En la novela Niveles de vida, Julian Barnes dice: “Vivimos a ras del suelo, en lo llano, y sin embargo aspiramos a elevarnos. Terrestres, a veces ascendemos tan alto como los dioses. Algunos se elevan por medio del arte, otros con la religión; la mayoría, con el amor. Pero al elevarnos también podemos caer en picado. Hay pocos aterrizajes suaves. Podemos rebotar en el suelo con tal fuerza que se nos fractura una pierna y somos arrastrados hacia una vía férrea extranjera”. Acá ya no hablamos de cometas de papel ni de aladeltas ultralivianos, sino de que esa necesidad y ese deseo de elevarnos nos impulsa a hacer locuras, nos pierde entre las nubes y hay grandes probabilidades de sufrir una violenta caída. “Cada historia de amor es en potencia una historia de aflicción. Si no al principio, más tarde. Si no para uno, para el otro. Entonces, ¿por qué aspiramos continuamente al amor? Porque el amor es el punto de encuentro entre la verdad y la magia”. Pero, ¿qué quiere decir esto? Sabemos que la caída es un hecho, y puede ser por muchas razones, casi todos las conocemos porque alguna vez las hemos experimentado: abandonos, traiciones, desengaños. Y otra mucho más cruel, la muerte del ser querido. La novela de Barnes está dividida en tres partes, y las dos primeras “El pecado de la altura” y “En lo llano”, no son más que la sutil y engañosa preparación del mazazo que nos depara la última parte, titulada “La pérdida de profundidad”. Pasamos de lo ajeno, de la crónica periodística de tintes históricos a un relato íntimo, el relato de la muerte de su mujer, con quien el autor compartió los últimos treinta años.