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Valeria Groisman: Barullo, ¿estrategia de autodefensa?

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Por Mauricio Koch


Valeria Groisman es licenciada en Comunicación, periodista, docente universitaria y gestora cultural. Ha escrito varios libros de no ficción y actualmente escribe sobre cultura, en especial sobre el panorama literario actual, en la revista BeCult. Se define, sobre todas las cosas, como una lectora voraz, desmesurada, con una curiosidad múltiple que no para de desplegarse, característica que comparte con Maca, la protagonista de Barullo, su nuevo libro, esta vez una novela, su primera incursión en la literatura de ficción, un proyecto que nació durante los años de pandemia, cuando Valeria decidió cursar una maestría en Escritura Creativa en la Universidad de La Rioja, Logroño, España. La reciente salida de Barullo, publicada por la editorial argentina Hojas del Sur, fue la excusa perfecta para esta conversación.


 

Dice Constanza Michelson en el prólogo de Barullo que “El cuerpo ansioso es padecer de una exageración mórbida. Porque están presentes todos los signos corporales de la huida, pero falta el monstruo”. En realidad sabemos que hay monstruo, y posiblemente más de uno, aunque sean imaginarios. En el caso de Maca, la protagonista, ¿cuáles son los monstruos que la llevan al estado que atraviesa en la novela?

Es interesante lo que escribe Constanza acerca del monstruo que no está, o mejor dicho, del monstruo que no tiene rostro o nombre o razón de ser, porque, aunque sea simbólico, imaginario o benigno, siempre hay un monstruo que dispara la ansiedad. Y es así, tal cual ella lo define: en el cuerpo ansioso están los signos de la huida, pero el monstruo no se percibe como una entidad explícita o tangible. De hecho, si pensamos en la definición de ataque de pánico lo que aparece es un miedo extremo a una amenaza inexistente, pero que sentimos o percibimos como real. A mí me gusta pensar al detonante de la ansiedad como un fantasma: el ansioso siente su presencia, pero los demás no lo ven, y por lo tanto, tampoco le temen. Por otra parte, el cuerpo ansioso –para usar las palabras de Constanza– siente una necesidad de huir aunque esa necesidad sea casi autoinfligida. Al ansioso su ansiedad lo pone más ansioso aún. Entra así en una especie de espiral, y la única forma de escapar quizás sea poniendo síntomas en el cuerpo. En el caso de Maca, tal como sugerís, no hay un único monstruo. Quizás podamos hablar de un monstruo con varias cabezas. Sin spoilear, está claro que su infancia fue traumática y que su pasado es algo que ella aún no puede procesar. A esto se le suma la soledad y esa vocecita interna que no para de decirle cosas que ella no quiere escuchar, ni pensar y menos que menos pronunciar. Quizás la ansiedad sea una de las tantas formas de la negación y el barullo, una estrategia de autodefensa.

El ideal del ansioso es tener todo bajo control. Maca es inteligente y sabe que eso es imposible, y aun así cae en la trampa de no poder parar de perseguir el control absoluto. Es como si la razón no fuera una herramienta válida para enfrentar la ansiedad en alza. Por otro lado, hay momentos en que sí tiene todo bajo control (podríamos pensar su encierro en ese sentido) pero entonces se aburre, se angustia ante la falta de estímulos. Pareciera haber una contradicción ahí, ¿qué no podés contar de este fenómeno?

Creo que la ansiedad es una forma de tapar otra cosa, cierto malestar o determinada emoción latente. Las emociones son aquello que no podemos controlar. Sentir no es un comportamiento controlable, y esto es algo que vengo investigando hace rato y sobre lo que hablo en mis otros libros, que no son ficción. Pero volviendo a Maca y su ansiedad, podríamos decir que ya que no puede controlar lo que siente, entonces decide controlar aquello que sí puede. El encierro es una decisión que la aleja del mundo, que la aísla, pero que a la vez le da cierta satisfacción. Maca se dice a sí misma: con el encierro yo puedo. Pero a veces la razón, lo controlable, no alcanza, se queda corto. La emoción puede ser mucho más fuerte que la razón, y más cuando la emoción es el miedo y la razón es una razón demasiado empecinada en salir airosa. Tal como decís, Maca se sabe inteligente, es una chica exageradamente culta, pero en algún punto se da cuenta de que nada de todo lo que sabe la está ayudando a salir de la espiral de ansiedad y temor. Y ahí es donde (o cuando) entran los otros. La soledad no es un paisaje amable para el ansioso.

Según he leído, Barullo no es una autoficción, pero sí una novela con mucho de autobiográfico. Maca comparte ciertos síntomas y fobias con la autora, pero hay algo en particular que me interesa y es la afición y casi podría decirse adicción a la lectura que tienen ambas. Maca no puede parar de citar, Barullo es una novela plagada de citas, desde Rachel Cusk e Inés Garland pasando por Blanchot o Jung. ¿Te sentís identificada con ella en ese aspecto? ¿Fue algo planificado o es tu modo habitual de pensar, trasladado a la trama?

Sí, absolutamente. Y sí, ambas cosas. Es decir, hay un poco de autobiográfico y de instintivo, pasional, pulsional. Pero también algo planificado en eso de citar de forma casi desmedida. Yo vivo leyendo desde que tengo uso de memoria. No me recuerdo sin un libro encima. Al principio cuentos y libros infantiles que me compraba mi mamá, después poesía bien naif, más tarde novelas policiales. Hubo una época en que me leí todo Agatha Christie. Cuando empecé a estudiar periodismo me acerqué a autores renombrados, que escribían en los diarios, y eso me apasionó; pero, paralelamente, estudié Comunicación y ahí me empaché con textos académicos. Y digo empaché porque en mí la lectura es desborde, caos, gula, es eso que no puedo controlar. Todo eso lo quise trasladar a Maca, pero no porque sí. Me pareció interesante describir la ansiedad como compulsión y, en el caso de Maca, esa demasía me interesó depositarla en la lectura. Por otra parte, la estructura de la novela intenta remedar la manera en que funciona una mente en ebullición, una mente ansiosa. Por eso hay digresiones constantes, múltiples voces que se interrumpen unas a otras, listas (que de alguna manera representan esos pendientes que nos invaden obsesivamente antes de irnos a dormir). Y esa mente en ebullición creo que es una figura muy contemporánea. Entonces, al intentar recrear el discurrir de una mente ansiosa, Barullo busca también hablar de un fenómeno de época del que todavía se habla poco. Nos pasamos la vida hablando de nuestros dolores físicos, pero nos da un pudor tremendo decir que somos ansiosos o que estamos deprimidos o nos sentimos solos. Pareciera que necesitamos simular felicidad a toda costa.

En un momento, Maca afirma que la literatura (leer literatura así, como poseída) aliviana su realidad. Pero no alcanza para ser un escudo contra su problema más serio. ¿Cómo puede afirmar que la literatura la ayuda? ¿Tiene sustento esa afirmación o simplemente quiere convencerse de que es así, aunque no lo sea?

No creo que pueda darte una respuesta definitiva. Sí creo que la literatura, y sobre todo la narrativa, puede resultar una vía de escape, una forma de evadir la realidad. Pero lo cierto es que Maca no busca escaparse tanto de su realidad como de las emociones que esa realidad le despierta. Es decir, para Maca es peor sentirse sola que estar sola. Saberse sola que realmente estarlo. Como si pensarse fuera una experiencia mucho más dura que vivir. Por otro lado, si bien Maca lee para escaparse, lo que le ocurre la mayoría de las veces es que lee y sus lecturas la llevan a seguir pensando. Algo parecido a lo que le pasa con su ansiedad. Supongo que para ella leer es algo inevitable, que hacerlo le hace bien y al mismo tiempo la lleva a cierta rumiación que alimenta su ansiedad. No sé si es posible decir que algo nos hace del todo bien o del todo mal, ni que siempre podamos encontrarles sustento a nuestras afirmaciones. Como humanos solemos evitar la disonancia cognitiva, y probablemente esté haciendo eso mismo: tratando de ser coherente, aunque, como todos, no lo logra todo el tiempo.

En relación con esto mismo, Maca es un personaje que no para de hacerse preguntas y autoanalizarse. Analiza qué será lo que le pasa, por qué siente lo que siente, cómo llegó a este presente asfixiante. Y entonces lee, investiga, y esas lecturas e investigaciones que la llevan desde el retiro voluntario de Salinger hasta el fenómeno de los hikikomoris, son parte de la novela. ¿Contás un poco ese proceso de trabajo?

Me interesa mucho el concepto de fragmentariedad. Ya en mi libro anterior, un ensayo sobre la desinformación, decía que hoy producimos y consumimos discursos de manera fragmentaria. Por ejemplo, yo leo con el celular al lado. No sé si está bien o está mal, lo que sé es que tengo la posibilidad de “hipervincular” el texto que estoy leyendo con lo que puedo encontrar en la web, y eso me interesa. Leo y cuando aparece un dato que me interesa o un autor que no conozco o un hecho histórico con el que no estoy muy familiarizada, abro Google y empiezo a investigar. Después vuelvo al texto, pero lo leo de una manera distinta. Podría decir, entonces, que leo de a fragmentos, y leo intercaladamente fragmentos de un libro y fragmentos de un artículo o de un posteo en redes sociales. A esto se le suman un montón de ruidos: mis hijas que me reclaman o me cuentan algo, recuerdos, llamadas telefónicas, mails, el diario, las redes sociales, una voz en la radio o en la tele, series, películas, conversaciones. Vivimos inmersos en una red discursiva. Esto, en una persona ansiosa, se amplifica. Maca no solo consume esos discursos, también los disecciona, los compara, los pone en perspectiva, los hace dialogar. En un momento de la novela aparece citado un trabajo en ratones y en ese trabajo se muestra con colores la actividad de un cerebro. Cuando está ansioso, el cerebro parece un cielo con fuegos artificiales. Yo creo –y esta es solo una hipótesis mía y muy temprana– que en un futuro no muy lejano habrá cada más cerebros coloreados, y que el silencio será un lujo de pocos.

Me da curiosidad tu método de trabajo. Quisiera saber sobre tu rutina de escritora. ¿Sos de imaginar mucho y sentarte a escribir cuando ya tenés las escenas armadas o podés pasar mucho tiempo frente a la computadora, escribiendo y reescribiendo? Por otro lado, y retomando la idea de la estética del fragmento de la que hablabas, ¿cómo organizás ese caos fragmentario en función de la trama?

La mayoría de las ideas no me llegan en el momento de la escritura, sino antes. Siempre que puedo tomo un café en una confitería cerca de casa y ahí empiezo a escribir. Escribo en el celular, en Notas. Ideas sueltas, palabras, frases de libros que me resultan interesantes, a veces párrafos. Te diría que no hay momento en que no esté pensando, quizás sea más parecida a Maca de lo que quiero reconocer. Cuando me siento en la computadora alguna de esas cosas que apunté me ayuda a empezar, a entrar en el tren de escribir de manera más formal. A veces una idea lleva días o semanas, no es que cada día de una idea saco un capítulo. Ojalá, pero no. Devaneo mucho, me distraigo con esos discursos que me llegan, o yo busco, como te decía en la respuesta anterior, pero trato de volver y aprovechar ese devaneo de alguna manera. Respecto de las escenas, generalmente se me ocurren cuando me estoy por ir a dormir, en ese momento en el que estoy tratando de conciliar el sueño pero sigo entusiasmada o afligida con algo de lo que viví durante el día, o que escuché o leí. Entonces, me cuento historias a mí misma. Es como si me cantara una nana. A veces las escribo por miedo a olvidarme; otras veces, me despierto con esa escena o esa imagen en mi cabeza.

Respecto de los fragmentos, creo que para mí es algo natural leer, pensar y escribir de manera fragmentaria. Y si bien en este libro hubo una intención, como te contaba antes, creo que es un tipo de escritura con la que me siento cómoda. El orden de esos fragmentos en función de la trama es algo que se va hilvanando como se hilvana una charla o una idea. Yo soy muy fan de las novelas de ideas. Me encanta que un libro, además de contarme una historia, me haga pensar sobre temas complejos y aprender cosas que no se me hubiese ocurrido aprender de no haberlas leído. A veces no es necesario que la idea aparezca de manera explícita, puede surgir como efecto de una acción. Creo que el fragmento te da eso, la posibilidad de mezclar unas cosas con otras, crear un texto heterogéneo donde haya fisuras, como en la vida, que también ubique al lector en una posición sumamente importante. Que le permita jugar, ir y venir, completar el sentido, armar un mapa. Cuando escribís fragmentos podés ver el texto, además de leerlo. Hay una mancha poco uniforme que se va dibujando con esos párrafos disímiles. Eso también me gusta. Me recuerda a esas figuras tridimensionales que para realmente entenderlas uno tenía que acercar sus ojos y después ir alejándose de a poco. Entonces aparecía una imagen sobre otra imagen. Una abstracta y la otra figurativa.