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Bajo asedio

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Por Esteban De Gori

Ilustraciones @asispercales

I

Ayer me llegó por WhatsApp otra solicitud de un grupo de científicos pidiendo mayores restricciones. “Brasil Stop”, me escribió alguien cansada de tanto pedido de firma on line. Tengo tantas solicitudes enviadas los últimos meses que no sé cuál firmé. Los progresismos covid firman muchas solicitadas. Pedidos al Estado, al gobierno, a los ciudadanos, a las ciudadanas. ¡Hagan algo! Y de paso cierta pedagogía de la corrección política. Caminan entre la restricción en nombre de la vida y los derechos individuales. Así fue todo al año. Así fuimos cada uno de nosotros y nosotras. Con Brasil y Paraguay sometidos a grandes padecimientos y al desquicio sanitario se le pide al Estado argentino que selle las fronteras. Que apure la vacunación. ¡Que haga algo! En este año las demandas sociales han sometido al sistema político y a las dirigencias a una difícil prueba: mandar cuando todo se cae y muta. Algunos presidentes se fueron, otros se erosionaron y otros se irán sin pena ni gloria. El retiro de colaboración a un gobierno asumió velocidades de idas y vueltas acuciantes.

Cerrar fronteras no es nuevo en este momento. Varios países recurrieron a esta política. Los gobernadores argentinos de frontera obstaculizaron la circulación en sus distritos. Gildo Insfran, para tomar un caso, no puede ser pensado sin su vínculo con Paraguay. El peronismo formoseño, desde los años cuarenta, carga con dos marcas: su relación con el país vecino (el padre del primer gobernador peronista fue proveedor de recursos para la Guerra de la Triple Alianza) y la representación de los sectores urbanos (por ello hasta hoy su compleja relación con el mundo rural e indígena). Hoy parte de ese mundo urbano le plantea su malestar y crítica. Nada es como era. El lockdown perjudicó trabajadores, trabajadoras y comerciantes e irrumpió en el mercado interno que había aceitado durante años ese mismo peronismo. Frenar el mundo cotidiano y político (con diversas represiones), después de un año, tiene sus efectos. “Nadie ya manda como antes”, me diría mi abuela Olinda, que lo único que hizo en su vida fue exigir obediencia (a veces de manera dulce otras no tanto). Formosa no es el Paraguay de Stroessner, ni siquiera es la “propiedad” de Insfran. Es un laboratorio del orden en pandemia y en el cual se debate el propio peronismo.

El péndulo de nuestras subjetividades políticas actuó de manera intensa. Tic Tac. Este año acumulamos palabras como estados de ánimo. Vida, virus, orden, libertad, obediencia, protocolo, DISPO, ASPO, vacuna (ahora ¿cuál es?). Las palabras más repetidas por nuestro cuerpo.

El sábado fui a la fiesta de cumpleaños de mi amigo José. Gran sociólogo. Terraza. Sin barbijo. Puñito. Beso. Un híbrido corporal que cuesta acomodar. Fuimos una burbuja coyuntural hasta las tres de la mañana. Un patrullero elegantemente nos pidió que bajemos la música. La sociología tiene una relación histérica con el orden. Obedecimos (puteando) y nos fuimos a casa. Al día siguiente, algunos y algunas nos autotesteamos. ¿Qué onda, todo bien? A ver: dolor de garganta no. Perdida de gusto no. Olfato sí. Fiebre no. Erección prolongada (nuevo síntoma covid) menos que menos. Resaca sí. Durante un año bloqueamos tanto nuestras respiraciones que casi que la propuesta festiva funcionaba como una invitación al intercambio de saliva (eso me imaginé. Si estoy mal, me dicen). Hasta bailamos Luis Miguel (esto cuesta más confesar que el malísimo “perreo” que le pusimos a la canción de Daddy Yankee que era una mezcla de reggaetón y sentadillas). Luismi fue nuestro David Bowie en la Alemania Federal frente al Muro de Berlín. Hablar sin tapabocas sin que nadie te mire como un extraño o pidiéndote la green card de la vacunación fue como el paraíso. La comida es una buena excusa para no usarlo. Me puse varios kilos estos meses. Hay gente que comió toda la noche y seguirá mi camino. La experiencia de la libertad es microscópica, minúscula, pero potente en determinadas situaciones. Tiene algo del riesgo. Como en la sociedad en la que vivimos. Inflación, riesgo país, desempleo, quiebras, ataques de ansiedad.

II

Este fue un año bajo asedio. Toda la vida social fue desestabilizada y rearmada. Se profundizaron procesos que ya se venían dando: trabajo virtual, compras on line, deliverys precarizados, clases virtuales, sexo virtual, violencia contra las mujeres, feminicidios, etc. Esto quedará. Se instala. Las escaleras del Shopping Abasto que congregaban tribus urbanas (y nos hacían ver anticuados) ahora fueron colonizadas por personas que entregan paquetes de Mercado Libre. Los cumpleaños se hacen en plazas sometiéndonos a una saludable intemperie (y a un sol imperdonable). Al gym saludable, le agregamos cumpleaños sanos y baratos. Semillas, masa madre, frutos secos, harina de algarroba. El pastito me jode un poco. No lo tramito. Pienso en el cumple de 8 de Gino y en mi mamá y en mi tía Adelina y nos las llevaría. Creo que tampoco se los pediría (además de todo me imagino perros rondando sobre la torta). Mi amiga Paula hizo su cumpleaños de 40 en una plaza. “Te felicito la onda que le pones. Tus amigas te deben adorar”, le dije. Yo me imaginaba unos 48 años como la fiesta del inicio de la película La Grande Belleza de Paolo Sorrentino. Con música de Raffaella Carra y Bob Sinclair (ya les había pasado esa canción y tráiler de la peli a Gaby y Pablo). El pastito y ver a mis amigos sentados sobre este no me emociona nada (tendría que decir “no me erotiza”). No soporto imaginarlo.

Poca gente, si todavía conserva el empleo, volverá a las oficinas y a los distintos establecimientos. Casi como un derecho laboral el padre de un amigo de Gino me dijo: “No vuelvo ni loco a la oficina. El pijama me queda perfecto”.

Vivimos un año bajo el asedio de la incertidumbre y el miedo. Observamos la caída de nuestro propio halcón negro: las rutinas. Nos empachamos de televisión con datos de contagios y muertes. Bajo asedio, inclusive, observamos a los diversos gobiernos. Funcionarios, presidentas, presidentes se vieron invadidos por una novedad y un cúmulo de demandas simbólicas que no pudieron morigerar. Nadie obedece a una autoridad que no pueda garantizar alguna expectativa y menos si lo único que puede ofrecer son sacrificios o prohibiciones.

El campo argentino y sus municipios recibieron todas las olas de covid, pero de manera desigual y con una característica importante: los contagios llegaron más tarde y la producción agrícola nunca se frenó. La máquina de dólares no paró como sucedió con la mayoría de las industrias. El covid nos mostró algo: el campo se siguió empoderando ante la necesidad estatal y sorteó audazmente la discusión sobre las retenciones.

Desde el mes de mayo de 2020 los municipios del campo levantaron muros, tiendas de temperatura, check points y un universo de sheriff sociales que se asumían como los brazos normativos del Estado. Necesitabas un GPS que te oriente para saber en qué municipio podías entrar (me inventé el Pandemic Book para buscar una metáfora y no pensar en que se metan “todo ese dispositivo” en el culo). Se erigieron en Comités de Crisis y se volvieron un micro ministerio de Salud Pública. ¿Increíble, no? Este fue el año que vivimos, de alguna manera, encerrados. Esperando bombas silenciosas y los comunicados de los Comités de Crisis y sus múltiples formularios.

En municipios donde no había casi casos tenías ese vecino o vecina que te denunciaba en los grupos de chats. Se cruzaba de calle o armaba teorías sin cesar. En esos pueblos el servicio que más aprovecha las 24hs es el rumor. Creo que en Daireaux nos hicieron varias denuncias. Muchas personas fabulaban que portábamos un virus que nunca se manifestó. Festejé de manera sobria mi cumpleaños 47 con una remera de Mario Bros. Me hice dos hisopados. Al pedo pero bueno… Compraba y vendía tranquilidad social. Hasta ivermectina nos recomendaron (un antiparasitario que usan en animales).

Parecía que debíamos demostrar que no estábamos enfermos. El día que aparezca la Sputnik Card va a ser más importante que el DNI o el Pasaporte. Seguro que en esos municipios rurales a alguien se le ocurrirá pedir certificado de salubridad (o tal vez en algún aeropuerto). En diciembre de 2020, por fin, levantaron las vallas, los intendentes observaron la fatiga social y el cúmulo de mentiras ciudadanas que siempre se aducían en los controles de esos pueblos. ¿De dónde venís? Del campo, de la estación de servicio, de mi abuelita del kilómetro 343. Tanta repetición desbarató todo.

La pandemia profundizó la modernización de la vida social en el campo. Almacenes, supermercados, pollerías y otros rubros incorporaron compra on line. Deliverys. Se produjo una fiebre por el deporte. Volvió el Paddle. Para mí era de los 90. Parripollo. Paddle. Remisería. El tennis voló. Gente contratando entrenadores y entrenadoras. Los gimnasios estaban abarrotados de nuevos clientes. La guita del campo fluía. Million soja baby. Los senderos estaban cargados de caminantes (el peregrinaje de la salud). Busque durante un mes un entrenador y me anoté en todos los gimnasios. Estuve en lista de espera. Stella hablo con su entrenador para que me den una parcela sanitizada en el gym. El día que llegué a la palestra me sentí afortunado.  

El virus, como mancha de aceite, llegó al campo. La presión aumentó. Recibía varios WhatsApps con número de muertes, contagios, hipótesis de donde los enfermos se habían contagiado. Maradona tuvo su efecto y su culpabilidad postmortem. Después vino la Sputnik. La desconfianza llegó a los municipios campestres. Parte del personal de salud no quiso vacunarse. Sobraron dosis en las heladeras. Una fiebre antirusa y antigubernamental comenzó a circular. A una médica le dije que yo me hubiese puesto cualquier cosa que lleve un permiso o aval estatal. Vacuname y grito viva Putin, Xi Jinping, Biden, Merkel, Draghi o quien sea (a las gotitas milagrosas de Maduro o ponerme en manos del Dios de Bolsonaro ahí no llego). Sin duda.

III

El covid aterrizó en la Argentina. El 5 de marzo. Caso cero. Quince días después aislamiento obligatorio. 365 días en Argentina son una montaña rusa despiadada. Ya no podés encontrarle un adjetivo estable a este país (¿país de mierda? ¿país maravilloso? ¿el mejor país del Sudamérica?) Sucedió de todo. Nos metimos en una película 8mm con diversas velocidades. Cinema Pandemia con música de fondo de una clase de gym virtual. Las imaginaciones y las incertidumbres se dispararon. Un menú de relatos se presentaron sobre el futuro (reinará la bondad, la maldad, nos gobernarán tiranos, el caos, zombies, el capitalismo explotará, mostrará lo que es, etc).

El gobierno nacional logró un gran apoyo al inicio de la pandemia. Pero esta incluyo situaciones no previstas, demasiado corrosivas que fueron desmantelando expectativas. Fuimos un país que nos pensábamos cada quince días (por suerte ya no esperamos con ansiedad conferencia de prensa y filminas). La disputa con la oposición, la situación económica y los casos de privilegios en la vacunación introdujo al gobierno en un ring incesante. A ello se suma el exiguo porcentaje de personas vacunadas y la posibilidad de tener problemas en la obtención de mayor cantidad de dosis. La pandemia no terminó ni en el campo ni en la ciudad. El mundo urbano paga con imágenes desoladoras la crisis económica. Es posible que el covid y el mercado reorienten los circuitos de las grandes urbes y que los espacios queden “vacíos” y empobrecidos.  Tal vez regresemos a otras restricciones cuando llegue el invierno. No sé. El campo tuvo, pese a la crudeza de las desigualdades, una mejor performance. Un año más no me imagino firmando solicitadas; un año más no me imagino que ciertos liderazgos amigos de las restricciones salgan airosos. Un año más no lo imagino.