En la lista de precursores de Kafka, del Kafka de “los mitos sombríos y de las instituciones atroces” que indagó Borges en su conocido ensayo, deberíamos agregar al arquitecto y grabador italiano Giovanni Piranesi (1720-1778), en particular una de sus primeras colecciones, llamada Las prisiones imaginarias, un conjunto de grabados que los historiadores del arte suelen incluir en el subgénero de las utopías artísticas, pero nosotros, sobrevivientes del siglo XXI, no vemos ninguna utopía allí sino más bien todo lo contrario. Interiores en ruinas de grandes edificios romanos coronados por bóvedas y arcadas y atravesados por puentes colgantes y amplias escaleras o gradas que no conducen a ninguna parte, o a todas al mismo tiempo, y entre las que deambulan puñados de minúsculas criaturas de hombros cargados que parecen estar ahí desde siempre, condenadas a esa eternidad laberíntica. Esa serie fue compuesta en 1745 y publicada en Roma en 1749, es decir 173 años antes de El intercesor, un relato que Kafka escribió en la primavera de 1922, y que concluye así: “El tiempo que se te ha otorgado es tan breve que si pierdes un segundo has perdido toda tu vida, pues esta no es más larga; es tan larga como el tiempo que pierdes. Así pues, si has comenzado un camino, síguelo, bajo cualquier circunstancia, sólo puedes ganar, no corres peligro, tal vez te despeñes al final, pero si después de haber dado el primer paso te hubieras vuelto y hubieras bajado la escalera, te habrías despeñado nada más comenzar, y no tal vez, sino con toda seguridad. Si no encuentras nada en los corredores, abre las puertas; si no encuentras nada detrás de las puertas, aún quedan pisos; si no encuentras nada en otros pisos, no hay problema, sube más escaleras, mientras no dejes de subir, tampoco faltarán peldaños; crecerán delante de ti conforme tus pies ascienden”.