Encerrarme en un centro de exposiciones un domingo de sol, no era la mejor idea, pero no me quedaban muchas alternativas: Pinta BA Foto dura solo tres días.
Caminé por los pasillos, haciendo un derrotero prolijo para no perderme nada, para ver lo repetido año tras año o descubrir algún destello seductor. Así iba, cambiando de “modo” en cada espacio, hasta que me atrajo un color rosa, inesperado para ese escenario vanguardista. ¿Qué rosa? Un rosa bebé, no; un rosa intenso de comic, tampoco; un rosita discreto e inequívocamente femenino con el que hubiera estado pintada una peluquería de barrio. Eso. De las paredes colgaban extraordinarios retratos en blanco y negro de las más famosas vedettes y capo cómicos del teatro de revistas porteño de los 60, 70 y 80. Copias estupendas de quienes fueran íconos de su época en el Maipo y el Nacional: Moria Casán, Nélida Lobato, Zulma Faiad, Susana Giménez, Alberto Olmedo, Amelita Vargas, el Gordo Porcel, Tita Merello, Mimí Pons, las hermanas Rojo y muchísimos otros. Luces, brillo, escenarios, bailarines, todo estaba ahí, condensado en tres paredes y una planera que guardaba imágenes pequeñas, cuidadosamente protegidas de la luz, para verse casi en secreto, intervenidas, kitsch, deliciosas.
Investigué un poco la historia atrapante de ese archivo descubierto por casualidad y de las hermanas Escarriá, tres mujeres colombianas, que fotografiaron lo más audaz de la época, de una manera casera, sin estridencias, en su propia casa-estudio de la calle Corrientes, donde vivieron hasta su muerte.
En Hache, la galería, pude ver el catálogo impecable de la exposición Temporada fulgor – Foto Estudio Luisita, exhibida en Malba en 2021/22 y, como bonus track, me facilitaron el acceso al documental Foto Estudio Luisita, dirigido por Sol Miraglia y Hugo Manso.
Ver la película fue descubrirme conmovida por algo lejano y nostálgico de una vida nocturna que nunca fue la mía. Tal vez no solo tuviese que ver con personajes míticos del imaginario popular o con revisitar el esplendor de la calle Corrientes, sino con que el film es una inmersión amorosa en la vida cotidiana de estas hermanas discretas, responsables de las mejores fotos del mundo revisteril de la época para marquesinas, revistas y programas de teatro como un trabajo más, una forma de sustento como cualquier otro.
El clima entrañable, lento, como los movimientos de las protagonistas nos acerca al sabor de un ambiente en el que no se deslinda el taller del hogar, donde los flashes y las plumas convivieron en armonía con las arepas, el café caliente y las tortas de cumpleaños que compartían con los fotografiados.
Luisita, la fotógrafa y Chela, encargada de las magias del laboratorio, son el resultado de una simbiosis de convivencia ininterrumpida, trabajo, cotidianeidad y cuidado mutuo. Chela admira a Luisita: – “Luisita tiene un don, siempre ve el lado bueno de cada modelo y lo pone en la foto” dice Chela – “Yo soy el lado oscuro de la luna. Mi trabajo siempre ha estado oculto”.
La fotografía cuidadosa del film desmenuza ese piso lleno de objetos reconocibles en las casas de nuestros abuelos o vecinos. Nos abre la puerta a sus vidas a través de detalles de la decoración, cristalizada en los años ´70: cortinas de voile Niza, tapizados geométricos en gamas de marrones, muñecas, flores de plástico, plantas sencillas: lazos de amor que crecen en rincones poco iluminados replicando un verdor tropical que, en algún lado, aún se añora. La radio vieja y el ventilador de pie funcionan. Allí el tiempo es otro, y se nota. La imperiosa necesidad de renovarlo todo, está ausente.
Tomas sensibles que narran sin necesidad de palabras nos convierten en casi, un poco amigos de las Escarriá.
“Nuestros padres eran fotógrafos y nos enseñaron a ver la luz” comenta Luisita como un homenaje a ellos. No hace falta que lo diga, solo detenernos en alguna de las fotos de la Primera Comunión de Luisita y Chela que aparecen en el film, es reconocer en ellos esa capacidad maravillosa que sus hijas aprendieron y aplicaron en su trabajo.
El cierre y los créditos finales enternecen con un aire fresco y lúdico. Respondiendo a la estética de Fotos Luisita, pasan escenas de las hermanas riendo divertidas frente a un monitor donde las capacidades digitales de una appmuy rudimentaria les pone caritas de perro o las rodea de flores.
Un conjunto de imperdibles fotomontajes enumera al equipo participante en el film.
Dos días después de ver Foto Estudio Luisita, yo estaba en Villa Crespo entrevistando a Sol Miraglia, fotógrafa, cineasta y única depositaria del archivo de las hermanas Escarriá que preserva vivo y en movimiento.
¿Cómo encontraste el material?
Mi primer descubrimiento fue un calendario, regalo de fin de año con fotos de vedettes decoradas con brillantina guardado en la casa de reparación de cámaras donde yo trabajaba, enviado por Luisita Escarriá, una clienta del lugar. Me fascinó. Con el tiempo pude conocerla y lentamente fuimos haciéndonos amigas, entablando una especie de relación de abuela-nieta, ayudándola a ella y a sus hermanas en cosas cotidianas.
Su casa-estudio era increíble: paredes enteramente cubiertas por grandes retratos de celebridades de la revista porteña.
Un día, por casualidad me topé con un montón de cajas guardadas bajo una cama. Era un archivo inmenso de su trabajo -cuenta Sol- yo tenía diecinueve años y me pareció alucinante. Quise saber más y la busqué en Google. ¿Cómo podía ser que no hubiese nada? ¿Qué hubiera cero información de todo eso?
Me angustió que se perdiera y sentí que había que salvarlo. Con ayuda de Luisita empezamos a ordenar el archivo en su casa.
¿Por qué el documental?
Mostrar sus fotos era poco. Para a conocer el trabajo de las Escarriá no alcanzaba con una muestra o un libro, hacía falta contar más, mostrar el contrapunto de ese departamento, hablar acerca de ese matriarcado absoluto de mujeres solteras, que siempre habían vivido juntas, con sus tres perritos, dedicadas por entero a mantenerse con su trabajo, sin haber sido del todo reconocidas por su calidad. Así nace, en 2018, Foto Estudio Luisita el film que hicimos con Hugo Manso.
¿Qué fue lo más fuerte que descubriste en ese material?
Sin duda uno de los mejores hallazgos fue la caja rotulada “Maipo ´73” que contenía negativos completos, en perfecto estado, nunca copiados.
Ellas retocaban y recortaban las imágenes que se hacían en el living de su casa para que no se vieran cables, un ventilador o un calendario, que, inevitablemente entraban en el cuadro, y quedara impecable. También en los retoques, aparece algo fantasmal, el deseo de ocultar lo que no debe verse para ofrecer solo glamur.
Pero yo creo que la historia se cuenta entera desde un negativo completo. Las periferias y los bordes completan el sentido y la información. La vida está allí, en lo que “sobra”.
¿Podríamos decir, entonces, que Sol Miraglia, la cineasta, es básicamente una chica de bordes y periferias?
(La mirada se enciende detrás de sus anteojos de grueso marco negro y sonríe apenas)