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Especial Marruecos: Una experiencia onírica

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Por Jorge J. Vega Iracelay

Marruecos es un país donde confluyen culturas y tradiciones milenarias, un relato mágico que evoca a Las Mil y Una Noches, en un tiempo inacabado, infinito, y laberíntico, donde cada relato, cada impresión, cada sensación o imagen despierta a otra y contribuye así, a un tapiz multisensorial de incandescente memoria.

Marruecos es tierra de Sultanes y de Reyes, donde la mayoría de su pueblo siente una gran admiración y lealtad con su Rey, quizás originada en la solidaridad mutua en su lucha por la independencia.

Confluyen en este país, tradiciones, culturas, etnias, religiones y lenguas que reflejan una historia milenaria construida por fenicios, romanos, cartagineses, visigodos, vándalos, moriscos, judíos-españoles, árabes, bereberes, y subsaharianos, revelando así una gran diversidad caleidoscópica, y una rica herencia histórica y cultural.

Pero más allá de ello, Marruecos despierta en el plano personal, el éxtasis de los cinco sentidos. Despierta el sabor de su gastronomía como su tajín, el cuscús, la pastela, el cordero asado, los briouats, la Tanjia Marrkchí, o su harira. Despierta por otra parte, el oído de su música árabe y al-Ándalus, el Gnawa y el reggada. Pero Marruecos es además y en especial color: el rojo de sus murallas y mezquitas, el oro de su arena y de la luz del Sol que ilumina sin piedad todos los rincones, y el azul purpúreo (bautizado Majorelle, por el célebre artista creador del homónimo jardín), de sus puertas, paredes, y ventanas. Marruecos huele a jazmín, menta, limón, naranjas, mandarinas, comino, y semillas de anís. Asimismo, Marruecos también borbotea agua en sus fuentes adornando sus bellos jardines que enamoran, e impresiona con la majestuosidad de sus montañas, como el Atlas, que protegen como gigantes celosos la magia tan ingenuamente ofrecida por su gente y lugares, y, encendida -como una llama votiva- en sus relatos.  

Marruecos es misterio, fantasía, imaginación, insinuación y suntuosidad, revelados por la belleza de su gente, su esoterismo, los velos y celosías, sus relatos, y sus fuegos, sus harenes y hamanes, y las caravanas en el desierto, que han inspirado con justicia el imaginario y la mística que lo arropa.

Sus plazas, mercados y paseos ofrecen un festival de caftanes multicolores en personas que parecen sacadas como decía Yves Saint Laurent de un boceto de Delacroix, pero que son en realidad una “improvisación de la vida”.

Marruecos no puede entenderse sin sus Medinas y plazas. Estos lugares son la evidencia de una cultura viva, energizante, catalizada por una metamorfosis continua. Me despierto en ellos embriagado por cánticos del almuecín – que suenan a lamentos- llamando a la oración, con una mirada y curiosidad encendidas, y un asombro incesante ante el desfile de imágenes hiperrealistas -tanto a veces que devienen en surrealistas-. Esas imágenes son sus aguateros, encantadores de serpientes, malabaristas,  bailarines, y un festival de relatos, colores, olores, sabores, música, voces, ritmos, Impresiones, imágenes, y revelaciones, que como los relatos de Sherezade, atraen mi atención, manteniéndome despierto pero inmerso en una experiencia onírica.

Marruecos exige desprendernos de nuestras certidumbres y prejuicios occidentales, hacer reingeniería reversa de nuestros arquetipos, y descubrirlo así con los sentidos muy atentos, con una curiosidad abierta que despierte el asombro, y navegar así por ese laberinto con osadía y lucidez. Hacerlo de esa manera nos permitirá descubrir el contraluz de un Marruecos moderno, pujante, pero también nostálgico, bucólico y a veces arcaico; luminoso, pero también oscuro, con la belleza de la luz dorada del sol sobre la arena o los fuegos que despiertan esos colores ámbar que evocan a encuentros y relatos mágicos.

Marruecos, es por encima de todo ello, un relato mágico y embriagador, como esa bruma que pintaba Turner en sus obras, y que surge espontáneamente quizás en una plaza, o durante una ceremonia del té: un espacio de encuentro y de palabra.

Estos relatos que transmiten historias a través de generaciones, muchas de ellas a través de una fogata en el desierto, ya habían despertado en Jorge Luis Borges un gran deslumbramiento por el mundo árabe, como Marruecos, que lo representa. Así Borges, alabando la magia del Oriente decía desde Ronda en España, en su poema homónimo: “Y la rimada prosa alcoránica y ríos que repiten alminares y el idioma infinito de la arena y ese otro idioma, el álgebra, y ese largo jardín, las Mil y Una Noches [..] es aquí, en Ronda, en la delicada penumbra de la ceguera, un cóncavo silencio de patios, un ocio del jazmín y un tenue rumor de agua, que conjuraba memorias de desiertos”.

Desde mis vacaciones de verano en Mallorca, que supo de las conquistas y civilización musulmanas, y con la maravillosa e inimitable pluma de Borges como colofón, recuerdo así a Marruecos.

Jorge J. Vega Iracelay es argentino-español, y residente en España. Es abogado, tiene un Máster (LL.M) en Derecho de la Universidad de Columbia en los EEUU, es Abogado admitido en la Barra del Estado de Nueva York, y,  en la actualidad, es Doctorando por la Universidad Carlos III,  Madrid, España, investigando sobre Inteligencia Artificial y Protección de Datos. Vega Iracelay fue Abogado General Asistente en Microsoft Corp., es experto en Tecnología, Ética y Sociedad, y colaborador periodístico, ensayista, escritor y conferencista en temas afines.