Al día siguiente, hacia la media tarde, los amigos del hombre –una pareja afable, culta, acomodada– entraron en la casa. Llamaron a su amigo, alegres, por su nombre, pero nadie respondió. Entonces pensaron que tal vez había salido a dar una vuelta, o que había ido hasta el pueblo, a comprar algo. Pero como el auto del hombre estaba allí, cerca de la casa, entendieron que la única posibilidad era la caminata. Esperaron, tranquilos, hasta que anocheció. El amigo no aparecía, de modo que emprendieron un registro algo más minucioso de los distintos ambientes. Sobre la mesa que el hombre había elegido para escribir, encima de una pila de cuadernos y papeles, encontraron una nota que no habían visto antes. O mejor, la habían visto, sí, pero no le habían dado importancia: como estaba escrita en alemán habían creído que se trataba de una cita que el hombre habría recogido para utilizarla luego en algún texto. Faltos de cualquier otro indicio, sin embargo, y como la noche era ya definitiva, juntos, de pie, en la cocina, los amigos del hombre intentaron una traducción. Les costó algún trabajo. La nota decía: Salgo a enterrarme en el bosque. El giro era curioso, desde luego, pero ya era tarde, los dos estaban preocupados, no conocían bien el idioma que traducían, y por eso no lo habrán notado.