. Se los dije tratando que no les doliera. Creo que la noticia no les molestó pero ellos se los dijeron a sus compañeros en la escuela. Las madres de los niños se enojaron y me llamaron ¿Qué derecho tenía yo a romper las fantasías de sus hijos y los míos?

Le escribo a Yuniel preguntándole sobre su obra. Me responde: “La pieza encierra muchos mensajes, es lo que siempre busco en mi trabajo, pero la veo como el paso de tiempo sobre la magia, la imaginación que nos hace felices a algunos por ciertos momentos y nos alejan de la realidad donde hay millones de niños que no saben lo que es la Navidad, ni la vida en sí. Yo vengo de Cuba donde nunca pude vivir la Navidad por las condiciones políticas y para mí esta parte está representada en esta obra, donde llevo a Papa Noel a la vida real, donde se cansa se deprime, pasa hambre y el tiempo pasa”.

En esta Navidad mi prima Luly viene a Buenos Aires a pasarla con nosotros. La única foto de niña en la que no me río la tomó su padre que era el mejor fotógrafo de mi pueblo. A veces pienso que  soy yo, el día que supe que Papá Noel también me había mentido. Me miro a mi misma. Estoy triste.

Busco un final feliz para este cuento de Navidad. Y lo encuentro. Esta soy yo, el día que me amigué con Papá Noel. Fue en Buenos Aires y la culpa la tuvo mi amigo, Jorge Vega. El me dijo una frase de Debussy “La fantasía es la ley”. Esa noche volví a comer los bastones de caramelo.

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