Ceferino Naupa era un hombre solitario. Vivía en un pequeño rancho entre los bosques altos de la cordillera, cerca de los alerzales, donde el silencio solo dejaba oír el sonido del viento entre el follaje y el canto del chucao que salía a ras de tierra. Solo a veces, cuando la nieve caía en el invierno, la sordera se apoderaba del lugar. Vivía tranquilo, había subido después del guillatún a su remanso, donde dedicaba parte del tiempo al trabajo de la madera. En su pequeña rancha enclavada entre tupidos y frondosos árboles, casi nada ocurría. Pero un día lo sobresaltó la fatalidad. Sintió que alguien venía bajando por la senda de los alerces, un jinete montado a caballo. Lo supo por el sonido que hacen las herraduras al golpear las piedras. La cabalgadura descendía por la huella acompañada del ladrido de seis o siete perros que hacían la corte al caballero. Naupa se levantó a mirar por la pequeña ventana de su rancho. Entonces lo divisó. Era el gringo, de estampa inconfundible. Sombrero alón, corpulento, grande de estatura, vestido con chaqueta de cuero y sobre esta una manta negra. Traía sus botas de cuero, con espuelas pequeñas apoyadas en los estribos. Al cinto una pistola y una larga cartuchera que colgaba del costado del caballo enfundaba un rifle de repetición. Naupa creyó que el destino lo tocaba. Era una predestinación, quizás una mala suerte pues él no lo haría por sí y ni ante sí. Pero la sentencia ya estaba dictada por la machi. Cada cual debía leer el vaticinio. Entonces, buscó su vieja escopeta de un tiro que estaba acomodada detrás de la puerta. No pensó mucho más en lo que debía hacer y salió decidido a enfrentar al gringo. Se cruzó en medio del angosto camino que bajaba entre el tupido bosque. Esperó parado a que apareciera, estaba con las piernas entre abiertas y en actitud firme. Cuando lo tuvo a la vista, le grito; ¡¡Alto ahí!!… ¡¡Ni un paso más!!, pero el gringo con desparpajo continuó su cabalgadura y solo paró su caballo a unos metros de Ceferino Naupa. Desde arriba, mostrando el rebenque, le espetó: ¡¡Baja esa mugre de escopeta, indio ignorante!!, y le ordenó; ¡¡Sale de mi camino!! Un estruendo se multiplicó en el bosque. El gringo se derrumbaba del caballo. Naupa, cumplió la sentencia en pocos minutos, para luego desaparecer.