Desde luego, es un tema de los que me interesa hablar. No es una cosa buscada, pero sale así y lo acepto. Mis libros son una expresión de rabia. Son amables, simpáticos y educados, creo, pero en el fondo expresan cierto malestar. Una de las cosas que a mí más me produce malestar es cómo está repartido el poder, el prestigio, cómo es el sistema de valores dominante, según el cual los artistas tienen derecho, cuando se murieron hace cien años a tener el nombre de una calle o una plaza o una biblioteca, pero en la educación y en los presupuestos del Estado, el arte es una cosa que no tiene ningún interés. E incluso hay un interés, y es mantenerlo lo más apagado posible porque eso creo es discurso crítico, exaltación de las subjetividades. Y lo que le interesa al poder es lo contrario: un discurso obediente y que todos los ciudadanos sean iguales y predecibles. Entonces, el lugar que tiene el artista en la sociedad es un síntoma de algo importante, y a mí me parece que está bien tratar de mostrar eso, o investigarlo.