Me encanta esa definición y estoy de acuerdo con ella. La vida tiene muchos registros y planos, es coral, y no puedo menos que escuchar sus voces múltiples, sus diferentes inflexiones. Quienes escribimos somos un canal por donde fluyen los matices de ese inmenso coro. Me gusta mucho hacerlo, lograr ese efecto. Es una gran apuesta, un ejercicio de virtuosismo. En mi último libro, Así los trata la muerte, que mezcla lo histórico, lo fantástico, lo sobrenatural, reuní personalidades, voces y mundos tan dispares como los de la trágica enamorada de nuestra historia, Camila O’Gorman, el irresponsable playboy Macoco Álzaga Unzué o el heroico jefe de bomberos José María Calaza. Me resulta fascinante componer esa diversidad. Quizá se deba a mi amor por el teatro. No soy dramaturga, pero sí he leído y leo teatro. También actué durante la adolescencia. Y creo que escribir se parece mucho a actuar. Nos tenemos que meter en nuestros personajes, entender cómo funcionan, por qué dicen lo que dicen y hacen lo que hacen. De lo contrario, a nadie le parecerán verosímiles.