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Silvia Arazi y una voz para mamá

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“El dolor es un coágulo. Es silencio. Es no-palabra”.

Este fragmento de Silvia Arazi reposa en mi pecho y como un mejillón, lento y preciso, escarba hasta clavarse en mi corazón. Duele, sí. Pero no dejo de sentir placer ante tanta belleza.

Por Paula Castiglioni


 

La voz de la madre” comenzó a gestarse en los últimos tiempos de Rosita. Silvia temía olvidar la voz de su mamá. Le angustiaba ver que esa mujer dulce y sencilla se iba apagando. De un día para otro podría no brillar más.

Callada. Sumisa. Víctima de su tiempo. Rosita guardaba un secreto y aceptaba su destino con resignación. Jamás se hubiera atrevido a romper con aquellos mandatos familiares, casi tan sagrados como la Torá.

Más allá de su apariencia, Rosita no era una mujer frágil. Tampoco tonta. Tenía determinación. Y como Silvia, también era una artista, pero no se expresaba a través de la música ni las palabras. Su magia estaba en regalar sabores.

Si bien Rosita era una mujer de su época, no deseaba lo mismo para sus hijas. De forma sutil, siempre alentaba a Silvia en sus inquietudes. Le compraba libros, elogiaba sus obras. Resumía todo en un “me encanta”.

Mientras Silvia bucea entre los recuerdos de su infancia, nos vamos enamorando de Rosita. La vemos en la cocina mientras prepara delicias árabes. La escuchamos pedir sus canciones favoritas con un hilo de voz. La espiamos mientras reposa en su cama, con miedo a molestar.

La voz de la madre” no es solo un precioso homenaje a un ser amado que ya no está. Es el retrato de toda una generación de mujeres que no creían tener voz, pero con amor y esperanza, formaron hijas que lograron empoderarse.

Para Silvia, un alma sensible que también se enamoró de la música, la voz humana es algo único, irrepetible. Quizá por eso cuando ya no pudo abrazar a su mamá intentó retener aquello que tanto apreciaba: su voz. Una voz que casi pedía permiso para hablar.

Aunque cada palabra le dolía, Silvia se sentó a escribir y pudo transmutar toda su tristeza. Más allá de ser una joya literaria, “La voz de la madre” es pura sanación.

¿Cómo fue escribir una historia tan íntima? ¿Cuánto hubo de sonrisas y cuánto de lágrimas?

Bucear en mi historia y en mis vínculos familiares fue doloroso, sí, pero también me llevó a revelaciones luminosas e inesperadas. La maternidad era un tema que tenía pendiente y que siempre quise abordar, pero el motor que lo puso en marcha fue la muerte de mi madre. La necesidad de restituir con palabras su recuerdo, de recuperar de algún modo la tibieza de su voz. En cuanto a escribir sobre mi madre —y la palabra “sobre” no es inocente— es como si estuviera escribiendo sobre mi propia piel: quema.

¿Qué significa para vos la voz de tu mamá?

La voz de mi madre era pequeña, insegura, tímida, pero para toda hija la voz de su madre es un estruendo. Podría decir que llevo esa voz conmigo a toda hora. Una voz que es puro presente y que me constituye.

¿Qué pensás de las mujeres de la generación de tu mamá? Muchos al leer “La voz de la madre” pensamos en nuestro propio linaje materno.

Mi madre fue parecida a muchas mujeres de su generación. Una generación de mujeres dóciles, totalmente dedicadas a la familia y a las labores domésticas. Mujeres con mucho amor para sus hijos y para los demás, pero muy olvidadas de sí, con poco o nada de espacio para su placer. Mujeres sumisas, acostumbradas a callar, mujeres sin voz.

¿Cuándo creés que hubo un quiebre entre las mujeres, que se animaron a romper con los mandatos familiares?

Creo que fue, o mejor dicho es, un proceso lento y paulatino que ya lleva siglos. Con mucho esfuerzo y dolor las mujeres vamos logrando un plano de igualdad y respeto, no solo ante el mundo, sino ante nosotras mismas. Al revisar la historia de mi madre, de mi abuela y mi propia historia, noto cambios muy grandes. Pienso en mi abuela materna, una mujer que se casó siendo una niña, con solo trece años, y conoció a su marido el día de su boda. Me parece una historia terrible, irreal, pero así fue. Las cosas cambiaron mucho, pero todavía queda un largo camino por transitar para lograr una igualdad. En muchas partes las mujeres siguen padeciendo atrocidades ante el silencio cómplice del mundo.

¿Llegaste a decirle a tu mamá que estabas escribiendo sobre su voz?

Comencé este libro varios meses después de su muerte ya que siempre es mejor escribir fuera del imperio de las emociones, que suelen tomarnos por completo. No supo que escribiría sobre ella, no, pero sí escuchó algunos poemas que le dediqué en vida y recuerdo haberla visto sonreír al escucharlos. Aunque todos en mi familia éramos muy pudorosos para expresar nuestros sentimientos, estoy segura de que mi madre sabía lo importante que era ella para mí. Sin su cariño y su apoyo incondicional, jamás hubiera podido ser quien soy. No sé qué hubiera sido de mi vida.

Rosita fue una mujer tímida, sencilla… ¿qué reacción habría tenido si hubiera podido ver su foto en la tapa del libro?

Muchas veces pienso en eso. Siendo una mujer que solo deseaba pasar inadvertida, creo que le hubiera dado mucha timidez saberse protagonista de una historia, y más aún ver su imagen en la portada de un libro. Pero me gusta pensar que, en el fondo, se hubiera sentido orgullosa, que le hubiera gustado saber que su hija escribió sobre ella. Aunque en verdad, son puras suposiciones, nunca lo sabré.

¿Qué sentiste al dar por cerrado este libro?

Sentí que regresaba de un largo e intenso viaje, con muchas menos certezas y con más preguntas que antes. Con la impresión de que toda vida humana es y será un misterio y un enigma para los otros.

¿Te animarías a escribir otro libro tan personal?

Tal vez, quién sabe. Cuando lo terminé, me pareció que algo de mi historia se había cerrado dentro de mí, y que no volvería a escribir algo tan personal en mucho tiempo. Pero es una sensación que ya tuve al finalizar la escritura de otros libros. Después de un tiempo, esa sensación se desvanece y siempre hay otra cosa para decir. Pero no me gusta la idea de llenar páginas en una especie de carrera hacia la nada. Prefiero que los temas y las palabras vengan a buscarme, que la fuerza de un libro nazca de una verdadera necesidad.