Uno de los videos de Valentín Demarco, artista visual contemporáneo, egresado de la UNA, explicita un sentimiento que tiene cualquiera que pulula por el interior bonaerense, como él. El video abre con una imagen. Es la filmación de una bolsa de papel de regalo gigante, emplazada al costado de la ruta, al atardecer. Una ruta poco transitada, con escasa señalización, claramente bonaerense. Se adivinan los cultivos, el horizonte plano, los pájaros que chillan, el ruido cada tanto de un auto, que pasa a toda velocidad. No hay personas. La bolsa se empieza a prender fuego, hasta que se consume entera. Pasan 5 minutos de filmación, al paisaje no se le mueve un pelo.
La desesperación de la llanura. Agitarse existencialmente uno; intentar acelerar el tiempo, uno; ir, volver, quedarse, salir otra vez; estar atrapado en un paisaje incólume que se hizo carne y que chorrea quietud y revuelve las tripas. ¿Es eso el interior de la provincia, particularmente Olavarría, de donde es oriundo? ¿Cuándo la tranquilidad se precisa, como el aire para respirar? El video sigue, ahora hablado en italiano. Una mujer dice, en esa otra lengua que tampoco es del todo ajena, que debía reconocer que el arte no tenía marcos, como los marcos de los cuadros. Habla de alguien, que no es ella. Pero que tampoco el arte había desbordado, cual tesis que lo fusiona con el diseño, en la teoría estética contemporánea. El arte, dice, no estaba tampoco en las estructuras primarias de las personas que reverenciaba, se debía asumir eso. Suena a infancia, suena a repensarla con cierta distancia, con cierto amor sublimado y trazando sus límites.
El arte no está en esas personas que nos criaron y que reverenciamos, pero tampoco en donde parece que está.Contraste de escena, a seguir: la filmación se hace ahora desde adentro de una pick-up, con la puerta abierta y el motor encendido. Las vacas pastan a unos 50 metros y el conductor habla por teléfono, de espaldas, sobre un toro. Ambos con parsimonia: el llamado se hace eterno y las vacas, que pastan. ¿Es un consignatario de hacienda? ¿O cómo se llamará lo que hace? No hay extrañeza de quién filma, hay convivialidad, como la tiene mucha gente en estos pagos; sea o no del campo, sepa o no cómo nombrar sus mestieri. Filmación en Turín, escena que sigue.
Imágenes de Turín como sede de una instalación de arte contemporáneo, con sus puentes, fuentes y plazas adoquinadas. El video se detiene en una dedicatoria de la ciudad a Nietzsche, grandilocuente. Es una dedicatoria en la que la ciudad homenajea, en piedra, la casa en la que Nietzsche habría escrito Ecce Homo. Nietzsche ahí, sobrevolando una obra como la de Demarco, que claramente indaga sobre lo moral, lo inmoral, lo decente, lo indecente, las raíces, la patria y sus marcas en el cuerpo. Sus agujeros duplicando nuestros agujeros, nuestra sexualidad, nuestras represiones culturales. El video sigue, ahora está Demarco bailando reggaetón, con las pibas sudando al lado y moviendo el culo a centímetros de su cara. Él le canta a otro, al que mira, una sentencia: “y entrando en la historia, ay, yo no te ví en la lista; ni creo que te den el password, ya no hay lugar en la pista”.
Un poco lo de Demarco es eso, no pertenecer a ningún lado en particular y a la vez, pertenecer a esta aridez, que es el pago. Llevarla encima a cualquier lado, confundirse con ella.
Demarco estrenó muestra en estos días, en el Museo “Dámaso Arce” de Olavarría. Primera muestra en su pago natal. Hay cierto revuelo porque parece que plateros de otros pagos objetaron una intervención anterior suya. Los plateros de la ciudad, en cambio (empezando por su maestro, Armando Ferreira), lo apoyaron y lo integraron en una larga tradición de orfebrería, que caracteriza la región y que forja un barroco distinto. Demarco también mamó esa tradición, porque fue a la Escuela de Orfebrería, en un paraje donde hay, además, canteras y picapedreros. El Museo Dámaso Arce se llama así, de hecho, en honor al que fue su más grande representante y aloja varias piezas, increíbles, como unos mates de metros de estatura en las que el cincelado de plata expone desde el origen del mundo, a las volutas más abstractas y los perfiles de presidentes. El cincelado, esa actividad manual en la que se pretende trasvasar el tiempo, pero también esa actividad tan de la patria. Porque son los orfebres los que, cual gremio en los albores de la modernidad, trasladan el apellido y los encargos de los rituales del poder. Como los bastones presidenciales, los mates labrados, las bombillas con incrustaciones de piedra, los llaveros con volutas e iniciales de oro y plata. Los cuchillos de mi abuelo, en la vitrina del aparador de la casa.
Demarco es también una reversión de imágenes que tenemos en la memoria quienes venimos de estos pagos y que no sabemos qué hacer con ellas, de tan poco llamadas. Y de repente están ahí, en el cincelado de alguien de 30 y pocos años que pretende combinar el arte contemporáneo y sus asepsias de muestras con paredes blancas, distancias rigurosas de los elementos y vernissage, con imágenes de él mismo en bolas, arriba de un caballo, con la inscripción de “indio vago, gaucho matrero, artista contemporáneo».
Los plateros se enojaron, parece. Incomprobable, porque ¿cómo comprobar el rumor de las ciudades chicas? Son verdades, sin más. El hecho es que en la muestra “Patrimonio”, con ese nombre tan de propiedad y de legado patriótico, Demarco usa esas mismas técnicas del cincelado, la orfebrería, la plata y lo demás, para labrar mates que se incrustan en culos y vaginas1. La patria, metida en el culo. La patria, dándole forma al culo, como le da forma a la sexualidad y sus represiones. A lo hablado y lo no dicho, a lo privado y lo cotidiano. Un video lo muestra, genialmente: “Cebame”, de 2019. En el video hay escenas cotidianas, de doñas en la cocina, de parejas mirando el celular en la cama, en las que se toma mate, de culos que hacen de apoyadores. Y quien mira teme, todo el tiempo, que rebase el agua, que esté demasiado caliente o está buscando el truco: ¿realmente los mates están ahí? Son culos sobre todo masculinos, presentados no como el lugar de desecho, ni como objeto erótico, sino como algo que está ahí, siempre presente en el lazo social, pero invisible ².
En estos días, entonces, Demarco expone en el Dámaso Arce. En este caso, exvotos. La muestra, que se llama “¿No soy de aquí?”, reúne en forma completa lo que había presentado ya en “Mi puñado de esplín”, emplazada en la galería porteña Isla flotante, en 2019. Esplín, una palabra tan extraña y tan sonórica: el hastío, la melancolía, la bonhomía. Los exvotos se ven en toda una pared blanca, a distancia racionalista, y se precisa acercarse para divisar qué son: hay desde asadores, hasta penes, perfiles de Néstor Kirchner, medialunas, dibujos incaicos, pañuelos de las Madres de Plaza de Mayo. Es un poco una superposición de un imaginario absoluto, tan incoherente como todos. El tallado es preciso y todas las piezas tienen el mismo tamaño.
Didi Huberman describe los exvotos como aquello que repugna de ver, como aquello demasiado intrascendente para la historia del arte, pero que es encontrable en todos lados, desde el inicio de los tiempos y las culturas. Como aquello que desconoce la diferencia entre lo cristiano y lo pagano y que pretende permanecer en el tiempo. Por eso la piedra, el bronce, la cerámica. Son esos objetos votivos que el sujeto carga con algún sentido representativo de una promesa o un agradecimiento y los torna públicos, para que sean reconocidos por los demás. Para que los demás reconozcan el poder sobrenatural de aquel a quien se destina el exvoto. Son restos, pruebas, testimonios singularísimos: la pierna de aquel que fue salvada, que no es cualquier pierna; el corazón de la otra que volvió a funcionar, la casa que se pudo tener. Vienen imágenes: La iglesia de Bom Fim en Bahía de Todos los Santos, de Brasil; la feria de Las Alasitas de La Paz, en Bolivia. ¿Arte contemporáneo? Sí, pero también, artesanía de feria, manualidad, dije que se llevó alguna vez en el cuello, arte y símbolo popular.
Pero otra vez, los exvotos se mezclan en la muestra: con unos anteojos grandes en plata, con volutas cinceladas maravillosamente. En una foto, lleva esos lentes la modelo que en los ‘60 hizo la campaña de turismo más celebre de Olavarría: en ese entonces, unos lentes tipo Ray Ban modernísimos que miraban, desde su oscuridad, a un espectador, e invitaban a conocerla. Era como un deseo gráfico de modernidad, que vaya a saber qué quería decir. No hay rastros en Google de esa campaña. Cuando se pone un año aproximado, aparecen noticias increíbles del pago, como un avistaje de ovnis que terminó en un tiroteo en un emplazamiento militar, en plena dictadura de Onganía. Otra mezcla, en la misma muestra: un molde de la provincia de Buenos Aires, con el centro geográfico, labrado en bronce, el mapa de la ciudad. Ese molde no está terminado: se cincela, como si hubiera que seguir trabajando ese grabado, una marca que es amorosa y reflexiva.
Demarco quiere pensar, situado, en lo irrepresentable de la pampa. Quiere hacer en medio de ese paisaje, que se conoce poco y que se lleva, hecho carne, adonde se vaya. Quiere discutirle al arte contemporáneo desde una platería descolocada. En eso, se inscribe en varias tradiciones, no sólo la de la orfebrería: se suele citar en su compañía a Feliciano Centurión, pero agregaría también, por ejemplo al cine de Nicolás Prividera o Lisandro Alonso y a la escritura de tantos. En esa búsqueda hay respeto, hay deseo de transcendencia, hay desparpajo y también, de algún modo, están los hilos de la historia del país, de sus labranzas, de sus oficios, de su geografía. Por eso puede que su marca, haga surco.
1En rigor, la muestra se llamaba «Patrimonio y algo más». Es decir, el título efectivamente hacía alusión al legado patriótico, pero también tenía un guiño picaresco, al citar la serie de Hugo Moser: «Matrimonios y algo más».
2 Al respecto, ver Adrián Melo. Antología del culo. Textos de placer anal y orgullo pasivo. Aurelia Rivera Libros, Buenos Aires, 2015