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Mori Ponsowy: Callamos más que lo que decimos

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Por Valeria S. Groisman

La nueva novela de Mori Ponsowy (Buenos Aires, 1967) empieza con una punzada, y como si las heridas se pudieran sanar escribiendo, la narradora hace rewind y comienza por el principio, o mejor dicho, por un principio, el que ella elige darle a la historia que finalmente narra. Finalmente porque La nueva vida de ValdiBonetti no es solo una novela: es también su detrás de escena. Ponsowy se propone contar la mecánica que subyace al libro, la artesanía. Entonces pone a su narradora a revelar las razones que la llevaron a decidirse por un camino y no por otro, pero además a explicar cómo, mientras se elabora una trama, los personajes pueden ir y venir, cumplir un papel más significativo o no. En definitiva, lo que Ponsowy logra es una metaficción: su libro habla sobre el libro mismo.

Valdi es un personaje de ficción, más allá de que el lector sospeche lo contrario, empiece a elucubrar, después de leer la leyenda que afirma que los hechos narrados son pura ficción. La famosa autoficción, eso es lo que aparece como alternativa. ¿Será que se afirma una cosa para esconder que en realidad es lo contrario? Y ahí es cuando el lector se pone a investigar, a corroborar datos, a hilar más fino. Es un juego, uno de esos que atrapan.

Pero volvamos a Valdi, al personaje Valdi. Hipnótico, complejo, temperamental. Al Valdi que construye Ponsowy es difícil soltarlo. Quizás sea su carácter impredecible, su encanto. Sin intención de spoilear, Valdi es la figura de galán-anti-galán, y quizás sea por eso que gusta. ¿Y la narradora? Ella es la que decide cómo presentarlo y esa manera de darlo a conocer está atravesada con el amor.

No digamos más. Dejemos que hable Ponsowy, autora también de Okāsan. Diario de viaje de una madre, Enemigos afuera y Busco un amigo, entre otros libros. Argentina y venezolana. “O al revés”, como ella misma propone en su cuenta de Twitter. 

En las primeras páginas del libro aparece la leyenda: «Los hechos y personajes de este libro son pura ficción…», y, sin embargo, al leer la novela es difícil sacarse de la cabeza la idea de que hay un punto de partida verídico. 

Me gusta que los lectores naveguen la novela creyendo que todo eso puede haber sucedido. Es curioso: en letra pequeña, en un lugar poco visible en un libro, hay una leyenda que dice que los hechos narrados ahí son ficción, y esas tres líneas provocan el efecto contrario del que aparentemente buscan: en cuanto las lee, el lector empieza a sospechar que el escritor lo engaña y que esa historia que se dispone a leer sucedió realmente. Me parece que ahí hay una paradoja que dice algo importante no solo acerca de literatura, sino también de la condición humana, ¿no?

Para mí, esa línea borrosa entre realidad y ficción es algo intencional y diría que hasta esencial en el arte de narrar. Creo que la ambición de cualquier novelista es que su ficción sea tan convincente como para que, mientras dure la lectura, los lectores logren olvidar sus propias vidas y lleguen a alegrarse y a sufrir con los personajes. Una manera de lograr eso es crear la ilusión de que ese mundo que existe en el papel es tan verdadero como el que habita el lector de la novela.

En relación con esto, la narradora habla del proceso de escritura de la novela. Incluso cuenta que se había propuesto contar una historia y terminó contando otra. En ese sentido, se podría decir que La nueva vida de Valdi Bonetti puede leerse como una metaficción, una novela que reflexiona acerca de cómo se construye una novela.

Sí, en cierto sentido, también es eso. Aunque no diría que el propósito de la novela sea reflexionar sobre la escritura sino contar la vida de una persona con sus aciertos y desaciertos. Es cierto que hay momentos en los que la narradora cuenta que Valdi logró conmoverla tanto que ella sintió la necesidad de cambiar el esquema que había trazado para el libro que estaba escribiendo. Esto puede interpretarse de varias maneras: la primera sería que un Valdi de carne y hueso influyó sobre la escritora de modo tal que ella tuvo que modificar el armado del libro; la segunda sería que, a medida que avanzaba la escritura, los personajes de la novela se adueñaron de la trama y la llevaron hacia un lugar que la escritora no pudo haber predicho. Se me ocurre, ahora, que también hay una tercera interpretación que podría decir que tanto la primera como la segunda son verdaderas.

Hay una pregunta que se repite a lo largo de todo el texto que dice «¿cómo se hace para dejar de amar a una persona?». ¿Se puede pensar la escritura como un proceso casi terapéutico? ¿Es la escritura, para la narradora, un intento de convertir a una persona amada en personaje, para amarla menos?

Creo que la única manera de dejar de amar a una persona es rendirse al paso del tiempo y esperar a que el recuerdo de la persona amada se haga más tenue. Aun así, es probable que a algunas personas nunca las dejemos de amar del todo.

En cuanto a la escritura como proceso curativo, he leído acerca de terapeutas que la usan de esa manera y también sé de personas que encuentran respuestas y sosiego mientras escriben. Sin embargo, no creo que la literatura como creación artística sea un proceso terapéutico, ni que tenga una finalidad o un objetivo determinado más allá de sí misma.

Resulta muy interesante la manera en que Valdi se dirige a su hijo, esa tercera persona transformada en nombre propio. ¿Cómo llegaste a esa construcción?

En algún momento de la novela escribí que a Valdi no le gustó el nombre con que Azucena inscribió a su hijo en el Registro Civil y que empezó a dirigirse a él como «El Niño» para no tener que llamarlo con aquel nombre que no le gustaba. Pero yo tengo muy mala memoria -tan mala, que es casi inexistente- así que no estoy segura de si eso quedó en la novela o si fue algo que luego consideré innecesario y terminé sacando. Como autora, sé un montón de cosas acerca de la vida de los personajes que no están en la novela: hay capítulos y más capítulos que formaron parte de distintos borradores pero que en algún momento decidí no incluir porque me parecieron innecesarios. Me gusta pensar que todo eso que no está contado es la base del iceberg que sostiene y le da fuerza a lo que finalmente sí queda a la vista y llega a los lectores.

Tu novela, además de contar la historia de Valdi, narra también la historia de un país y de su crisis. Es escasa la literatura que retrata a Venezuela y llega a la Argentina. 

Hay muy buenas novelas de escritores venezolanos sobre la crisis del país, pero lamentablemente, en Latinoamérica, para que la literatura de nuestros vecinos llegue a nosotros, primero tiene que llegar a España. Es un camino largo, difícil y a veces azaroso. Nuestros libros a veces se traducen a otros idiomas y, aun así, no llegan a otros países del América del Sur.

Para mí era muy importante que la historia de las últimas décadas en Venezuela operara como telón de fondo de esta novela. Las personas no nacemos, ni vivimos, en un vacío: el clima de época también hace que seamos quienes somos y da forma a nuestros destinos. Venezuela, en la década del 90, era un país rico en el que la riqueza estaba muy mal distribuida y ahora es un país pobrísimo donde la riqueza sigue estando mal distribuida, y la escasez y la pobreza son abrumadoras. Sin embargo, no quería que ese fuera el punto central de la novela y que eclipsara a los personajes cuyas vidas quería contar. Por eso, la situación del país está contada con pinceladas apenas.

Al leerte encontré varios universos creativos que se cruzan -el teatro, la publicidad, la literatura- y se diferencian en varios aspectos, pero a la vez tienen algo en común: en los tres ámbitos se ejerce cierta impostura. ¿Lo pensaste así?

¡No solo no lo pensé así, sino que tampoco me había dado cuenta de eso! Siempre me sorprende lo que los lectores y la crítica pueden descubrir en un libro y que los autores no habíamos visto.

El libro narra varias muertes, pero el título remite a la vida, una vida que surge cuando Valdi decide convertirse, más que en actor, en personaje. ¿Ves esa transformación como el detonante de la nueva historia a la que hace referencia la narradora? En lugar de escribir la historia de dos mujeres que amaron al mismo hombre, escribe la historia del hombre al que amó y no puede dejar de amar.

En parte sí, pero hay algo más. El título también hace alusión a La vita nuova de Dante, un autor al que Valdi suele mencionar, y es una frase que él dice en un momento cuando piensa que puede enderezar todo lo que en su vida parece irremediablemente torcido. Por otro lado, como señalás, el título también remite a la novela en sí misma: el libro es el lugar donde Valdi adquiere una nueva vida, una vida de ficción en la que puede ser Napoleón eternamente, eternamente niño y, también, vivir eternamente.

La narradora toma una decisión rotunda para no obligar a Valdi a transformarse en eso que nunca podrá ser. Paradójicamente, la vida lo conduce a ese destino, uno que parece irremediable. ¿Qué rol cumple el silencio en las historias de amor y qué lugar ocupa en esta historia lo no dicho?

Creo que aquello que callamos es tanto o más que aquello que decimos, no solo en las relaciones amorosas, sino en casi todos los ámbitos del hacer humano. Todos tenemos secretos. Una de las maravillas de la literatura es que nos permite acceder a la vida interior de otras personas, a su acontecer mental, a sus monólogos interiores y, claro, a sus secretos. Uno de mis objetivos en esta novela era que todos los personajes tuvieran un gran secreto: Valdi, Azucena y la narradora. El lector llega a enterarse de dos de esos tres secretos. El secreto de Azucena estaba narrado en uno de los capítulos que escribí y que al final me pareció innecesario, así que ese solo lo sé yo… pero como tengo mala memoria, ya casi lo he olvidado. 

Me gustaría saber cómo sos como lectora. ¿Qué te gusta leer? ¿Qué te llama la atención de un texto? ¿En qué aspectos solés detenerte?

Lo que más me gusta leer es ficción contemporánea, de la que ahonda en la complejidad del pensamiento y las emociones del ser humano. Me encantan autores como Philip Roth, Flannery O´Connor, Colum McCann y Doris Lessing, cuyas novelas exploran las relaciones familiares, la propia identidad, la religión y la política mediante personajes complejos y de muchas dimensiones. Me cautiva la buena prosa: sin un estilo literario pulido me resulta difícil terminar de leer un libro incluso cuando el argumento me llame mucho la atención. 

¿Qué estás leyendo en estos días?

Estoy leyendo por segunda vez La ciudad y la casa de Natalia Ginzburg porque pronto voy a hablar sobre esa novela en un taller, y La única certeza, una novela de Donal Ryan, un escritor irlandés que me encanta. En la mesa de noche tengo por leer Blanco de la escritora coreana Han Kang, G de John Berger y El pájaro espectador de Wallace Stegner.