“Se ha escrito tanto sobre Borges, se han ido por las nubes”, dijo Estela Canto a propósito de la primera edición de Borges a contraluz. La bibliografía no dejó de expandirse y ramificarse pero la reedición del libro en Planeta confirma su lugar de referencia en los estudios especializados y su aproximación profunda a la figura del autor de El Aleph. Una perspectiva que se complementa desde la ficción con Si, la novela de Aníbal Jarkowski publicada por Bajo la luna.
Por Osvaldo Aguirre
“Este libro no tiene bibliografía”, advierte Estela Canto en la primera línea de Borges a contraluz. No necesita lo que ya se ha escrito porque su fuente es la amistad íntima que mantuvo con Borges “en los años tal vez más decisivos de su vida, los años de su madurez como escritor”. Y además le niega valor, porque según su mirada la crítica y los estudios biográficos soslayaron una dimensión particular de la obra: lo que ella, precisamente, viene a mostrar.
Las lecturas corrientes de Borges a contraluz enfocan las intimidades que expone el libro: el cortejo de Borges, la propuesta de casamiento, la respuesta de Canto diciéndole que antes tienen que acostarse, las interferencias de Leonor Acevedo de Borges y otras anécdotas. Sin embargo, la historia de la relación amorosa resulta secundaria y viene a cuento del intento de comprender al personaje y sus circunstancias.
Canto comienza por el momento en que conoció a Borges, en agosto de 1944, y relata los encuentros y salidas que compartieron hasta 1951. Reconstruye los modos en que tanto el padre como la madre moldearon la personalidad de Borges. Incluye las cartas que recibió y analiza algunos relatos, en particular “El Aleph”, del que recibió la dedicatoria. Se explaya sobre la oposición al peronismo, pero curiosamente omite el encadenamiento de sucesos que lo activó: el nombramiento de Borges como inspector del mercado municipal, la renuncia al modesto cargo de auxiliar en la biblioteca Miguel Cané y la cena ofrecida en desagravio por los amigos escritores.
Pero el objeto de Estela Canto no es contar una historia más o menos conocida, aunque se sienta en condiciones de decodificar pasajes herméticos como la misteriosa dedicatoria en inglés a una tal S. D. en Historia universal de la infamia. Del mismo modo que la relación amorosa, el antiperonismo aparece como un síntoma: no se trata entonces de repetir las opiniones comentadas de sobra y de las que cualquier lector está al tanto, sino de pensar en qué medida la actitud de Borges –y no ya las ideas sino la postura ante el peronismo como “algo que nunca entendió y nunca quiso entender”- iluminan una personalidad que le resultó de principio a fin tan fascinante como extraña.
Canto sobrevalora no obstante la propia experiencia: las cartas que recibió de Borges contienen claves de vida y obra, según su interpretación. “Hasta el día de hoy he engendrado fantasmas; unos, mis cuentos, quizá me han ayudado a vivir; otros, mis obsesiones, me han dado muerte”: este pasaje impacta de parte de alguien medido en sus expresiones personales, como Borges, pero cuesta apreciar por qué la carta sería “fundamental”, según subraya Estela. Tal vez haya algo finalmente intransmisible en la correspondencia, un secreto guardado no por voluntad sino por la dificultad de su expresión en palabras.
Las lecturas en clave psicoanalítica de Borges a contraluz son también arriesgadas: en “La intrusa”, por ejemplo, “los dos rufianes del relato expresan la forma en que el subconsciente de Borges sentía la relación con su madre”; en “Funes el memorioso”, hay “una confesión, una imagen de la forma en que se veía a sí mismo a finales de la década de los treinta y de lo que esperaba –de lo que no esperaba más bien- del destino”. Pero en esas desmesuras se juega también la intensidad del afecto hacia Borges, que trasciende a la admiración del escritor y se asocia con una frustración: el amor que no fue, “la historia de un desencuentro” en el que Leonor Acevedo de Borges cumplió el rol de un deus ex machina con la vigilancia ejercida sobre el hijo.
Canto se pronuncia contra las opiniones canónicas alrededor de la obra y en particular cuestiona la representación de Borges como un escritor frío, puramente intelectual, un lugar común de la crítica y el periodismo. En lugar del estereotipo observa una figura solapada, que pugna por hacerse visible: en un cuento como “La muerte y la brújula” no habría entonces juegos de ingenio sino “trozos vivos de su alma, señales que él nos hacía para que lo comprendiéramos”, y en lo que dice Borges cabe atisbar un hombre escondido “detrás del Georgie que conocíamos”.
Su lectura de la obra surge de modo invariable desde ese punto de vista: el drama que en su opinión atraviesa la vida de Borges y se resuelve recién en los últimos años, después del “disparate total” del casamiento con Elsa Astete y la muerte de la madre. A diferencia de la visión común entre antiguos allegados y amigos, Estela Canto tiene una mirada positiva del encuentro de Borges con María Kodama, sin dejar de observar la distancia física y el trato de usted que mantienen. La decisión de viajar a Ginebra ante la cercanía de la muerte, dice, “fue su gran gesto de liberación”.
El rescate de “la humanidad de Borges”, como dice Canto al ser entrevistada en 1991 en el programa Los siete locos, explica las exageraciones de la interpretación pero también las iluminaciones críticas, como la relación de los problemas de Isidro Parodi con el tema del prisionero antes que con el género policial, o la proyección del interés de Borges por las historias criminales en vez del culto del coraje en “Hombre de la esquina rosada”. Sus interrogantes y extrañamientos son pertinentes: Borges se inicia periodísticamente en Crítica, un diario execrado en el ambiente cultural, y no en La Nación o en La Prensa, como era de esperar.
Estela Canto fue desautorizada por otras voces cercanas a Borges. En particular por Adolfo Bioy Casares, quien le atribuye a Borges opiniones imposibles de verificar. Las inquietudes presuntamente expresadas en torno al alcoholismo y los ideales comunistas de la juventud describen en realidad las objeciones del propio Bioy Casares y agitan el trasfondo del distanciamiento de Canto respecto del grupo de la revista Sur. También se traman cuestiones de género y de clase: integrante de una familia tradicional venida a menos, Canto ingresa muy joven en el mercado laboral y es una mujer independiente y desinhibida.
El análisis de “las fuerzas que formaron y deshicieron al niño que iba a ser Jorge Luis Borges”, en otro gran pasaje de Borges a contraluz, anticipa reflexiones actuales sobre los géneros. El mandato de ser escritor, recibido en el hogar, coincide en el tiempo con un traumático intento de iniciación sexual en el que el padre hace de mediador y con las ideas de la cultura patriarcal sobre la hombría y la mujer “como un receptáculo de sucios humores o un adorno caro, nunca una compañera o una amiga”.
Borges a contraluz destaca los equívocos y los malentendidos que rodearon al escritor a partir de su éxito. “El pasmo admirativo y obnubilatorio que él suscitaba en todos”, dice Canto, impidió ver al hombre detrás del escritor venerado. “Hay un tabú en relación con Borges –afirma-. No nos gusta ver a los héroes fuera del pedestal; además sobre el pedestal son mucho más cómodos: no son hombres como nosotros y, por tanto, no podemos ni entenderlos ni imitarlos”.
En Si, Aníbal Jarkowski retoma la relación entre Borges y Estela Canto desde la novela. Pero la ficción no tiene un rango menor en términos de veracidad respecto al testimonio o a la biografía, según la frase de William Faulkner citada como epígrafe: “Existe un podría haber sido que es más cierto que la verdad”.
Estela Canto en el programa «Los siete locos», año 1991.
Jarkowski propone un variante para los hechos históricos: en vez de renunciar, Borges acepta su nombramiento como inspector de aves. A la vez cita sin comillas pasajes de Borges a contraluz, repone la figura de Estela Canto como hermeneuta y reconstruye dos personajes que gravitan en la historia: Jorge Guillermo Borges, el padre, y Patricio Canto, hermano de Estela.
“Mi idea fue recuperar a Borges en una novela que no fuera borgeana, donde las referencias a los libros fueran escasas, y más bien trabajar una cuestión vital”, explica Jarkowski. La iniciación sexual sigue también otra versión en la novela, quizá menos traumática pero igualmente extraña: el joven Borges acude ritualmente a una casa de citas en Ginebra para encontrarse con una joven prostituta con la que no tiene contacto físico. Pero lo decisivo en este plano parece más bien el cruce que Jarkowski sugiere entre las infidelidades del padre hacia Leonor Acevedo y la traición como tema literario y en particular de “El muerto”, cuento que Borges escribe poco después de conocer a Canto y que publica en el número de Sur de noviembre de 1946.
Jarkowski plantea que Borges se construye como personaje de ficción desde “Hombre de la esquina rosada” hasta “El Aleph” y que incluso Otras inquisiciones podría ser abordado como la novela de un lector que reflexiona a partir del registro de sus lecturas, desde la frase inicial en “La muralla y los libros” (“Leí, días pasados, que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china…”) hasta la sentencia final en “Nueva refutación del tiempo” (“El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges”).
También Estela Canto se crea como personaje en Borges a contraluz: en su caso, como la única persona al tanto de pormenores biográficos tramados en la obra y en consecuencia como la única lectora capaz de advertirlos; y también como la persona que mejor comprende a Borges al notar que “él conoce la verdad esencial de las cosas, mientras los demás andamos perdidos en un mundo de apariencias y engaños”. En el tramo final de la novela, Jarkowski resalta cierto contorno dramático con el que Canto fue observada y criticada al imaginarla bajo tratamiento terapéutico y retomar su voz con cierta angustia: “Voy a tener que pagar uno por uno cada momento de placer al que me arrojé, igual que Borges va a tener que pagar por no haberse arrojado nunca”.
Si comienza con la notificación que recibe Borges de su traslado de la Biblioteca Miguel Cané al mercado municipal y explora el contraste creciente entre la demanda del grupo social al que pertenece, la exigencia para que renuncie y convierta el hecho en un gesto contra el peronismo, y la imaginaria aunque igualmente probable presión de cierta conciencia de clase en sus compañeros.
El traslado está asociado a un apercibimiento por firmar una declaración publicada en los diarios. En Borges a contraluz, Estela Canto lo atribuye a la venganza de un escritor rival cercano a Eva Perón, aunque la prensa de la época responsabilizó al intendente de la ciudad. El episodio está envuelto en el mito y todavía en cierta incertidumbre: Alejandro Vaccaro reseña por ejemplo en Borges, vida y literatura (2006) las diversas referencias sobre el supuesto cargo, descripto sucesivamente como inspector “de aves en el Mercado Central de Buenos Aires”, “de feria”, “para la venta de pollos en los mercados de Buenos Aires”, “de pollos, gallinas y conejos”, “de aves y conejos en el mercado de la calle Córdoba” y “del Mercado de Concentración Municipal de Aves, Huevos y Afines”.
Jarkowski repara en ese aspecto poco considerado: Borges como empleado municipal en lo más bajo del escalafón. Incluso con las costumbres de cualquier trabajador, como el de tomarse parte del tiempo para hacer otra cosa; en su caso será con la conciencia culposa por “el fraude de escribir durante las horas de trabajo”. En la biblioteca otro empleado lo interpela y define el cambio del enfoque sobre la situación: el traslado implica un ascenso, un aumento de sueldo, un trabajo con poca exigencia que solo es desdoroso desde la posición de la clase media o alta; al fin de cuentas, “trabajar es humillante”, sea como inspector de aves o en cualquier otra circunstancia.
“Borges más bien fue llevado por los vientos –dice Jarkowski-. Permaneció fiel a un círculo de pertenencia, que explotó el episodio y lo convirtió en una escena mítica. Esa cosa endogámica del grupo Sur le permitió convertirse en Borges pero también tuvo su costo, porque perdió una diversidad de mundo desde el punto de vista experiencial y literario”. Pero si en todas las ficciones cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas opta por una y elimina las otras, en la ficción alrededor de la figura de Borges, a través del testimonio y de la novela, las posibilidades se multiplican.