Desde niña he leído traducciones, entonces inevitblemente mi lengua escritora es la lengua de la traducción, porque es, por un lado, más inocente, y, de alguna forma, más ocurrente. No deja de ser una lengua inventada que nadie habla y que solo existe dentro de los libros, como todo lo que hago. Fuera de los libros nadie habla así. A mí automáticamente me coloca dentro del libro, y creo que al lector también. Como lectores estamos acostumbrados a hacer el pacto de que cuando entramos en un libro decimos “¡qué demonios pasó!”. Cuando escribo mis libros no tengo que elegir lo que se diría en cada país. ¡Coño! ¿Qué onda “coger”? Todo el lenguaje neutro que se construyó y que otorgó sentido a una lengua que tenemos en común y que solo usamos en solitario en los libros. Yo me comunico con la ficción así, escribo así porque no podría escribir en seco. Digo que la realidad no me gusta para meterla dentro de los libros, el lenguaje real me parece feo, el español de los libros tiene que ser algo como encantado, que tenga un barniz irreal y que a la vez me permita jugar con el lenguaje de una manera… así como juegan los ingleses. Como verás, hay bastantes neologismos dentro de la novela, juego con verbos que no existen de la misma manera que lo hacen los anglosajones. La idea es que el texto tenga texturas, que las palabras se disfracen con la cursiva, que no sean exactamente lo que son, a mí eso también me encanta. Yo veo las palabras … los personajes son como muñecos o juguetes y para mí las palabras también son como juguetes. Tienen que ser esas palabras y tienen que estar de esa forma puestas, incluso en cursiva o encerradas en paréntesis.