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Laura Fernández: Por suerte podemos imaginar…

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… no tenemos que limitarnos a vivir

Por Valeria Groisman

Foto: Sara Faccio

A ver: la charla con la escritora española Laura Fernández (España, 1981) fue tan fantástica como sus libros. Y digo fantástica porque hasta tuvo su cuota de misterio. Promediando la mitad de la conversación sufrimos un apagón: ¿corte de luz? ¿falla técnica de Zoom? ¿la ficción buscando colarse en una charla real donde ella era la protagonista? Todo es posible cuando estás conversando con la autora de La señora Potter no es exactamente Santa Claus. Lo inverosímil suena lógico. El lenguaje se estira y se deforma y se modela como el slime, esa cosa pegajosa que los chicos usan para relajar en su tiempo libre. Tu cabeza intenta hacer conexiones neuronales para dilucidar de dónde viene el nombre de ese personaje que te suena y te suena, pero no sabés de dónde ni de cuándo. Te reís, porque Laura es rabiosamente inteligente: sabe cómo acomodar las palabras para que tomen ritmo.

Hay autores que escriben sobre la hoja y ya. Otros lo hacen también cuando hablan e incluso cuando dan entrevistas. Como Laura.

Podría hacer acá mismo, en este párrafo, un racconto de su vida y su trayectoria como escritora, pero está todo en las líneas que siguen. Dejemos que la escritora haga lo que sabe hacer, lo que vino a hacer, que nos cuente una historia. Esta vez, la suya. 


 

¿Recordás el momento exacto en que empezaste a escribir ficción?

Eso es muy antiguo, empecé muy de niña, cuando leía o veía una película en televisión, escenificaba la escena con muñecos o seguía la misma con otro final porque creía que lo podía hacer mejor. Desde los 8 o 9 años siempre he estado leyendo y queriendo crear esos mundos donde quería instalarme.

Pero te dedicaste al periodismo…

Mis padres trabajaban en una fábrica los dos, entonces la utilidad estaba muy presente en casa. Y pensé que la única profesión que me iba a permitir vivir (aunque no es tan así) era el periodismo. Entendí que era el único camino. El periodismo siempre ha tenido ese punto aventuresco: llegas a los sitios y ves que puedes preguntar cualquier cosa. El periodismo es como tener una tarjeta de doctor, que te da acceso, que te permite preguntar cualquier cosa. Tienes que responder lo que yo pregunto.

Es cierto, el periodismo tiene un roce constante con la literatura, pero cuando te dedicás a la información, tenés que comprobar los hechos, ofrecer datos duros, que la declaración sea exacta. En los libros podés volar. Y vos, en tus libros, volás mucho, cuando te leía sentí que entre mis manos tenía a Roald Dahl. Hay algo muy infantil, lúdico, que se perdió en la literatura y en tus textos lo volví a encontrar.

Eso es intencional y a la vez inconscientemente. Soy ese tipo de lectora que cuando entra en un libro la realidad se suspende por completo. Cualquier cosa es posible. Mis libros pueden resultar insoportables para quienes no leen como niños, para aquellas personas que no leen perdiendo por completo el control. Son libros para perder el control desde el minuto uno. Cuando tú eres niño y lees a Roald Dahl, primero que cada frase es un pequeño abismo, cuando hablas de bruja la siguiente frase puede ser que se ha comido un niño o hizo algo maravilloso. Hay una idea de la pérdida de control y no saber qué va a pasar, tiene que ver con el placer lector, de ese momento en que empezamos a leer y queremos seguir haciéndolo y seguir y seguir. Ha sido el éxito de los libros de Stephen King, por ejemplo. En el fondo cualquier cosa es posible y conecta mucho con nuestra idea del placer lector.

Ese “placer lector”, ¿se encuentra en cualquier libro? ¿Dónde lo encontrás vos como lectora?

Lo encuentro en libros que juegan con la forma porque ahí cualquier cosa es posible. La experimentación con el lenguaje, el humor y la ficción dentro de la ficción ayudan a que todo pueda ser posible y la literatura se eleve de la realidad. Suba a un lugar donde el adulto pueda estar cómodo como niño, pero a nivel intelectual muy lejos.

¿Cómo viviste la experiencia de proponer una literatura alejada del canon?

Es un camino muy largo. En España es el camino del héroe, sobre todo cuando no vienes de ningún lugar, cuando empiezas publicando en alguna editorial donde un editor loco entiende que tienes y que has hecho una maravilla. Mi editor era un ideólogo, tenía muchas deudas, yo tenía ejemplares en casa que iba regalando. En mi caso, mi primer libro no llegó a las librerías. Me abrí un blog y fui regalando. Era 2008, cuando tuve a mi hijo Arturo. Lo principal es creer. Lo llevé a todas las editoriales. Con mi segundo libro, Wendolin Kramer, fue distinto. Llegué a Alfaguara, la historia tenía muchos personajes y en el informe de lectura me decían que tenía que simplificar todo, que tenía que estar ambientada en una ciudad real. Pues yo tiré ese libro y me quedé con un único capítulo y lo escribí de nuevo como si fuera para un marciano explicando qué era Barcelona. No me gusta que la ciudad se diera por supuesta. Tuve que construir un personaje muy inocente… Kramer. Ese libro no supuso nada porque al final cuando un libro se recorta, el lector queda recortado.

¿Y tu tercer libro?

Fue La chica zombi, donde intenté incluir solo 8 o 9 personajes. Recorté todo, pero otra vez lo mismo, el libro bien, pero no era yo y en la editorial inventaron una colección donde estaba lo raro. No estaba siendo yo y encima me tildaban como la rara de la clase. Como autora, estaba en un rincón: aquella que es buena, pero no sabemos lo que está haciendo. Entonces, al rincón.

El rincón como una especie de castigo por ser distinta, por escribir distinto.

Sí, y ahí se cruzó Claudio López Lamadrid. Me dijo: “Si estás escribiendo algo yo quiero leer”. Eso fue Connerland. En el momento en que Claudio la leyó me dijo “la quiero”, pero tendrás que recortar algo (era una novela de 700 páginas). Recuerdo sus palabras: “Son cortes de un bonsái al que hay que podar”. Me sentí comprendida, cuando tienes la confianza de alguien como él… pero España seguía sin verme. Desde 2008 hasta 2022 (14 años) fue un proceso largo en el que no he desfallecido, solo he ampliado la idea de ser cada vez más yo.

La señora Potter no es exactamente Santa Claus es bien vos… La perseverancia te da permiso para ser la autora que querés ser.

Yo creo que este libro va todo el rato de eso, todos los personajes tienen un reconocimiento por lo que realmente son y no por lo que los otros creen que son. Y curiosamente ha sido como abrirme, salir del lugar de rara, como si la señora Potter me hubiese concedido el deseo de a “esta chica la va a ver España”. Cuando gané el Premio Ojo Crítico, que ganaron otros escritores muy valorados por el sistema, de repente cuando me llamaron, me quedé tranquilísima, sentí que me habían aceptado. Pensé: “No sé si me han entendido aún, pero me invitaron a formar parte”. Podía ser yo. Hacer libros aún más locos. Para mí fue un triunfo que el libro haya sido aceptado porque abre un camino para los editores en España, que son menos valientes que los latinoamericanos, apuestan menos a los textos que no son lo de siempre. El hecho de que a mi libro le haya ido tan bien les está dando un toque de atención a los editores porque todos han tenido un libro mío en algún momento y ahora estarán pensando: “Mira lo que tenía ahí y no lo supe ver”.

Sos española y escribís en tu lengua materna, pero tus personajes y nombres de ciudades están en inglés, siento que estoy leyendo un libro traducido.

Las dos cosas son interesantes. Ahora te voy a asustar: cada nombre que ves está en algún lugar, en un libro o alguna película que hayas leído o visto.

Ahora voy a tener que releer y buscar pistas.

La frase de Stephen King que hay al inicio “ya has estado aquí antes, pero todo está a punto de cambiar” tiene que ver con esto. Ojo, yo ni siquiera recuerdo de dónde los he sacado. Bueno, algunos sí los recuerdo, otros no. Todos los nombres que aparecen vienen de otros textos, por eso digo que es una ficción hecha de ficciones. Todo el rato y sin parar. No solo los nombres, sino que para mí los lugares son lugares en los que de alguna forma he estado. Todo lo que he leído acaba de alguna forma dentro, es como si fuese una especie de agujero negro que da vueltas y a partir de ahí crea la ficción. El idioma es importantísimo, es un juego que llevo haciendo desde el principio de mi carrera. La literatura española no me ha interesado, me interesa desde siempre la latinoamericana, en casa el 99% de los libros son latinoamericanos (me muestra su biblioteca: de un lado los españoles, enfrente los latinoamericanos, más allá los anglosajones y otros).

La traducción tiene una fuerte influencia en tu forma de escribir.

Desde niña he leído traducciones, entonces inevitblemente mi lengua escritora es la lengua de la traducción, porque es, por un lado, más inocente, y, de alguna forma, más ocurrente. No deja de ser una lengua inventada que nadie habla y que solo existe dentro de los libros, como todo lo que hago. Fuera de los libros nadie habla así. A mí automáticamente me coloca dentro del libro, y creo que al lector también. Como lectores estamos acostumbrados a hacer el pacto de que cuando entramos en un libro decimos “¡qué demonios pasó!”. Cuando escribo mis libros no tengo que elegir lo que se diría en cada país. ¡Coño! ¿Qué onda “coger”? Todo el lenguaje neutro que se construyó y que otorgó sentido a una lengua que tenemos en común y que solo usamos en solitario en los libros. Yo me comunico con la ficción así, escribo así porque no podría escribir en seco. Digo que la realidad no me gusta para meterla dentro de los libros, el lenguaje real me parece feo, el español de los libros tiene que ser algo como encantado, que tenga un barniz irreal y que a la vez me permita jugar con el lenguaje de una manera… así como juegan los ingleses. Como verás, hay bastantes neologismos dentro de la novela, juego con verbos que no existen de la misma manera que lo hacen los anglosajones. La idea es que el texto tenga texturas, que las palabras se disfracen con la cursiva, que no sean exactamente lo que son, a mí eso también me encanta. Yo veo las palabras … los personajes son como muñecos o juguetes y para mí las palabras también son como juguetes. Tienen que ser esas palabras y tienen que estar de esa forma puestas, incluso en cursiva o encerradas en paréntesis.  

El texto también como imagen.

Claro, eso habla de la idea de salir de la propia idea del lenguaje. La forma en la que escribimos no tiene que ser única, puede haber distintas formas de enfrentarte a un texto: pueden ser sensoriales, por ejemplo. Porque la onomatopeya es imaginar el sonido con un sonido real. Eso viene de los posmodernos americanos que me gustan mucho.

Literatura posmoderna, pop, experimental. Tu literatura es un manifiesto en contra de la literatura decimonónica, pero a la vez proponés libros larguísimos y eso me traslada a una literatura más clásica.

Yo quiero vivir en mis libros el mayor tiempo posible. Mis libros son novelas decimonónicas en el sentido de que como autora quiero que pases mucho tiempo ahí dentro. Como lectora son las novelas con las que más disfruto. Puedo empezar un libro y acabarlo enseguida, es genial, pero donde estoy cómoda es ahí donde la realidad se puede suspender durante mucho tiempo. Los libros que más amo son libros muy largos.

Tenés hijos.

Tengo uno de 14 y una niña de 9.

¿Cómo es tu día? ¿Tenés una rutina de escritura? ¿Tomás apuntes? ¿Cómo es tu proceso creativo?

La realidad es una caja de herramientas de la que saco todo, todo el rato, estoy viendo todo, cualquier historia puede ser interesante. A mi marido le digo: “Si nos invitan del colegio tenemos que ir, yo voy y hablo y así saco información” (se ríe). Veo la realidad y la ficción, la realidad en la ficción y la ficción en la realidad. Tengo una libreta o varias y apunto nombres, estoy viendo una serie y apunto cosas. De alguna forma todo entra. Stephen King dice que no hay que cerrar las escenas. Sugiere que lo mejor es quedarte con una pregunta y al día siguiente responderla. Te vas a dormir pensando la respuesta como una partida de ajedrez, es como vivir una doble vida. Tengo mi vida normal y en mi cabeza todo eso hipercontrolable, que es la literatura donde es posible tomar decisiones sin dar explicaciones. Somos felices porque estamos dando órdenes que se ejecutan.

¿Cuántas horas por día escribís?

Escribo una hora y media, ojalá pudiera hacer eso cada día. Escribo cuando se acaba el día, mi marido hace la cena, los niños miran la tele de 7,30 a 9  y yo escribo una página. Una página, una página de las buenas es mucho.

Trabajaste en un videoclub, esos que ya son una reliquia y que muchos añoramos.

Sí, trabajé en un video club un año, pero me rindió para mucho tiempo. Me di cuenta de lo absurdo de la existencia humana. Vistos desde un mostrador, todos somos idiotas. Aparte de eso, estar rodeada de ficción, alquilar ficción, hablar de cosas que han hecho otros, el ambiente que se genera es irreal, como algo semi adolescente que te conserva en un lugar de posibilidades.

Hoy se perdió eso de ir a buscar una película, no encontrarla y salir con las manos vacías. Los libros se consiguen en una librería o en Amazon y se consiguen relativamente rápido. No existe esa postergación del deseo del videoclub. Quizás eso sea algo que sí se consigue en los libros largos: el deseo se mantiene.

Los mecanismos que funcionan dentro de la novela son todos de mantener el deseo. Telegramas, diligencias, teléfono. Uso de cada época lo que quiero. Si el libro es esa perfección que hemos inventado para que cualquier cosa que no está en el mundo pueda ser posible y es un engranaje perfecto, entonces, ¿por qué no usarlo así? Yo veo el libro que solo utiliza una parte o que intenta imitar la realidad, siempre menor, porque la realidad es imitable, porque lo que vas a sentir tocando a una persona no lo vas a sentir leyendo en el libro. ¿Por qué intentar atrapar eso si podrías alejarte, ampliarlo alejándote? Por suerte podemos imaginar, no tenemos que limitarnos a vivir.

¿Estás trabajando en algo nuevo?

Estoy haciendo una novela aún más larga que La señora Potter, con muchos escritores. Son escritores, pero esta vez son escritores de viaje que están de viaje. Están en una especie de barco, crucero, hay piratas, se mezclan muchas cosas. Es la idea del viaje en contraposición con lo que pasamos en la pandemia, encerrados. El viaje es lo que uno experimenta de forma única. Por eso el libro de viaje es una falacia, es un libro del yo porque tu Barcelona es distinta de la mía. Hay un punto de imposición del relato en el escritor que viene de algún lugar y viene a  decirte cómo es. Mi idea es tratar de liberar la idea de cómo se crea el significado de los sitios, no sé.

Qué está leyendo Laura Fernández

…Estoy leyendo un libro de Fergus Fleming: La conquista del Polo Norte. Es un libro sobre  exploradores y es bastante cómico. Me interesan anécdotas sobre la manera en que vivían: cómo es comer piel de ballena, cómo se la cocina, cómo se peleaban por llevar los perros en el trineo… Son historias que van bien dentro de otras historias.  

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