Por Theo Renoir Duplantis
Hace ya unos cuantos años, en otra entrevista a raíz de la publicación en Planeta de su libro de testimonio Jineteras (nombre que esa editorial decidió imponerle al original, cuyo título era Habana Babilonia o Prostitutas en Cuba), el escritor cubano Amir Valle aseguró que catalogaba su libro como “No ficción” y no como “testimonio”, pues había utilizado una mixtura de géneros (el testimonio, la entrevista, el análisis periodístico, la recreación narrativa de las historias y el ensayo) para estructurar esa obra, considerada ya por la crítica latinoamericana un clásico del género y que, como para reafirmar la opinión de su autor, se alzó con el Premio Internacional “Rodolfo Walsh” 2007, que cada año se concede en España a la mejor obra de no ficción publicada en lengua española.
A ese modo de encarar este difícil género, Valle –quien, a estas alturas, es considerado un maestro de la no ficción, con obras en ese género traducidas a numerosos idiomas– le añade un concepto que, este sí, llega del testimonio: “la voz de los sin voz”. De ese modo, explicó en una conferencia en La Sorbona, en 2007, “al menos yo concibo un género híbrido, que rompe los límites de todos los géneros que integra, persiguiendo un único objetivo: mostrar la realidad desde la perspectiva usualmente marginada de los perdedores, darle voz a quienes la historia, que siempre es escrita por los vencedores, les ha secuestrado la voz”.
Tras sus libros sobre el conflicto israelo-palestino, la censura en Cuba, la migración de países árabes a Europa y el rescate de la vida de míticos y olvidados mártires latinoamericanos, Valle aprovecha su estancia de casi 20 años en Alemania y se aparece con un libro que se cataloga ya como “singular”: El aliento del lobo. La Stasi, el muro de Berlín y la vida de nosotros, cuya sinopsis no puede ser más ilustrativa:
Se develan también las oscuras tramas de poder de la Stasi, junto a la siniestra KGB soviética, en su lucha por extender la égida del totalitarismo mediante operaciones de inteligencia y contrainteligencia a las dos Alemanias, al entonces llamado «campo socialista», a los satélites del poder de la URSS en otras regiones y hacia el resto de los «enemigos capitalistas». Una estrategia, que incluía alianzas con cualquier enemigo de Estados Unidos y Occidente, e incluso con renombrados grupos y personajes del terrorismo internacional. Las víctimas pertenecían precisamente a eso que la Stasi y el resto de los servicios de inteligencia de sistemas totalitarios en el mundo decían defender: el pueblo. Este libro también les da voz.
La definición de “libro singular” lo acuña la propia editorial Anaya, que ha publicado este libro en su sello Oberón. ¿Estás de acuerdo con esa definición?
Yo no diría singular; diría diferente. Pasé seis meses intensos escribiendo este libro, y eso me propuse porque sobre la Stasi, la siniestra policía política de la Alemania comunista, se han escrito muchos libros, pero por la complejidad del tema, por el amplio espectro de aristas que ese engendro contaminó en sus casi cuarenta años de existencia, todos los libros intentan esclarecer solo alguna de esas aristas. Yo mismo, cuando quise investigar sobre el fenómeno, llegué a reunir cerca de cincuenta libros en español, alemán e inglés, y cada uno de esos libros buscaba entender una raíz distinta de ese mal. Debo decir que en unos casos lo conseguían, pero la mayoría de los libros escritos son muy parcializados ideológicamente, y eso, se sabe, le pone cotos a la búsqueda de la verdad, que debe ser un proceso objetivo. El reto entonces fue ese: debía escribir algo que, sin ser superficial ni muy general, permitiera una comprensión abarcadora de qué cosa fue la Stasi y, en ese propósito, encontré una clave… mostrar toda esa oscuridad desde la corrupta y desalmada crueldad de los verdugos y desde el dolor testimonial de las víctimas.
Por lo que comentas, la investigación duró bastante tiempo…
Sí, bastante tiempo, pues nunca pensé escribir un libro así, precisamente porque creía que ya estaba todo dicho. Primero fue mi encuentro con una de las víctimas: esa conversación, muy difícil en lo sentimental, me inoculó el bichito de que yo podía ampliar “mi repertorio” de literatura de temas “no cubanos” con un asunto que, aunque no estaba directamente vinculado a Cuba, sí tiene muchas ramificaciones hacia esa historia nuestra de las últimas seis décadas. Luego todo pareció desencadenarse: un día necesité hacer una práctica en terreno, como parte del curso superior de idioma alemán que cursaba entonces, y cuando comencé a buscar dónde hacer esa práctica, un gran amigo, también exiliado en Berlín, el historiador Jorge Luis García Vázquez, habló con los directivos del Museo Prisión de la Stasi en Hohenschönhausen, y ellos me propusieron hacer una estancia allí como “Escritor Invitado”, con lo cual tuve acceso a sus archivos y, por extensión, al resto de los archivos de la Stasi en Berlín. Luego, en mi trabajo como periodista en la agencia de noticias y televisión alemana Deutsche Welle, tuve que entrevistar a víctimas de la Stasi. Y finalmente, mis vínculos de trabajo con políticos alemanes vinculados a la investigación en torno al trauma provocado por la Stasi en la sociedad alemana, así como con intelectuales y artistas alemanes que fueron víctimas de la represión, todo eso… me fue empujando a reunir materiales para alguna vez escribir algo que no fueran las relaciones entre las policías políticas de la entonces RDA y Cuba, pues ese tema ya lo ha abordado Jorge Luis García Vázquez en artículos y un libro que aún permanece inédito.
¿Cómo empieza, entonces, El aliento del lobo a tomar cuerpo?
En la editorial Anaya surge la idea de publicar un libro sobre la Stasi, creo que impulsados por la excelente acogida de un libro: Nadia Comaneci y la policía secreta. Historia de la Guerra Fría, que contó la horrible experiencia de vida de esa famosa gimnasta rumana cuando la policía política del dictador comunista Nicolae Ceaușescu la convirtió en un símbolo esclavo de la superioridad del socialismo en Rumanía. Mi colega y amiga, la periodista Lidia Señarís Cejas, que colabora con Anaya, les sugirió mi nombre. Conversamos y les gustó la propuesta que hice, así que, aprovechando mis usuales vacaciones de verano en España, comencé a escribir, después de organizar durante semanas toda la información que había recogido en casi 10 años de investigación sobre la Stasi. Podríamos decir, en resumen, que este lobo respira por la entusiasta proposición de Lidia primero y, después, por la calurosa y efusiva acogida que al proyecto le dio el Editor Jefe del sello Oberón, Eugenio Tuya, a quien, por cierto, debo el nombre final del libro, pues esa frase del subtítulo: “la vida de nosotros”, que rinde homenaje a la película alemana “La vida de los otros”, se debe a su intención de que el tema no se quedara solamente en los impactos sociales e históricos de aquellos años (de 1950 a 1990 cuando cae el comunismo en la RDA) sino que buscáramos también qué ramificaciones dejó ese engendro al presente, a nuestras vidas hoy.
Si tuvieras que definir una revelación, quizás la más importante revelación que te ha hecho la escritura de este libro, ¿cuál sería?
Una triste revelación, sin dudas. Mientras más investigaba, mientras más testimonios de víctimas leía en los archivos de la Stasi, mientras más hurgaba en las intenciones y las estrategias de vida de los verdugos, más claro se me hacía la doblez del discurso del socialismo que la Unión Soviética impuso a la fuerza en los países que liberó de la bota hitleriana en 1945. Decían defender un mundo más humano utilizando contra su propio pueblo métodos absolutamente inhumanos, bárbaros, maquiavélicos, sádicos.
La horrenda represión que leemos en la novela 1984 de George Orwell, que consideramos la que mejor refleja el control social extremo al que pueden llegar las dictaduras, parece una ingenua novela infantil comparada con el método de control concebido por los cerebros enfermos de poder de la Stasi. Los partidos políticos que intentaron imponer ese “humanísimo” sistema, supuestamente menos cruel y salvaje que el capitalismo contra el que luchaban, concibieron instrumentos de represión que han dejado una larga estela de crueldad y salvajismo que alcanzó a millones de víctimas. Eso explica que, desde que en 1989 cayó el muro de Berlín y, poco después, se hizo añicos el modelo de socialismo impuesto por la entonces Unión Soviética en Europa del Este, incluso los más rabiosos y ciegos defensores de ese sistema hacen mutis por el foro cuando se les echa en cara las heridas humanas y sociales provocadas por las sofisticadas estrategias de represión que se impusieron en todos esos países bajo la asesoría de los dos cabecillas de ese engendro: la KGB, la policía política soviética, y la Stasi alemana.
¿Y Cuba? Imagino que, al ser cubano, hayas buscado los lazos entre la Stasi y la Seguridad del Estado de Cuba, o G2, como suele conocerse todavía, pese a que el G2 era un departamento de la policía política en los primeros años de la Revolución.
Obviamente, como cubano fue uno de mis focos de atención, pero esa relación aparece en el libro de modo bastante general, apenas en sus aspectos esenciales, primero, porque como dije antes, existe una muy amplia investigación del historiador Jorge Luis García Vázquez sobre esas relaciones y me propuse no interferir en esa investigación, incluso aun cuando él fue uno de mis asesores para El aliento del lobo, y segundo, porque el tema Cuba era una de las tantas aristas en las que no debía concentrarme mucho para no apartarme de la estructura que concebí en el reto de ser lo más abarcador posible. Eso sí, ya que una de esas otras aristas fue el puente que tendió la Stasi al terrorismo internacional y cómo se inmiscuyó en la formación de los llamados “movimientos de liberación nacional” latinoamericanos, la presencia de Cuba está ahí, mostrando cómo le sirvió de puente e instrumento útil a la KGB y a la Stasi para extender la ideología comunista en América Latina y otras partes del mundo.
Uno de los argumentos de los defensores del sistema que se impuso en la antigua RDA, y específicamente argumento de quienes defienden el papel de la Stasi, es que no puede seguirse cuestionando los que llaman “errores del pasado”…
Esa fue una de las tesis preferidas de Erich Mielke, el más poderoso ministro de la Stasi, quien dedicó varios años de su vida a intentar justificar las acciones siniestras del engendro que él perfeccionó desde que asumió el poder en el ministerio en 1957. Uno de los capítulos del libro recoge testimonios y un análisis de cómo, mientras el Estado alemán les dio protección a los verdugos de la Stasi, con la intención de que nadie pudiera culpar a los políticos de buscar venganza, muchas de las víctimas ni siquiera han sido indemnizadas por la destrucción de sus vidas y tienen que atravesar un verdadero calvario burocrático para que sus reclamaciones sean escuchadas. ¿La razón? Que, aunque tienen testigos del horror que vivieron, no pueden demostrar ante un tribunal que existió una represión planificada contra ellos, porque sus expedientes fueron de esos millones de documentos que los funcionarios de la Stasi lograron quemar o destruir cuando vieron que su torre de poder se desmoronaba. Ahora mismo, más de 30 años transcurridos desde que la Stasi desapareció, las heridas de cientos de miles de alemanes siguen abiertas, y lo más triste es que eso ocurre en la misma sociedad donde a muchos de los verdugos se les ha permitido durante años ocupar cargos importantes en estructuras comerciales y financieras. El ejemplo más claro fue el de Markus Wolf, el jefe de la inteligencia internacional de la Stasi, el cerebro que vinculó a los servicios secretos alemanes y de otros países socialistas con movimientos catalogados de terroristas: Wolf durante años, después de la caída del muro, y sin que se lograra condenarlo por su responsabilidad como alto directivo de la Stasi, fue uno de los periodistas más mediáticos en Alemania, le publicaron sus libros sobre el tema, le permitieron dar conferencias en muchos sitios y era una presencia casi fija en la televisión. Un verdadero desatino que demuestra que no estamos hablando de ningún pasado muerto.
El periodista que soy es mi mejor socio en eso de buscar temas e historias
En tu conocido libro Habana Babilonia o Prostitutas en Cuba, cuya última edición (y la primera edición cubana, publicada por una editorial de la diáspora) está disponible en varias plataformas de venta online, mencionas varias veces lo difícil que fue sentimentalmente entrevistar a varias de las muchachas que en Cuba ustedes llaman “jineteras”. ¿Con este libro tuviste esa experiencia?
Debo decir que fue más duro. Esa versión que comentas de Habana Babilonia, que es una versión actualizada en 2019 y espero que ya la definitiva de ese libro, aparecen ya los nombres verdaderos de muchas de las muchachas que en 1997 entrevisté en la clandestinidad con sus “nombres de guerra”. Fue su decisión mostrar la cara, su verdadera identidad, pues la mayoría vive ya fuera de Cuba y han dejado atrás ese pasado, una experiencia dolorosa pero que las convirtió, eso me han dicho, en seres humanos mejores. No es el caso de muchas de las víctimas que entrevisté para El aliento del lobo. Casi todos tenían las heridas supurando por la rabia de que, en su opinión, en un intento de respetar el Estado de Derecho y libertades del que supuestamente disfrutamos en Alemania, no se ha aplicado una verdadera justicia contra los victimarios y los verdugos de la Stasi. Algunas víctimas, con sus vidas destrozadas de entonces a hoy por un método llamado Zersetzung o “aniquilación del individuo” muy usual en la metodología de represión de la Stasi, han tenido que convivir por años en el mismo barrio e incluso en el mismo edificio donde su antiguo verdugo disfruta de una vida plena, exitosa y financieramente estable, protegido por las leyes del Estado alemán que establece incluso el derecho de esos antiguos verdugos a que su nombre no sea mencionado cuando se habla de la Stasi a no ser que sea en un tribunal. Son muchas caras del dolor, incluso del odio, y hasta del deseo de venganza, que siguen hoy conmocionando la sociedad alemana, que es, por cierto, una sociedad que tampoco se ha recuperado de las heridas y las marcas terribles que dejó el nazismo.
Leyendo la conferencia que impartiste en París, en La Sorbona, sobre cómo la investigación que hiciste en Cuba para Habana Babilonia terminó poniendo en tus manos historias reales que convertiste en las novelas negras de tu exitosa saga “El descenso a los infiernos”, sobre casos criminales ocurridos en los barrios de Centro Habana y La Habana Vieja, me pregunté si te sucedió lo mismo mientras investigabas para este libro.
Creo que, salvo mi primer libro de cuentos, que era muy onírico, toda mi obra está basada en hechos reales. El periodista que soy es mi mejor socio en eso de buscar temas e historias para mis novelas. Obviamente, hay cinco o seis testimonios de víctimas de la Stasi que tuve que dejar fuera y son de un horror tan absurdo que sé que alguna vez se convertirán en novela. De hecho, antes de que saliera este libro publiqué en la editorial cubano/española Verbum, en enero de este 2024, una novela que recrea una de esas historias: un oficial de la Stasi, supuestamente hijo de uno de los asesores militares alemanes que trabajó en Cuba en los años 60 asesorando la formación de los órganos de Seguridad del Estado, en 1990, cuando se abren los archivos de la Stasi descubre que incluso a él, un oficial de confianza, sus colegas de la policía política le habían hecho un grueso expediente de vigilancia, y en ese expediente aparece un detalle que cambia toda su vida… resulta que es cubano, pues fue adoptado en Cuba y su verdadero padre parece ser uno de esos hombres leales al comandante rebelde Camilo Cienfuegos que murieron en extraños “accidentes” por la osadía de querer investigar sobre la rara muerte de su querido comandante. No digo más para no revelar la trama de la novela. Pero es un hecho absolutamente real, basado en una entrevista que me concedió este curioso y controvertido personaje. Como suele repetirse en estos casos: la realidad supera siempre la ficción.