El de estas nuevas fotos también era yo, o alguien muy parecido. Del techo colgaba un avión a control remoto, con una inscripción: “SP5V“. Abrí el placar; en las perchas colgaban sacos y pantalones de alguien que no mediría más de un metro veinte. Adentro de un cajón encontré una colección de aviones grises a escala, algunos rotos o sin alas y un banderín del “Club del Vuelo”. Eran doce piezas, que ordené sobre la alfombra: Messerschmitt, Lockheed, Hawker Tempest, Pucará, Pientempole, Hurricane, Concorde, Gloster Gladiator… Después los volví a guardar por si me descubrían, y me metí a la cama con un portarretratos. La foto más grande era la que había sido enmarcada. Me mostraba a una edad de ocho o nueve años, con la cabeza metida adentro de una jaula bastante amplia, de finos barrotes de alambre. En la segunda foto, más chica, estaba junto a un amigo y a un perro en el campo, con el avión a nuestros pies y una antena detrás, lejos. En la tercera aparecía abrazado al avión, que era enorme para mi cuerpo flaco; al lado, de pie, Carlos. Digo Carlos por las botas embarradas, porque la cabeza se recortaba en el borde blanco a la altura del mentón.