Adoptaba como a un hijo a los países que, como diría ella, iban naciendo a medida que los visitaba. Se interesaba por su suerte, seguía sus vicisitudes políticas y meteorológicas, sufría si un terremoto, una guerra, un ciclón devastaban lugares por los que había transitado. En suma, ya no podía prescindir del hecho de haberlos conocido y, en consecuencia, cada viaje, en vez de satisfacer el deseo agravaba la frustración. Cada traslado agregaba y al mismo tiempo le arrebataba una parte de sí misma, ya que, aunque estuviese con nosotros, también estaba en otro sitio. Bullicio, olores, colores y miradas, territorios, formas y gentes se sumaban a la consistencia de Pupas de tal modo que alteraban la composición de su ser, que crecía, se dilataba hasta abarcar cada vez más mundo. ¿Se las habría arreglado para soportar tanta expansión de sí misma? ¿Tal vez ella se lo preguntaba mientras planeaba una nueva partida o regresaba de la última transmigración?