Cioran, le pedía cada vez que se encontraban, que escribiera sus memorias pero ella siempre le contestaba con un “No”. Entonces el sugería: “Escriba sus recuerdos”. Ella, ha escrito muy poco sobre su propia vida, pero sí lo hizo sobre su amistad con él. “Querido Cioran”, es un libro que se siente cercano. La última vez que se vieron fue en París y a la cita no fue sola. Fue con su marido. El filósofo rumano al despedirse le dijo a él: “Ella es siempre joven y bella”. Y no dijo más.
Su amistad con Emil Cioran
La escritora, de origen rumano, Alina Diaconú (1945) tiene una historia personal que parece de ficción. Una infancia en la Rumania comunista entre la escasez y el fanatismo. Recuerda el día que llegó a su casa llorando porque había muerto Stalin a quien en la escuela le habían enseñado a amar como a un abuelo bueno. Y recuerda también cuando les expropiaron la casa e hicieron que la compartieran con familias desconocidas, el desabastecimiento, las colas, el hambre y las cenas de papa y chocolate, como única provisión. Recuerda su niñez y también su adolescencia y vida en Argentina, sus viajes, amigos y literatura.
Amiga de importantes escritores como sus compatriotas, el filósofo Emil Cioran a quien hasta su muerte solía visitar y con quien mantuvo una correspondencia por más de 10 años y el dramaturgo del absurdo, Eugène Ionescu quien fue el primero en leer sus poemas, del argentino, Jorge Luis Borges a quien entrevistó varias veces, del poeta Alberto Girri a quien también considera su maestro, del cubano Severo Sarduy, entre muchos otros, tiene ella, más de 20 libros escritos, y en cada uno, sea el género que sea, aparece, una rara habilidad para construir unos personajes conmovedores, a veces perdidos y solitarios, valientes y cobardes que se buscan y se desencuentran.
Con Bioy Casares y Abel Posse
Entre sus libros están La Señora, (1975); Buenas noches, profesor, (1978); Enamorada del muro, (1981); Cama de Ángeles, (1983), Los ojos azules, (1986); El penúltimo viaje, (1989), Los devorados, (1992), Jorge Luis Borges: Entretien avec Alina Diaconu (1998) Aleteos, ilustrado por Guillermo Roux (2015) o Rosas del Desierto, con fotos de Anna Shumanskaia (2019) y Querido Cioran (2019), entre otros.
Vive en Buenos Aires.
-Llegaste a Argentina en un mes de septiembre como inmigrante a bordo de un barco donde cumpliste los 14 años. Rumania, tu país natal se había convertido en un lugar extraño con la llegada del comunismo y venías a hacer tuyo otro país del que no sabías el idioma y casi nada, por tanto también extraño. ¿Alguna vez pensaste escribir la historia de tu vida como una novela?
De mis nueve novelas publicadas, hay una sola que tiene vivencias autobiográficas, en un contexto de ficción y de invención y se titula “El penúltimo viaje”. Es la única vez que lo hice. Nunca pensé escribir mi vida en forma de novela y tampoco mis memorias. Cioran me lo pedía cada vez que nos encontrábamos y yo le contestaba que no. “Escriba sus recuerdos entonces”, me sugería. Sí, me han aconsejado mil veces relatar mi historia. Pero me perturbaría demasiado, creo. Quizás, si apareciese la oportunidad de responder preguntas a alguien que conociese bien mi odisea podría llegar a hacerlo, pero tampoco estoy decidida.
Lo que sí puedo asegurar es que mi vida ha sido y sigue siendo una novela. Lo cual es dramático y fascinante a la vez. Y aún me causa asombro.
– ¿Cuánta ficción resiste una historia sin dejar de ser verdad?
Mi padre -que era escritor- decía que “toda obra de arte es autobiográfica”. Siempre hay verdad en la ficción… No podemos inventar, imaginar o transmutar lo que, en el trasfondo, no es una experiencia o vivencia verdadera.
-Se dice que la felicidad no produce buena literatura ¿estás de acuerdo?
La Felicidad produce Silencio. Por lo menos, en mi caso.
– Hay nombres muy fuertes que fueron tus amigos. Eugène Ionesco y Emil Cioran. ¿Cómo los recuerdas? Algo que tengas ganas de contar sobre ellos.
Ellos fueron mis maestros, mis modelos, mis dos principales motivos para ir a París. No hay palabras para expresar todo lo que siento por ellos y todo lo que les debo. A Ionesco le debo el coraje de haber seguido desde adolescente con mi temprana vocación literaria. Las palabras que él me dijo cuando yo tenía 17 años acerca de mis poemas (escritos en francés) fueron la flecha que me lanzó hacia adelante, sin que nada me detuviera.
A Cioran lo conocí mucho después, pero los 10 años de amistad con él –sus últimos 10 años de vida- fueron tan intensos, de tanta complicidad, de tanto entendimiento que yo los califico como “un encuentro de almas”.
Nos unían, además, nuestras raíces rumanas, ciertos códigos, costumbres de infancia, aunque con ambos yo hablara en francés, no en rumano. A ellos les dediqué poemas y una novela, “Los ojos azules”, con esas palabras: “A Ionesco y a Cioran, mis maestros en perplejidad”. Y sobre Cioran escribí mi último libro, publicado en Rumania (2019) y en Italia (2021) traducidos al rumano y al italiano, titulado “Querido Cioran- Crónica de una amistad”.
-Algún otro que quieras mencionar y que recuerdes con cariño u odio.
¿Odio? No. Nunca odié a ningún colega. Otro grande, mi tercer maestro y amigo, argentino él, fue el poeta Alberto Girri. Nuestra amistad duró desde 1983 hasta 1991, año de su muerte. Fue mi hermano, mi confidente, mi gurú. Otra comunión de almas, la nuestra. Después de mi finado marido -que era mi primer lector-, Alberto Girri era el segundo. Le daba para leer mis novelas recién escritas y era implacable en su lectura .Yo confiaba ciegamente en su opinión y en sus sugerencias. Escribí mucho sobre Girri, lo respetaba enormemente como poeta y como pensador. El era un gran admirador de Cioran. Girri tiene un libro de reflexiones sobre la vida y la poesía que es imperdible, lo recomiendo siempre. Se titula “Cuestiones y razones”
-¿Crees que antes había una vida intelectual, diríamos que más completa, o más inteligente?
La decadencia es general, así que, en ese sentido también, todo se fue diluyendo. En realidad, yo tuve una rica vida intelectual, desde los 18 años cuando en Buenos Aires frecuentaba un bar de artistas y gente de la cultura, adonde se reunían bohemios de todo tipo. Se llamaba El Moderno (y ya no existe).
Luego me veía con el mismo tipo de gente y grandes escritores en París, aquí en los “spaghetti-party” de Marta Lynch, en las veladas de Eduardo Gudiño Kieffer, en la casa de Josefina Robirosa y Jorge Michel, los domingos con Girri, en las comidas y tertulias que se organizaban en la casa de María Elena Walsh y Sara Facio.
También, en 1985 tuve la Beca Fulbright que me llevó a los Estados Unidos, donde conocí a escritores de todo el mundo. Actualmente, mis encuentros son más privados, más en tête-à-tête con María Kodama, Juan José Sebreli, Fernando Sánchez Sorondo y unos pocos escritores más.
– Nélida Piñón dijo: “Me salvé asumiendo que el reino de la literatura está formado por lo excelso y lo maléfico, y que de su origen proviene lo que somos”. ¿Qué piensa Alina Diaconú sobre la literatura hecha por mujeres? ¿Puede ser un género?
Parte de la literatura hecha por mujeres puede ser tildada de “literatura femenina” por su temática, por su estilo. No es mi caso. Lo mío es una “literatura andrógina”, para darle un nombre. La buena literatura no tiene género. En los años ’70, mi segunda novela, “Buenas noches, profesor”, tenía como protagonista a un hombre, y la escribí en primera persona. Fue premiada por la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) y censurada por la Dictadura militar. Era insólito para la época que siendo mujer, me pusiera en el lugar de un protagonista hombre. Flaubert, en el siglo XIX, decía: “Madame Bovary c’est moi”.
Considero que hay buena y mala literatura. No me interesa el sexo de los autores. Mis libros siempre han tenido una gran cantidad de lectores varones. Y de mujeres también, por supuesto.
1- Alina de pequeña
2- El poema que le leyó a Ionescu
– Se dice que a las mujeres bellas todo le es más fácil. La belleza -tu belleza– ¿te ha ayudado o la has sentido como un problema?.
No me considero “bella”. Mi madre me definía como “interesante”. Haciendo hoy un balance, te diría que esa cara supuestamente interesante ha sido una ventaja en algunos casos y un problema en otros.
Me ha ayudado sobre todo con el periodismo que me convocaba bastante, me hacían reportajes y notas. Además, paralelamente a la literatura y -desde hace más de 40 años-, como me gusta comunicar mis ideas en forma directa, yo publiqué montones de artículos sobre temas culturales y columnas de opinión sobre vida cotidiana (donde salía mi foto). Lo hacía y lo sigo haciendo en los principales diarios y revistas del país, también, a veces, aparecía como invitada en programas de TV y de Radio. Mucha gente conocía así mi rostro y mis opiniones, sobre los temas más diversos.
En cambio, “mi cara” me jugó en contra con ciertos críticos literarios y gestores culturales que me conocían de los medios audiovisuales y veían mi foto en las contratapas de mis libros. Además de algunos de ellos que me adoptaron con entusiasmo y me elogiaron mucho, otros hicieron notar su animadversión en sus comentarios y recensiones. Sentí su misoginia y las marcas de aquel viejo prejuicio: “si es linda no puede escribir bien”.
En una extensa reseña, un prestigioso crítico de un prestigioso medio gráfico publicó en los años ‘80 un “brulote” con mucha saña a una de mis novelas más transgresoras y exitosas (sobre todo en Latinoamérica y en los EE.UU.) sin dejar de aludir al final a mi “rostro agraciado”. La novela se titula “Cama de ángeles”, y su protagonista era un hermafrodita. La novela pertenecía a “la literatura fantástica” y constituía también una gran metáfora del Proceso.
-¿Qué opinas del lenguaje inclusivo?
Mi opinión es no usarlo… jamás. Incluir no es una cuestión de vocales y de deformación de la lengua, es ir a cuestiones más profundas, de fondo: salarios iguales, derechos e intereses iguales para hombres, mujeres, “trans”, binarios o lo que fueren.
-¿A qué crees que se deba que temas como el tiempo, la memoria, el amor sean inagotables?
Agregaría uno más: la muerte. Son los grandes temas, los grandes enigmas de la condición humana.
-¿Qué importancia tiene la cultura a la hora de derribar ciertas ideas?
A esta altura de mi vida, me importa más la sabiduría que la cultura.
– ¿La tecnología para ti es liberadora?
Nunca pensé en la tecnología en esos términos. Es una herramienta útil, pero no me gusta un mundo regido cada vez más por ella. La “ciencia-ficción”, Bradbury y Asimov me encantaban en sus libros, pero no en la realidad.
-Has escrito más de 20 libros y pasas de un género a otro con facilidad. ¿Te sientes en alguno de ellos más cómoda?. ¿Cómo decides lo que vas a escribir? ¿Te dices hoy poesía, mañana un cuento…?
Yo pasé por todos los géneros literarios, pero fue un trayecto, etapas en mi viaje. Comencé con la Poesía a los 10 años. A los 12 probé escribir una Novela que abandoné (era muy niña). A los 15 escribí obras de teatro. A los 19 me metí seriamente en la Ficción y escribí nueve novelas (con un libro de cuentos en el medio). Luego pasé a las Reflexiones y al Ensayo. Para terminar el camino, regresando a la Poesía. A esta se le agregó últimamente lo más cercano a la síntesis total: el aforismo.
Fueron escalas que seguramente respondieron a mis búsquedas espirituales, a mis caminos meditativos, a momentos de mi vida personal.
– De tus libros. Hay alguno que te guste más que otro. Alguno que digas: no debí escribirlo nunca.
No hay ningún libro mío del cual me arrepienta. Me resultaría difícil elegir uno. Yo no tengo hijos. Mis libros son mis hijos de papel. En ese sentido, mi familia es muy numerosa. Los quiero a todos, a cada uno por razones distintas.
-¿La primera frase es importante para ti?
Muy importantes la primera y la última.
-¿Qué escribe ahora Alina Diaconú? ¿Acaso sobre un monje en un monasterio de Sinaia?
Ahora estoy preparando un libro de poemas súper, pero súper especial. Sorpresa. El monje y el monasterio de Sinaia de mi novela trunca nunca se perdieron: están en mí. Constituyen mi eterna búsqueda metafísica.