Además de aislamiento, de ausencias y desazón, de una exasperante falta de certezas, 2020 le trajo a esta hacedora de músicas un renovado amor por las canciones. Sí, piensa, quizás un poco a la fuerza: esa mecánica costumbre de sentarse al piano cada mañana, como una terapia, activada por la cuarentena. Pero finalmente la práctica dio resultado: la rutina doméstica arrojó un puñado de composiciones, que al día de hoy son demos y que eventualmente serán su próximo disco. “En este tiempo yo me he agarrado más que nunca de la música; nos puede acompañar, estar presente en lo cotidiano. Ahora, como oyente, pienso al detalle qué me quiere decir cada tema, valoro la importancia de poder llorar una canción, o de reír con ella, o de bailarla”, reflexiona en este mediodía invernal apenas soleado, cuya luz se cuela difusamente en la habitación desde donde habla -vía Zoom-. “Yo ya venía un poco peleada con lo repetitivo de componer para hacer un disco, y luego irme de gira; esa hiperprofesionalización de mi carrera. Entonces ahora, en casa, empecé a sentarme al piano un rato al día, tranquila, solo para ver si de allí salía una canción”.