Las ganas de escribir son una especie de calentura, una intensidad que exige ser atendida; los libros que me generan eso se convierten en mis dioses, me los quedo cerca, como si me danzaran alrededor. Entre ellos podría mencionar casi cualquier libro de Barthes, de Imre Kertész, Proleterka de Fleur Jaeggy, muchos de Kafka (sobre todo sus diarios), El espacio literario de Blanchot y también otros de él, las novelas de Clarice Lispector, La trompetilla acústica de Leonora Carrington, La llegada a la escritura de Hélène Cixous, La peste, El extranjero y El mito de Sísifo, de Camus. Bueno, y podría seguir.