Pero hubo otros hallazgos. Encontré en un sobre, en el exterior de tantas carpetas, una decena de hojas de minúsculas pruebas: tiras y tiras de fotogramas que contenían la cara del papá de Pupas. El encuadre era el del primer plano del formato carnet, con la diferencia de que el fondo no era una pared blanca, sino la almohada hundida y arrugada de la cama de hospital. Pupas había sacado una foto diaria del curso de la enfermedad, de la progresiva consunción del padre. Desde la cara pálida todavía vital de las primeras tomas, las secuencias llegaban hasta la fisonomía demudada de la muerte presagiada, con los ojos abismados en el negro de las órbitas y el abatimiento reflejado en las pupilas abiertas de par en par. Y finalmente la última foto, con el rostro céreo, la absoluta inexpresión de un ser que ya no es de este mundo, de un hombre que ya no tenía adónde ir.