(…) desde ahora comeréis milanesas de ternera y peras en vainilla, desde hoy devoraréis Ferdydurke, arriba y abajo, oh porteños del más o menos, porteños inescrutables, medidos, correctos, helados y muertos. Galvanizados seréis con las aventuras de Ferdydurke, será vuestro libro de cabecera, a él acudiréis en procura de fuerza y no tomaréis más mate. El mate os mata, perdonadme, oh porteños este chiste malo, pero no puedo, no, no puedo dejar de hacerlo. Es el mate lo que os define, soy tomadores de mate y jugadores de ajedrez. Estáis amenazados por esas dos plagas de Egipto. El mate lleva al mate y el ajedrez da el mate y de estos dos mates todo lo que sale es de un espantoso color mate. Huid, pues del mate y refugiaos en Ferdydurke que no toma mate, Ferdydurke la sabrosa cañita añeja. Emborrachaos, oh porteños, caminad por Florida a las cinco pero hacedlo vivos, no muertos, como soléis hacerlo, que se os oiga hablar, gritar, desbarrar, jurar, sed pueblo, no seáis pasos ahogados. Dejaos de vuestra sombrías confiterías, de vuestras charlitas de café, sotto voce que hace a Buenos Aires una inmensa aldea; sed arrojados, hablad mal de vuestro amigo, no seáis tan educados, tan circunspectos, no os vistáis más a la inglesa porque no sois ingleses, ni produzcáis el arte a la francesa porque no sois franceses. Recibid en vuestras casas sin prevención y ofreced al visitante té con masitas, no lo abruméis con vuestra producción ni escondéis la cara de la cara, ni el ojo del ojo, ni la pierna de la pierna. Sacad la lengua que es el único modo de saber si se la tiene limpia o sucia. ¡Qué más da! ¡Oh, porteños, calorizad vuestra ciudad porque la pobrecita está amenazada de enfriamiento! No son las nieblas, el frío repentino, las lluvias persistentes lo que hacen de esta bella un cadáver. No, sois vosotros mismos con vuestros cuerpos y vuestras almas los que recubrís de norte a sur y de este a oeste el inmenso cementerio de Buenos Aires. Alegraos, arriesgaos, haced tres, diez mil ridículos al día y os salvaréis de la pan-conflagración que sobre vuestras cabezas se cierne. Devorad a Ferdydurke, Ferdydurke burlón, impiadoso, sensato y loco, loco y prudente, que prefiere un eructo a las potitesses de un triste salón de arte. Huid de las exposiciones, de los cuadros colgados, de la modestia de la hiena, de las mujeres sabias, de los filólogos muertos de filología, de las “tías culturales” -como dice el propio Ferdydurke, de los pasitos medidos, de los gestos comedidos, de las películas de arte, del último libro, del concierto sacro, del profano, de la canción a dos voces, del alma de los días, de los paseos sentimentales, de la buena educación, de los monstruos sagrados de la literatura porteña, de los laberintistas, de los tantálicos, de los policías literarios, de los viajes a Francia, de las telas importadas, de los biombos que nada ocultan, de las pantallas, de vuestra piel, de vuestro huesos. Salud.