Esta faceta de Mariano, no tan conocida como su pintura, pero no por ello menos importante nos revela a un artista de perfil crítico que adquiere un compromiso con las problemáticas socioculturales y políticas de su tiempo. Y en su tiempo las ideas comunistas habían conquistado la curiosidad de una gran parte de la comunidad artística e intelectual internacional. En este sentido cabría indicar los casos de, por ejemplo, los muralistas mexicanos David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera. Mariano no fue la excepción y hay dos episodios de su biografía que hablan de este claro compromiso. El primero, es cuando a la edad de 22 años, en 1934, participó en el Congreso Nacional de la Liga Juvenil Comunista. El segundo, durante su estadía en México en 1937 donde participa en el Congreso Nacional de Escritores y Artistas, convocado por la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), en el Palacio de Bellas Artes de la capital mexicana. Si bien es cierto que estos dos muralistas mexicanos trasladaron al contenido de sus respectivas trayectorias pictórica ideologías de corte comunista, del mismo modo también lo es que estas ideas no entran en el repertorio ideo temático de la obra de Mariano. Como reconoce Elizabeth Thompson Goizueta en entrevista vía mail: “Desde los años 1930 hasta la revolución cubana de 1959, las obras de Mariano se destacan por la falta de cualquier expresión política. El énfasis de su obra – amplía Thompson Goizueta- se centra en el leitmotiv de gallos, mujeres, guajiros, mar, etc., junto con su expresión de estilos estéticos”. Y ciertamente en las diferentes estadías que contempla “Mariano. Variaciones sobre un tema” resalta la versatilidad poética de Mariano. Hay una reflexión sobre los lenguajes del arte contemporáneo, sobre sus condiciones de representación. Y esta intención es visible cuando comparamos la etapa parisina de los años 1940 y aquella etapa que se adentra en la década de 1950. Si en la primera, el artista se afinca expresivamente en los códigos de lenguaje de la figuración como sucede, entre otras, en La paloma de la paz (1940) o Mujer con gallo (1941), desplegando una visualidad narrativa de gruesas y coloridas pinceladas, en la segunda, en cambio, se adentra en las aguas del arte abstracto. Realizando un verdadero itinerario estético de la abstracción que va desde pinturas de franca inspiración abstracto expresionista (Mantel blanco, 1956 y Girasoles, 1958), pasando por un acento de abstracción más lírica (Carnavales, 1956 y Jugador de cartas, 1955), hasta encarar claramente la abstracción geométrica (Mural del edificio del Retiro Médico, 1956). El manejo, la síntesis de esta diversidad de lenguaje con afán de experimentación estética, coloca la obra de Mariano como una de las más rica para reflexionar en torno al proyecto de modernidad artística cubana del siglo XX.