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A sangre fría: sanción y magnicidio

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Por Esteban De Gori

A sangre fría. Así pensaba hacerse. Sin más. Un hombre gatilla su pistola a metros de la cabeza de la vicepresidenta argentina. Ella regresaba a su casa y se acercaba a saludar a simpatizantes que la esperaban. El crimen que no fue es, ineludiblemente, una tragedia. Un momento fallido y cruel que rememora otros intentos de magnicidios o asesinatos consumados y la fragilidad en la que vivimos. “Salís a la calle y pueden matarte”.  Líderes y lideresas han quedado asediados y perseguidos por la muerte violenta y por una mirada de hierro, como la que planteaba Gustave Le Bon en Psicología de las masas (1895), que consideraba que “detener” a quien manda daría por terminado su influjo sobre las masas y estas volverían a la “normalidad”.  Detener, “sacar de juego” o matar al jefe o a la jefa se vuelve un fundamento, a veces, para destruir ese flujo representacional establecido entre gobernantes y gobernados. La fantasía leboniana es fuerte, casi literaria, y profundamente policial. Matar al “tirano”, al “líder” o a quien es considerado como tal es también parte de una gran literatura que va desde las crónicas sobre el asesinato de Julio César, pasando por el desenlace del dominicano Leónidas Trujillo, el guatemalteco Jacobo Árbenz, el colombiano Gaitán o el propio Tachito Somoza. La literatura y la teoría anti autoritaria y anti jefatura son vastísimas y poseen múltiples resignificaciones en boca de los diferentes actores y actrices.

No todos los magnicidios o intentos por consumarlos son iguales. Siempre existen momentos singulares e interrogantes que rodean al suceso. ¿Qué situaciones culturales, políticas y sociales habilitaron a una persona o a varias a imaginar y ejecutar un asesinato político? ¿Qué condiciones posibilitaron esa acción? ¿Qué palabras y sentimientos simbolizaron esas acciones? Una muerte política se trama, se imagina, se “junta fuerza” (individual o grupal) y cuando el cuerpo pasa al acto busca realizar su cometido. ¿Qué empuja a ciertos hombres y mujeres a otorgar sanciones sociales más allá de las que pueden oficiar las instituciones o el ejercicio electoral?

Cuando una persona intenta asesinar o logra su cometido es que se han caído o se han desgastado creencias profundas. Estas se ven suspendidas. Caídas. Su valor simbólico se ha ido desplomando lentamente en el mercado de las representaciones y emociones sociales. Aquello que contiene a las personas se afloja y deja de limitar. Una de las creencias significativas es el derecho a la vida misma que todos tenemos; otra es la capacidad de las instituciones y del sistema de dar justicia. Un magnicidio siempre lleva la marca de una acción antisistema y mesiánica. Querer cortar algo. “Cortar el mal”. A sangre fría.

El agresor, quien contaba –por ahora- con el apoyo de un grupo de personas, congrega en su propia vida privada y social signos interesantes y convulsos de este tiempo. Ropa fetichista y látigos hallados en su casa, tránsito por espiritualidades radicales y satánicas alojadas en sus búsquedas en internet, 100 balas y rechazo a los subsidios sociales y a diversas políticas del gobierno nacional. Un combo sancionatorio. Una cofradía “jugada”, con ganas de sancionar. Un grupo de personas (precario) muy diverso a la lógica de una organización política.

Pero estos signos no explican todo, solo nos hablan de una posible subjetividad de época. Potenciada esta por la precariedad de la vida laboral y existencial que muchas veces provoca resentimientos en torno a otros, inclusive sobre sus mismos pares. Cultos satánicos, fetichismo, sadomasoquismo y rechazo a la política parecen parte de un guión de subjetividades que aparecen en los muchos films y series de los últimos tiempos. Muchas creencias e instituciones “tradicionales” se han caído. Inclusive los propios partidos como espacios de organización de acciones. Estos se ven sorprendidos. 

Si se puede tener sexo a través de una plataforma virtual, si  podemos obtener un trabajo con una aplicación a una plataforma (como Uber, Cabify, etc), una pareja casual o permanente o se pueden asumir empleos por fuera de las instituciones tradicionales, es imposible que esto no impacte en la política y en los lazos de representación.

La polarización política actual en sociedades fragmentadas y frágiles como las de hoy, está atravesada por miradas conservadoras que atacan derechos individuales, sexuales y sociales, que degradan la política como capacidad de gestionar las vidas ciudadanas. En el contexto de crisis el resentimiento hacia los otros y otras (inclusive hacia los políticos y políticas) no es motor menor de la subjetividad como la sensación de injusticia que muchas veces se produce porque se “da” ayuda social a algunos sectores sociales y no a otros. A veces se vive como injusto, por parte de ciertas personas y colectivos, garantizar ciertos derechos a los y las más vulnerables.  Hacen “política” maldiciendo a la política. Inclusive se detestan algunas dimensiones compasivas y reparadoras de la vida social.

Sin lugar para los débiles”, un film de los hermanos Coen, da cuenta de vidas individuales que ejercen la violencia de manera quirúrgica y desmedida. Vidas desenganchadas y solitarias. Que son llamadas a garantizar y reivindicar un mundo sin compasión. Hace años que las tradiciones conservadoras y radicales, instaladas en diversas fuerzas políticas de nuestro país, de la región y del mundo, “juegan” a erosionar derechos sexuales, identitarios, a poner en duda el sostenimiento de las vidas populares (que posiblemente muchos y muchas hayan quedado fuera del mercado laboral) y a coquetear con el desmantelamiento total del Estado. Desmantelar al Estado es desestructurar los límites culturales que este les propone a ciudadanos y ciudadanas. Implica “desplomar” modulaciones de la autoridad que resituaban a la subjetividad en juegos sociales donde se busca expulsar la violencia. Cuando “todo se cae”, el castigo y sanción por mano propia o manos propias está ahí. Esperando ser convocado de algún modo.

Jugar “a los soldaditos” con palabras y discursos tiene “efectos” reales. Más cuando hay personas que buscan reconocimiento y saltar a la “fama” a partir de actos violentos. La política, las redes, las comunicaciones, la palabra, los rumores no son algo menor en las sociedad. La palabra tiene un lugar importante en las maneras de pensar y de obrar de las personas. En sociedades donde las grandes referencias institucionales están en crisis las palabras y las literaturas de la acción se vuelven muy relevantes a la hora de simbolizar las vidas. Es un ticket para situarse en una identidad.  

La idea de un autoatentado por la parte de la misma vicepresidenta o la no creencia en el intento de magnicidio nos habla de la gran desconfianza que se ha construido en torno a la política y la justicia. Un saber inestable de la vida social. Todo es sospechable y sin certezas. Una vida agobiante.

Aquellas personas que atentaron contra la vicepresidenta dan cuenta de las subjetividades de nuestra época, de las sentimentalidades que rodean a los ciudadanos y ciudadanas y la política. La vida social, cultural y económica y política contemporánea posibilita la aparición de ciertas subjetividades violentas, que buscan reconocimientos, que persiguen sancionar por mano propia a la política ya que descreen de otras instituciones, que les motiva “vivir inciertamente” sospechando de políticos y políticas que construyen, según estas miradas, situaciones injustas.

No son subjetividades desviadas, son posibles subjetividades de nuestra época.