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Cucarachas and Co.

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Por Mauricio Koch

Obra: Acuarela para La transformación, Miquel Barceló.

I

Hay más, seguramente, pero hay sobre todo dos cucarachas famosas en la historia del arte: una es en la que, según nos han enseñado y hemos visto en cientos de portadas de ediciones en todos los idiomas, se transforma Gregorio Samsa al despertar una mañana, después de un sueño intranquilo, en el relato de Franz Kafka, La metamorfosis. O La transformación, según una traducción más precisa. La otra es la de la canción popular mexicana (un corrido en realidad de origen español, pero que se popularizó y fue mudando de letra y de razones durante la revolución mexicana), que no puede caminar porque no tiene y porque le falta la patita de atrás (nos quedaremos con esta versión libre de humo).

Vladimir Nabokov –que si de algo sabía, aparte de escribir novelas geniales, era de insectos–, en su legendaria clase sobre la obra de Kafka es categórico: “La cucaracha es un insecto plano de grandes patas, y Gregorio Samsa es todo menos plano: es convexo por las dos caras, la abdominal y la dorsal, y sus patas son pequeñas. Se parece a una cucaracha solo en un aspecto: en su color marrón. Aparte de esto, tiene un tremendo vientre convexo, dividido en dos segmentos, con una espalda dura y abombada que sugiere unos élitros”. Conclusión: Gregorio no se despertó de su sueño convertido en una cucaracha sino en un escarabajo. Nos han estado engañando: primer fraude.

Segundo fraude: las cucarachas tienen la capacidad de regenerar partes de su cuerpo: en su estado de ninfas, si pierden una pata, las dos, las antenas y hasta los ojos, les vuelven a crecer. Pueden incluso vivir sin cabeza, pasan semanas a la deriva hasta que al fin mueren de inanición.

En el primer caso, la cucaracha se impuso sobre el escarabajo a fuerza de fealdad. O, para ser más exactos, por el lugar que ocupa en el imaginario universal: es probablemente –y por diversas razones: no es una criatura de la luz, su hábitat es la oscuridad y la podredumbre, los excrementos y desperdicios– el insecto que más asco produce. Lo cierto es que Kafka nunca da un nombre, solo dice “monstruoso insecto”, y luego viene la descripción del vientre (abombado, dividido en callosidades, y las numerosas patas). Alguien con mucha aversión a las cucarachas y poco conocimiento de entomología dijo cucaracha y no hizo falta más. Con la canción la historia es otra: en medio de una revolución nadie se pone a pensar si a las cucarachas se les regeneran las patas y eso echa por tierra el sentido de la canción. Las prioridades son otras. Pero la cucaracha está más allá de estas naderías, para decirlo en términos borgianos, siempre sale airosa, se hace notar, se termina imponiendo, con o sin patas. No importan los fraudes ni los Nabokov de este mundo, Gregorio seguirá siendo cucaracha y la cucaracha de la canción seguirá viva aunque no pueda caminar, como viene haciéndolo desde hace al menos trescientos millones de años. La abuela de las cucarachas de hoy sobrevivió a las glaciaciones y deshielos que extinguieron grupos enteros de formas de vida. Los entomólogos han reparado en su inteligencia, en su sensible compañerismo, en su poder de adaptación y en su mágica belleza y variedad. Los relatos populares africanos la describen como a un héroe astuto de los oprimidos que sabe burlar a los poderosos. Son de paladar amplio y se las suele ver mucho cerca de las casas de comida y restaurantes porque comparten nuestros gustos culinarios. Tanto así, que algunas especies se han mostrado especialmente propensas a la ingesta de alcohol mezclado con lúpulo y azúcar. Sí, a las cucarachas les gusta mucho la cerveza.

II

Una cucaracha me visita en sueños. Puedo verla y puedo verme, como si estuviera parado a mi lado. Soy dos, el que duerme y el que observa. El que observa ve que el que duerme tiene la boca abierta: la cucaracha aparece sobre el cuello del que duerme y camina rápido en dirección a su boca. Desesperado, trata de quitársela pero los brazos no le responden y la cucaracha entra en su boca, llega rápido hasta la garganta y empieza a descender por la laringe. El que observa ve cómo el otro se sacude y hace esfuerzos por gritar, pero el grito no sale, los brazos no llegan hasta su cara, tiene atisbos de lucidez, se desdobla aún más, sabe que está dormido y hace esfuerzos por despertarse, sabe que si se despierta la pesadilla terminará. El que mira no conoce estas cavilaciones, solo puede ver su propia desesperación. Ahora ve que la cucaracha asoma por la boca del otro, se refriega las patas, baja por el cuello y se diluye en la nada misma de la que salió. Ahí se despierta y vuelve a ser uno. Los dos saben que esta noche el sueño se repetirá.

III

No son precisamente cucarachas las protagonistas, pero ahora que ya hablamos de la fructífera confusión que hay alrededor de esta historia, y teniendo en cuenta que son evidentemente dos cuentos de clara inspiración kafkiana (y de sentido del humor ídem) los mencionamos, fascinados sobre todo por su llamativa similitud: La última huida de papá, de Bruno Schulz y El padre de Kafka, de Tommaso Landolfi. Ambos apelan al recurso de la metamorfosis y en los dos es la figura del padre la que sufre la transformación. En el cuento breve de Landolfi, el narrador es un amigo de Kafka (¿Max Brod?) que le hace una apuesta disparatada y ese disparate no tarda en cumplirse, una puerta se abre y frente a ellos aparece una araña con cabeza de hombre, y ese hombre no es otro que el padre de Franz: “(…) nos pusimos de pie aterrorizados. La araña, o la cabeza de hombre, balanceándose sobre sus largas patas avanzaba hacia la mesa y nos miraba con una cierta expresión malvada. (…) Kafka miraba al animal u hombre con los ojos abiertos de par en par y no movía ni un dedo e iba retrocediendo insensiblemente hacia un rincón de la estancia. El caso es que aquella cabeza (como supe después) era precisamente la cabeza de su padre, muerto hacía mucho tiempo”. 

En el relato de Schulz, el padre de familia está muerto hace tiempo también. De hecho, ha muerto varias veces, pero deja un residuo que obliga al narrador/hijo y al resto de la familia a reconsiderar su deceso. “Es una muerte en tajadas”, dice el hijo, con lo cual la familia se va haciendo de a poco a la idea de la partida definitiva. Un día la madre lo encuentra en la escalera, lo atrapa y lo pone en un plato tapado con un pañuelo. Le informa al hijo del hallazgo y se lo muestra: “El parecido es notable”, dice el hijo, “aunque se trate de un cangrejo o un escorpión gigante”.

Augusto Monterroso, gran lector y admirador de Kafka y de Borges (otro admirador confeso del escritor checo) y con ese talento sobrehumano que tenía para la brevedad, concibió una fábula en la que fundió La metamorfosis y Las ruinas circulares en apenas tres líneas:

Érase una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha.

IV

La semana pasada me rebané un dedo cortando el pan para las tostadas del desayuno. Días después, escribí un cuento breve y me sorprendí de que saliera fantástico, es algo que no suele ocurrirme. Lo llamé Éxodo, y dice así:

Se distrajo un segundo y el cuchillo siguió de largo. El dolor le hizo apretar los párpados. No se animaba a mirar. Al fin, abrió los ojos y confirmó su sospecha: el corte era grande, cruzaba en diagonal toda la yema del índice. Sin embargo, no sangraba. Nada, ni una gota. No podía ser. Pero esa primera sorpresa fue pronto desplazada, porque lo otro no tardó en aparecer, abrió la carne como quien descorre un velo, se afirmó con las patas al borde de la herida y salió. Él acercó la mano a sus ojos: lo que tenía en el dedo no se movió del borde de la herida y parecía atento. Asqueado, estaba a punto de sacudir la mano cuando un nuevo movimiento lo detuvo: otras patas asomaron por la herida, y el primero colaboró con las suyas para ayudar a salir al segundo. Sin perder tiempo, se ubicaron uno a cada lado de la herida y empezaron a sacar, de a uno por vez, a otros como ellos, que cada tanto relevaban a los anteriores y colaboraban con los siguientes. Ya llenaban toda la palma de la mano cuando la molestia, mezcla de ardor y picazón que sentía desde hacía un momento en los pies, y a la que por razones obvias no podía prestar atención, se volvió insoportable. Sin desviar la vista de su mano, estiró el otro brazo para descalzarse. Pero al llegar abajo se topó con algo que lo obligó a mirar. Miró, y vio que donde antes había pies ahora solo quedaba piel, una piel escurrida y arrugada, como un hollejo seco. Aún había talón, pero el proceso avanzaba.

Con la calma lúcida del que sabe que está todo dicho, montó una pierna sobre la otra y se abandonó a seguir la trayectoria de su vaciamiento. Se preguntó por qué a él, y tuvo tiempo de responderse que a veces las cosas simplemente ocurren y es absurdo resistirse. Cuando volvió a su mano vio que muchos de ellos, que para entonces eran cientos, habían saltado del brazo hacia la mesa y se alejaban en distintas direcciones, de un modo decididamente anárquico: algunos trepaban objetos; otros parecían buscar la manera de bajar al piso; otros, los menos, permanecían aún al borde la mano, indecisos.

Fue una muerte lenta. Como su cuerpo, su conciencia fue mermando hasta apagarse. Antes de que todo cesara, le pareció notar que ellos, quizá intuyendo el final y como gesto de despedida, detuvieron por un instante su labor.

V

En nuestro país y en otros lugares de Latinoamérica es común que llamemos vaquitas de San Antonio (o mariquitas) a unos escarabajos rojos con puntos negros o negros con puntos rojos y blancos. La cucaracha Prosoplecta semperi mimetiza (imita) a este escarabajo en particular, engañando así a los predadores que, a diferencia de nosotros los humanos, lo encuentran desagradable y lo evitan.

A simple vista, dicen los biólogos, podemos tener en cuenta que hay una característica muy notoria si queremos diferenciar cucarachas de escarabajos: las antenas. Las cucarachas presentan antenas finas y de longitud tanto o más largas que su cuerpo. Mientras que los escarabajos en su mayoría tienen antenas pequeñas y, en el caso de ser más largas que el cuerpo, suelen ser muy vistosas.

El mimetismo es un fenómeno raro en las cucarachas, y su modelo favorito a imitar es el escarabajo. Punto a favor de aquel error de origen que tanto irritaba a Nabokov: al parecer a las cucarachas no les molestaría tanto ser confundidas con escarabajos, aunque no sabemos si la inversa se cumple.