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A un año del adiós de Noé Jitrik

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Ese joven de 93 años.


 

Por Caterina Radzichewski

A las cinco de la tarde de ese miércoles, Noé Jitrik se presentó en el Café Cortázar del barrio de Palermo para compartir una merienda con algunos jóvenes graduados de Literatura. Llegó puntual a pesar del gran caudal de vehículos que intenta escapar del centro de Buenos Aires cuando el horario de oficina se acaba. Confieso que me encontraba nerviosa. Mis expectativas para ese encuentro casual, para esa entrevista a una eminencia de la crítica literaria eran altas y quería lucirme como organizadora.

Lo primero que salió de boca del autor de la Historia crítica de la Literatura Argentina, obra que se estudia y se debate en todas las universidades que ofrecen carreras de Filología, fue “yo esta escalera no la subo”. Como escribiría un novelista romántico, mi corazón dio un vuelco. Por un instante temí que se volviera sobre sus pasos y subiera al primer taxi que pasara casualmente por la esquina de Medrano y Cabrera. Sus noventa y tres años lo autorizaban con creces a fijar las condiciones de las actividades en las que participaba. Luego de unos instantes de silencio interminable (en mi interior analizaba decenas de soluciones posibles en un intento de encontrar la indicada para el contexto y el invitado) suspiró hondo y accedió resignado a subir los más de veinte escalones hasta el primer piso del Café. Arriba, teníamos ya preparada una mesa y cinco asistentes al evento listos para escuchar a Jitrik disertar acerca de los temas que él eligiera.

Una conversación es una atmósfera que debería ser constructiva y transmitir la sensación de que algo queda” comenzó diciendo cuando ya había tomado un sorbo del primer café. Nos regalaba la primera lección de la tarde, un ejercicio de metacognición: pensar el pensamiento. Desglosar la conversación para entenderla de veras. Nosotros tomábamos nota y al principio lo interrumpíamos con acotaciones y comentarios. Nos tomó pocos minutos entender que no debíamos entrometernos en el discurrir de sus ideas. Así y todo, él nos hacía preguntas desafiantes de tanto en tanto. Nos interrogó acerca de la función de los medios de comunicación y cómo las nuevas generaciones procesamos los miles de datos que nos llegan a través de plataformas variadas. Nutríamos sus teorías, fruto de horas y horas de reflexión y estudio con nuestra experiencia presente y nuestra visión renovada de las cosas.

Cuando llegó a la mesa la segunda ronda de cafés, Jitrik ya se había relajado y comenzó a narrar anécdotas con el autor Julio Cortázar, quien supo ser su amigo personal. Nos confesó que su primer acercamiento culminó en una reacción de desagrado por parte del autor de Rayuela e Historia de cronopios y famas. Noé deseaba hacerle un comentario de cariz cómico acerca de un cuento que el autor nacido en Bélgica pero consagrado en la Argentina compartió en una lectura pública. En ese relato, un personaje se reduce en tamaño. Al crítico literario le resultó sumamente gracioso que un hombre de altura considerable (Julio Cortázar medía nada más y nada menos que un metro con noventa y tres centímetros) eligiera empequeñecer al personaje. Cortázar se lo tomó mal, o al menos eso interpretó Jitrik a la luz de los años y el difuso recuerdo que conservaba de la década del sesenta. Tiempo después iniciaron un vínculo fecundo y entrañable al continuar su relación mediante cartas.

Un recuerdo más reciente que Jitrik recupera con dulzura ocurrió durante una visita de Cortázar a nuestro país. Él vivía para ese entonces en Francia, donde transcurrieron sus últimos años. Luego de conversar largamente acerca de la vida, de la literatura y de cómo se entrelazan una y otra de modo inextricable, Jitrik reparó en la hora y se puso de pie bruscamente. Dentro de pocos minutos se cumpliría el horario de salida del jardín de infantes de su pequeña hija y debía ir a recogerla del mismo. Le pidió a Julio que lo acompañara y él accedió. En ese entonces ya era un escritor consagrado y la gente volteaba en la calle cuando lo reconocía. ¡Es Cortázar, el escritor! Lo que se encontraban era a un gigante de dos metros, con un abrigo que llegaba casi hasta el piso, caminando encorvado para tomar de la mano a una niña de cuatro años. Una imagen muy divertida que a Noé le saca una sonrisa recordar.

“Éramos buenos amigos. No teníamos una relación muy profunda, creo que él no comprendía bien mi manera de abordarlo cuando escribía acerca de sus textos. Me dijo que a veces los críticos ven más allá de lo que el escritor deseaba decir” confiesa acerca de su vínculo con Cortázar y añade a continuación un recuerdo de alto impacto que permaneció en mi memoria desde que lo oí narrarlo. Jitrik se encontraba participando de una mesa redonda en el Palacio de Bellas Artes de México el 12 de febrero de 1984. Mientras exponía acerca de la literatura argentina y su historia, el autor mexicano Juan Rulfo irrumpió en la conferencia y exclamó “acaba de morir Cortázar”. En la sala reinó el silencio.

Para Jitrik la crítica literaria es recorrer una ciénaga. Es un viajar sin llegar nunca. Las obras se multiplican y sus sentidos también. El contexto de producción descubre nuevos detalles que cambian la interpretación de los especialistas y permiten abrir nuevas vertientes de investigación. Por otra parte, el contexto de recepción, el tiempo y lugar desde el que leemos una novela, un poema o una biografía, es rico en matices y está determinado por nuestras experiencias sociales, culturales y generacionales. Lo apasionaba pensar. No tanto publicar lo que pensaba. Durante ese encuentro en el Café Cortázar nos confesó que no estaba preparando nuevos libros. Simplemente escribía por gusto, por placer. Cultivaba el hábito que lo mantenía vital y nutría sus ganas de estar en el mundo.

Por esos días había cobrado fuerza la noticia de su postulación al Premio Nobel de Literatura. Un conjunto de artistas, escritores e intelectuales habían enviado una carta a la Academia Sueca en la que destacaban su escritura original y sorprendente y su lucidez para expresar conceptos. Mientras llegaba la cuenta y apurábamos el ultimo sorbo de nuestras infusiones antes que apagaran las luces de la cafetería, formulábamos la pregunta más deseada. Qué haría en caso de ser reconocido con el galardón. Es sabido que el premio es generoso, once millones de coronas suecas, el equivalente a casi un millón de euros. Con firmeza respondió “compraría un lavarropas nuevo” mientras se incorporaba de la silla para ponerse el abrigo.