La muerte no es solo una tragedia personal. Asume un lugar en la vida social y política y más en estos momentos. Si bien los protocolos de la despedida se establecen para todos los grupos sociales y religiosos, la posibilidad de contagiarse y morir supone distinciones. El hacinamiento, las interacciones obligatorias que proponen pasillos estrechos, los accesos diferenciales a la salud pública y la presión económica que a veces obliga a esconder síntomas hace que el contagio se acelere en barrios vulnerables y pobres más que en otros barrios. Y ni hablar en instituciones carcelarias u hospitales. La fragilidad y desigualdad social impulsa la contagiosidad, aunque la muerte llega a todos y todas por igual. “Somos una familia millonaria, pero mi papá murió solo y sofocado, buscando algo tan simple como el aire” comento la hija del Presidente del Banco Santander Portugal, António Vieira Monteiro, quien murió por coronavirus. Lo hizo en soledad y casi en soledad también fue despedido en el cementerio porque una parte de su familia contagiada no pudo asistir.