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La madre padrón

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Por Lorena Soler
@sorlorena

Entramos juntas. No para de saludar gente, mujeres. De saludar madres. Me pregunto cómo conoce a tantas. Hace 4 años que estoy acá y no tengo una sola amiga del club. Vamos a la pileta y sigue extendiendo el puñito. Cada puñito me interroga sobre mi supuesta capacidad socializante. ¿Qué la une a todas esas mujeres? ¿de qué hablan? Me hago la simpática y afino la escucha para ver si logro pescar al menos una mami conocida. El año es largo y con alguien debo conversar. Tema excluyente, los hijos. ¿Cuánto tiempo se puede hablar sobre los hijos?. Poco, me agota. Un rato, especulamos sobre el año, el colegio, las maestras, la logística del uber, y ya. No tengo más nada para decir. Tanta literatura leída sobre la maternidad y en ningún manual me enseñaron a conversar sobre los hijos en una pileta con desconocidas. Y si cambiamos de tema? . Lo intento, pero se frustra toda posibilidad. Ahora insisten con un campamento, algo que no hice ni siendo joven hippie. Desisto, pienso en los mosquitos y en mi tratamiento de cremas nocturnas en una carpa.

Las miro, todas tenemos rollos y celulitis. Algo democratizador de la pandemia: Los kilos. Me alivia. Posamos sin problema con bikinis que insistimos nos entren año tras año. ¿Cuántas temporadas dura una maya?. Levanto la mirada y trato de pescar alguna otra especie. Se han exterminado. Los padres siempre están de vacaciones. 

Debería tratar de tener amigos hombres. Pero no me sale tampoco. Corrí un año en la cinta, levanté pesas y practiqué abdominales. Y no hablé con nadie. El problema es que escucho radio con programas políticos, ¿a quién le puede interesar ya eso?  O debe ser la franja horaria, de mañana van viejos. ¿A qué hora vienen los lindos?  “Tiene que ser divorciado, con hijos grandes y no ser fóbico. Y una buena relación con la ex” advierte una amiga que tiene un estudio minucioso del mercado porteño. Y algún mango en el bolsillo, acoto: Un vino decente, una salida aceptable y algún viaje de cabotaje cada tanto.

Se hicieron las 17 horas, es la campana de mi recreo de escuchar a las madres. Busco a mi hijo en la colonia. El profesor guiña un ojo y me desnuda con la mirada. Es joven, musculoso y se corta el pelo como los jugadores de fútbol. Pero ¿de qué voy hablar con un profesor de colonia? De nada, o hijos otra vez: “la madre de”. No. Mejor no. Prefiero ir antes a la puerta del colegio y hacer de cuenta que me interesa lo que tienen para decir las mamis y papis. Me tengo que hacer amiga de la dueña de la puerta. Si, la que arma el padrón. La tengo identificada. La madre padrón que es muy pro-covid y le parezco una libertaria. Pero este año me pongo el barbijo 24×24 y me gano el ingreso como presidenta de mesa. O al menos como fiscal.  Este año hago puerta. Si, llego media hora antes, hablo con mujeres y hombres, mejor hombres. Me voy a perfumar. No mucho porque el colegio es progre, no puedo exagerar. Algo de rush, pero no tanto. Zapatillas indefectiblemente, pelo al viento y una cartera vegana. Y compro en la dietética de la esquina la última semilla sobre la juventud eterna. Este año, no puedo fallar.  Este año ingreso al padrón. 

Foto de Portada: Obra de @Wojtek Kowalcyk