Entramos juntas. No para de saludar gente, mujeres. De saludar madres. Me pregunto cómo conoce a tantas. Hace 4 años que estoy acá y no tengo una sola amiga del club. Vamos a la pileta y sigue extendiendo el puñito. Cada puñito me interroga sobre mi supuesta capacidad socializante. ¿Qué la une a todas esas mujeres? ¿de qué hablan? Me hago la simpática y afino la escucha para ver si logro pescar al menos una mami conocida. El año es largo y con alguien debo conversar. Tema excluyente, los hijos. ¿Cuánto tiempo se puede hablar sobre los hijos?. Poco, me agota. Un rato, especulamos sobre el año, el colegio, las maestras, la logística del uber, y ya. No tengo más nada para decir. Tanta literatura leída sobre la maternidad y en ningún manual me enseñaron a conversar sobre los hijos en una pileta con desconocidas. Y si cambiamos de tema? . Lo intento, pero se frustra toda posibilidad. Ahora insisten con un campamento, algo que no hice ni siendo joven hippie. Desisto, pienso en los mosquitos y en mi tratamiento de cremas nocturnas en una carpa.