Es una versión de la actualidad llevada a sus consecuencias extremas, el tecnoceno capaz de terraformar geografías para el usufructo de unos pocos empresarios: “la posibilidad de recrear en otros planetas valiosísimos y ya perdidos ecosistemas autóctonos de la Tierra, pero sin la inconveniencia económica y política de lidiar con sus habitantes originarios. Así, la flora y la fauna nativas y sus fascinantes paisajes no solo adquirían el estatuto de mercancía en estado puro, recurso limitado capaz de reproducirse y extraerse infinitamente, sino que además se sorteaba el obstáculo tedioso de las poblaciones aborígenes y su insoportable sentimentalismo por la tierra (producida por la ignorante superstición de que esta era irrepetible). Esta nueva tecnología, que permitía la replicación de largos procesos geológicos de millones de años en poco menos de días o semanas, disparaba un radical nuevo entendimiento sobre qué es un lugar (una selva, una ciudad, un río o cordón montañoso). Ciertamente, no una irrepetible excepcionalidad para nostálgicos, habitado por la etnia menganito o la comunidad fulanito que parasita los recursos y ni siquiera los explota… una geografía, un bioma, una ciudad…no es más que precisas fórmulas geológicas que permiten calcarla a gran escala en cualquier lugar del cosmos…”. Es un capitaloceno amoral futuro, que Nieva satiriza a través de los nombres de las empresas, el Ébola Holding Bank y la AIS – Influenza Financial Services, asociada a YPF. A propósito de esto, el CEO de AIS sostiene que si el capitalismo fue responsable de la destrucción del planeta, ¿no podría utilizar sus propios métodos industriales para reconstruirlo?