Cada lectura pone en movimiento la biblioteca, “seguro organismo de continuidades, fruiciones y rupturas” y a su vez la modifica. “Leer bibliotecas, como se decía que hacía Ben Jonson, no es como beber bodegas: de la experiencia se sabe sobrio, no ebrio”, escribe Chitarroni. Su aproximación a la poesía tiene la marca de una erudición excéntrica pero no es libresca; en “Materia prima melancólica”, por ejemplo, su evocación de Ricardo Zelarayán es exclusivamente testimonial y la memoria personal revierte en lectura crítica al reconocer un estilo definitorio “en la vehemencia a menudo delirante de Zelarayán, en el ritmo aplacado que sabía darle a cada una de sus oraciones o versos”.