CARGANDO

Buscar

OLA. Un mar social inexplorado

Compartir

Por Esteban De Gori

obra de Sabine Pigalle/IG @sabinepigalle

La pandemia es un gran laboratorio de la individualidad. Solos o acompañados frente a la ola. Exigiendo el largo brazo del Estado o considerando solo los propios deseos.  Viene.

Se viene la segunda ola.  Se ha convertido en la gran metáfora de este corto siglo XXI. Se viene. Imparable. Hace años Ola se refería a novedades musicales o estéticas. Hace poco la ola verde se refería a la potencia de los movimientos feministas. Antonio Carlos Jobim escribió en 1967 Wabe. La nueva ola, esta, la de la pandemia es, por ahora, ingobernable.

La ola nos tapa, nos empuja, nos impulsa, nos saca a flote y nos expulsa. Podés surfearla, saltarla o salir corriendo. La ola nos deja sin mundo y puede inundarlo todo. Tiene resonancias, hoy, sociológicas: se afirma en el territorio de los vínculos sociales. La ola contamina todo. El agua fuerte inunda y separa.

Y esta ola no tiene costa, no tiene arena o tierra que la detenga. No tiene viento humano. Llegará a las grandes urbes y al campo. En el campo conocerán las olas. No tendrán que ir a Necochea, Las Grutas o Monte Hermoso. Una ola imperceptible, con capacidad de inundación y movimiento. Con capacidad de crear temores y figuras sociales que ya hicieron su entrada en la primera ola. Espero que no vuelvan las “tiendas tomatemperaturas” ni esos funcionarios que te miran cansados con ganas que te vayas. Muchos y muchas se preparan para volver. Una nueva ola, para algunos y algunas, es una oportunidad.

¿Cómo se piensa y se escribe frente a una ola, frente, a esta particular ola? Un pensamiento y una escritura marítima, expansiva y al mismo tiempo desestabilizada. Preocupada por no marearse o por no acertar en el cálculo de lo que trae esa ola. Los antiguos venecianos armaron repúblicas, sueños y escrituras en relación con el mar. Fundaron una vida social y económica en torno a éste. Los británicos también. Shakespeare, tanto en Hamlet como en la Tempestad, vuelve sobre el mar. Sobre su compasión, en un caso, y su lucha contra el viento y los limites. Frente a esta nueva ola no se funda nada ni se percibe un límite claro o consensuado. Solo a parecen miradas resistentes o simplemente de dejar hacer y dejar pasar. Miradas que le exigen al Estado introducirse hasta en el circuito íntimo de los fluidos y derechos individuales o que sueñan que las personas por si mismas evalúen “racionalmente” los cuidados.

Esa ola, la actual, se va “comiendo” las seguridades. Deja lugar a la imaginación de lo inestable. La subjetividad es como un muelle, de altas y bajas mareas, de búsqueda infinita por lo estable en un mundo frágil. Estamos, de alguna manera, perdidos.

La modernidad nos hizo así desde el momento en que todo quedo en nuestras manos (como la creación del poder, etc). Dante Alighieri advertía que su ruta se había establecido sobre un mar inexplorado. Así estamos nosotros. 700 años después de su muerte.

Ante la ola el bunker, la cerrazón sobre sí mismo, la angustia, el alivio o la rebeldía. Tomar una calculadora e imaginar trayectorias. Cálculos vitales que hacemos ante lo que se viene. La subjetividad posmoderna y las frondosas tradiciones liberales desgastan a los decisionismos y las intervenciones de los Estados en los vínculos.

Ya un año, pero prosigue.

Las noticias y la acción políticas también tienen su  propio mar, su propia tempestad, su propia ola. El país nos queda chico, tan chico como nuestra casa, nuestra propia jurisdicción. La pandemia se ha vuelto el domicilio existencial de las vidas particulares.

Estamos acá esperando la ola. ¿10 metros, 20 metros? Mi abuela esperaba que cayeran las bombas debajo de la mesa de su casa. La fantasía de una casa impenetrable. Su pueblo calabrés nunca fue sometido al fuego bélico, pero ella esperaba. Algo vendría.

La vacuna está ahí. Poca, mucha o algo. Rusa, china, estadounidense, india, etc. Toda la ONU en nuestra dosis.

Pese a los pinchazos múltiples nos dirigimos a las restricciones. Se viene la ola y, como mi abuela, solo esperamos que el virus no caiga cerca. Que no venga como una esquirla. Porque pese a todo, las personas nos observamos débiles, desbordados, con fatiga y temor. La pandemia es un gran laboratorio de la individualidad. Solos o acompañados frente a la ola. Exigiendo el largo brazo del Estado o considerando solo los propios deseos.  Viene.

Artículo previo
Próximo artículo