La historia argentina de las últimas décadas es material de revisita. El estudio de las fiestas patrias permitió conocer como las elites y los y las habitantes del ex Virreinato del Rio de la Plata construían su panteón republicano y lo que en cada fiesta se jugaba. El Bicentenario (2010) y sus festejos gubernamentales y multitudinarios en Buenos Aires reafirmaron la dimensión transformadora de 1810, su potencia patriótica y sus perspectivas democráticas. El kirchnerismo conectó el cambio político con los mundos plebeyos y las nuevas dirigencias. Se resituó simbólicamente en la trayectoria de la dirigencia de mayo de 1810. Hoy, ante los estragos del covid y ante un nuevo conglomerado político, es posible que esa potencia del cambio de la que se intentó nutrir el gobierno nacional en 2010 en la actualidad se situé en los esfuerzos por preservar lo común frente a los “ataques” externos del covid. Moreno, Saavedra y Belgrano tuvieron su guerra (en su caso civil). Alberto Fernandez y Cristina Fernández de Kirchner también. El panteón patriótico puede crecer en estos momentos convulsos. Recrear la patria haciendo esfuerzos para vacunar. Salvar la sangre con gestión estatal. Evitar la mayor cantidad de muertes y descalabros sociales. En ese intento, recrear la fibra común de ese pacto que nos mantuvo reunidos y reunidas hasta ahora. Gobernar, entonces, no es vacunar simplemente sino recrear con toda la batería de políticas públicas un sentido de patria que nos tiente a vivir juntos. Que nos impulsa a intentar ocupar la silla. Esa que espera, pero que cuando pasamos y nos tentamos con sentarnos, hay algo que se (re)activa. Lo que queda por observar, mas allá de la maquinaria estatal, es la creencia de la ciudadanía en las memorias comunes e históricas y si su voluntad de (re)pactar con esos ritos sigue en pie en estos momentos crueles.