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Luis Chitarroni: Un legado para lectores exigentes

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Una antología de poesía inédita, la recopilación de artículos sobre poesía y la reedición de una novela traen de regreso a Luis Chitarroni. Escritor, crítico y editor, su impronta en la literatura argentina contemporánea se vuelve todavía más matizada y compleja.

Por Osvaldo Aguirre

Luis Chitarroni no se jactaba de los libros que había escrito sino de los que había leído. Tampoco tenía apuro por la publicación. Sin embargo, la lectura era al mismo tiempo la escena de un trabajo de escritura en progreso. Enemigo pudor, compilación de artículos dispersos sobre poesía, y Una inmodesta desproporción, obra poética completamente inédita, dan cuenta de esa trama productiva, a lo que se agrega la reedición de Peripecias del no. Diario de una novela inconclusa.

Enemigo pudor fue un libro que propusieron los editores de Seré Breve. Como introducción, Eduardo Ainbinder transcribe un diario en el que anotó el proceso de edición: las conversaciones con Chitarroni a través del correo electrónico, el hallazgo del título, la búsqueda de textos inéditos. Se trata de una recopilación de artículos publicados en diarios y revistas entre 1982 y 2021.

En los mensajes de Chitarroni por correo electrónico, cuenta Ainbinder, “todo régimen de transparencia comunicativa” quedaba desbaratado “o mejor dicho, desbordado”. Los correos eran pródigos en “digresiones, derivas, alusiones en fuga antes o después de conceptualizaciones memorables, frases sacadas de quicio por razonamientos singularísimos”: una pista de lectura para los propios textos.

La oscuridad, esa mala palabra según las convenciones de la industria editorial y el periodismo, funciona como un valor para Chitarroni. No se propone, sin embargo, enaltecer lo abstruso o encomiar lo ininteligible sino  cuestionar lecturas superficiales, tendencias de moda y en particular “la falsa claridad de un presente pobre”. En una nota sobre el escritor británico William Empson, al que describe como “un Rembrandt de la crítica literaria”, celebra que “la acusación de oscuro no le hizo mella” y el hecho de que el hermetismo tan reprochado “se manifiesta en Empson de todas las maneras posibles”.

La expresión enemigo pudor no está en el libro pero puede ser pensada como una variante de enemigo rumor, que aparece tres veces y con sentido distinto de acuerdo al contexto. Quizá la acepción definitiva sea la que expone en una necrológica del poeta mexicano Gerardo Deniz: “enemigo rumor” es aquello que trabaja en lo no escrito del poema, “una especie de campaña exitosa contra la explicitación obvia y obtusa”.

Los textos no tienen el carácter seriado de las columnas Siluetas y El imitador de voces, desarrollados en la revista Babel y en el suplemento Cultura y Nación del diario Clarín. Sin embargo, al margen de que se trata de reflexiones sobre poesía, es posible apreciar tanto obras y autores de referencia como preocupaciones persistentes. El orden de los artículos, en cinco secciones, refuerza la unidad del libro.

Algunas elecciones de Chitarroni coinciden con el canon de la poesía argentina contemporánea: Alberto Girri, Alejandra Pizarnik, Osvaldo y Leónidas Lamborghini, Arturo Carrera, Néstor Perlongher. Otras son llamados de atención sobre autores menos considerados pero que en su opinión están a la misma altura: Delia Pasini, a quien inscribe en una tradición iniciada por Silvina Ocampo, Edgardo Russo y Roberto Raschella.

Aun cuando parece coincidir con lecturas consagradas, sus puntos de vista son más bien desconcertantes. Chitarroni define por ejemplo a los poemas de Alejandra Pizarnik como “un conjunto de conjuros fallidos”. El logro de Pizarnik sería el resultado de aquello que no pudo realizar: “De esos fracasos, de esos fulgurantes intentos de encarnación de las palabras, nacen tejidos verbales que son poemas”. En Ezra Pound subraya como objeto “la vocación de error” en alusión a su adhesión al fascismo y a los juicios críticos Los textos de Osvaldo Lamborghini descubren a su vez la mediocridad de “la gran mayoría de los estilos de redacción de la narrativa argentina” y la impostura de supuestas transgresiones. En la misma línea la obra de Raschella aparece recortada contra “las medianías y reticencias a que nos tenía acostumbrada la seriedad de la poesía argentina”. Lecturas a contracorriente.

La resistencia

En Mímesis, la representación de la realidad en la literatura occidental, Erich Auerbach historiza el tópico de la falsa modestia, una declaración que precede a ciertos textos desde la antigüedad y en la que el autor advierte de antemano la imposibilidad de llevar a cabo la tarea que se propuso o que le encargaron. Chitarroni cultiva una variante de esa estrategia discursiva que consiste en proponer una hipótesis y después desestimarla; además dice que no es un reseñista, que es incapaz de “redondear” en los términos de los periodistas apurados, que la disquisición teórica lo excede, y estas señalizaciones complementan un método de lectura: desestabilizar las certezas previas sin establecer conclusiones, abrir el juego allí donde parecía clausurado por el lugar común o la comodidad.

“A lo largo de mi vida a lo único que aspiro a balbucear algo, no a tener tanta certidumbre”, le dijo a Hinde Pomeraniec en una de las últimas entrevistas que concedió. También denegó el título de erudito, que le concedían en reconocimiento a la bibliografía rara con que pensaba y escribía. En Enemigo pudor, Chitarroni cuenta que la cita de Joseph De Maistre con que comienza una reseña de Exvotos, de Edgardo Russo, se debe simplemente a que leía un libro del francés cuando “cayó en mis manos” el otro.

Cada lectura pone en movimiento la biblioteca, “seguro organismo de continuidades, fruiciones y rupturas” y a su vez la modifica. “Leer bibliotecas, como se decía que hacía Ben Jonson, no es como beber bodegas: de la experiencia se sabe sobrio, no ebrio”, escribe Chitarroni. Su aproximación a la poesía tiene la marca de una erudición excéntrica pero no es libresca; en “Materia prima melancólica”, por ejemplo, su evocación de Ricardo Zelarayán es exclusivamente testimonial y la memoria personal revierte en lectura crítica al reconocer un estilo definitorio “en la vehemencia a menudo delirante de Zelarayán, en el ritmo aplacado que sabía darle a cada una de sus oraciones o versos”.

Las interferencias de otros libros, las digresiones hacia anécdotas personales y ajenas, las citas constantes de otros autores son una marca de estilo también en la poesía. Los poemas de Una inmodesta desproporción pueden ser leídos como diarios de lectura y tienen frecuentes puntos de cruce con los artículos de Enemigo pudor: “Tipos de guerras” es a la vez el título de un poema y de un ensayo sobre Osvaldo y Leónidas Lamborghini; en la obra de Marianne Moore le interesan los poemas sobre animales, quizá porque él mismo escribe un bestiario; “Cosmopolitismo y disensión” aborda la figura del poeta traductor también desde ambos géneros; en “Roma y Sodoma”, rescata el uso de la rima en Paul-Jean Toulet, a lo que también le dedica un artículo.

Las apuestas por la oscuridad y los autores raros corren paralelas a su trabajo como asesor en Editorial Sudamericana. La visión crítica de Chitarroni sobre la industria es anterior incluso al desplazamiento del editor por el gerente de comercialización, ese cambio histórico en las empresas editoriales que sobreviene hacia fines del siglo XX; en su perspectiva hay además una situación previa en la que la literatura se restringe a cuestiones temáticas, despreocupada de las prácticas de escritura y desconectada de las vanguardias.

Chitarroni ingresa en Sudamericana en 1986, en continuidad con la presencia de Enrique Pezzoni y con esa figura todavía gravitante en el proceso de edición que asociaba al lector culto con el crítico inteligente. Su interés por Gabriel Ferrater y Roberto Bazlen, lectores de editoriales europeas, puede explicarse también en ese contexto y las contratapas que publicó sin firma devinieron en piezas míticas de la literatura argentina de los años 80 y 90, contraseñas entre iniciados en el núcleo mismo de la industria. La incomodidad personal en el medio se profundizó con el proceso de concentración de las editoriales: “El talento literario resulta algo verdaderamente indescifrable para gran parte de la gente relacionada con el negocio del libro”, se quejó en una nota de 2010, cuando ya había fundado La Bestia Equilátera, la editorial donde pudo retomar la construcción de un catálogo.

Beatriz Sarlo define Peripecias del no (Interzona) como “la resistencia última de un escritor a la desaparición de lo que considera literatura”. La indagación sobre los usos de la rima en la poesía contemporánea y la valoración de los anacronismos en la poesía de Raschella, entre otras observaciones críticas de Chitarroni, siguen ese principio. La poesía de Leónidas Lamborghini le parece admirable precisamente porque “no cede a ningún halago, a ninguna persuasión cultural, a ninguna moda disfrazada de irreverencia”.

El oficio de editor es para Chitarroni una combinación de curiosidad y estoicismo, según desliza a propósito de la poesía de Fogwill. En esa nota tiene presentes los brulotes que el autor de Los Pichiciegosdedicaba ritualmente a los editores después de publicar una novela en la colección Biblioteca del Sur, de Planeta. Pero no los toma al pie de la letra y destaca, en cambio, la propia experiencia de Fogwill como editor en Tierra Baldía (1979-1980): un catálogo concentrado de poesía argentina en medio de la dictadura militar. Chitarroni describe esos libros como “un largo despertar” en su historia personal como lector y tal vez también como editor.

Chitarroni presenta Una inmodesta desproporción como una antología de poesía inédita, un libro cuyo “único valor” es la reserva y que se construye sobre los restos de otros textos inconclusos o abandonados. El libro publicado por Mansalva reúne poemas fechados entre 1984 y 2008, que revisó hasta último momento. “Si algo pudiera observarse en esta insistencia de tantos años es una transformación, no un lerdo aprendizaje –dice Chitarroni, en la nota preliminar-. Acaso, paulatinamente, todo lo contrario: un despojo desalentado de conocimiento tutelar, y la ventaja de saber cómo el delirio se adelanta a cualquier fijeza o forma definitiva”.

Una obra afirmada en lo que desconoce requiere de los lectores. “Desperté sin saber escribir, y aun despierto y sigo intentándolo, cada vez que puedo”, dice Chitarroni al contestar una Encuesta a la literatura argentina (https://laagenda.buenosaires.gob.ar/contenido/8326-encuesta-a-la-literatura-argentina-ii). Reeditar sus textos, reconstruir sus itinerarios de producción, es seguir esa gran lección también borgeana que recomienda desconfiar de las versiones definitivas de una obra.

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