A sangre fría. Así pensaba hacerse. Sin más. Un hombre gatilla su pistola a metros de la cabeza de la vicepresidenta argentina. Ella regresaba a su casa y se acercaba a saludar a simpatizantes que la esperaban. El crimen que no fue es, ineludiblemente, una tragedia. Un momento fallido y cruel que rememora otros intentos de magnicidios o asesinatos consumados y la fragilidad en la que vivimos. “Salís a la calle y pueden matarte”. Líderes y lideresas han quedado asediados y perseguidos por la muerte violenta y por una mirada de hierro, como la que planteaba Gustave Le Bon en Psicología de las masas (1895), que consideraba que “detener” a quien manda daría por terminado su influjo sobre las masas y estas volverían a la “normalidad”. Detener, “sacar de juego” o matar al jefe o a la jefa se vuelve un fundamento, a veces, para destruir ese flujo representacional establecido entre gobernantes y gobernados. La fantasía leboniana es fuerte, casi literaria, y profundamente policial. Matar al “tirano”, al “líder” o a quien es considerado como tal es también parte de una gran literatura que va desde las crónicas sobre el asesinato de Julio César, pasando por el desenlace del dominicano Leónidas Trujillo, el guatemalteco Jacobo Árbenz, el colombiano Gaitán o el propio Tachito Somoza. La literatura y la teoría anti autoritaria y anti jefatura son vastísimas y poseen múltiples resignificaciones en boca de los diferentes actores y actrices.