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La música del cuerpo: III – Los borborigmos

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Por Mauricio Koch

Si me lo permiten, esta vez vamos a empezar por la forma y el sonido. Morfología y fonología, técnicamente hablando. El término que nos ocupa, lo amerita. Tratemos por un instante de olvidarnos de su significado, hagamos de cuenta que lo desconocemos y dejémonos guiar solo por su aspecto y sonoridad, ¿en qué nos hace pensar la palabra borborigmo? ¿A qué se deberá esa insistencia del comienzo, ese machaque? Es evidente que algo bulle ahí, ¿no? Tartamudea, no termina de arrancar. Hace pensar en un motor venido a menos que no se resigna, que intenta, a pesar de todo, de los años y los malos tratos, mantenerse regulando. Igmo, por su parte, tiene aspecto de sufijo primo hermano de ismo, que significa doctrina o movimiento, pero ¿qué doctrina sería esta?

Borborigmo. Para poder pronunciarla correctamente hay que hacer un movimiento similar a un buche o a un ladrido, “para decir las dos primeras sílabas a la perfección, realice un movimiento maxilar perruno, aunque no de cualquier perro sino de perro de mofletes caídos”, podría haber escrito Cortázar en unas imaginarias Instrucciones. También remite a militar caribeño. Un personaje así llamado, perfectamente podría habitar en una novela de Gabriel García Márquez o de Arturo Uslar Pietri. El sargento José Antonio Borborigmo Saldívar. O quizá tener el rol protagónico en una telenovela venezolana, por qué no.

Hay palabras que en esencia son graciosas. Palabras que excluyen la solemnidad, que uno no puede leer o pronunciar sin una leve sonrisa. Borborigmo pertenece a esa clase. En Continuación de la nada, Macedonio Fernández habló de las palabras-chiste, como feldespato y manganeso, que antes que en minerales hacen pensar en dos payasos de circo, un circo pobre, decadente y triste, como casi todos los circos, pero ellos, Feldespato y Manganeso, son dos payasos orgullosos que inflan el pecho y salen al ruedo cada noche a hacer su trabajo con dignidad. “¿Quién no se ríe al decir ‘feldespato’ y ‘manganeso’ –escribió Macedonio–. O ‘intergiversable’, ‘incontestablemente’, ‘peroné’ –ruego al lector me diga antes de reírse dónde están los hipocondrios y qué tienen que ver con la hipocondría; nunca lo hemos sabido”.

La química está llena de palabras palabras-chiste, ideales para bautizar personajes. García Márquez contaba que los buscaba al azar en la guía telefónica, pero la tabla periódica es muy superior. Don Molibdeno, por decir. Ya en el nombre están la panza oronda, el ombligo al viento, unas alpargatas bigotudas y una F100 modelo 74 bastante destartalada. “Ahí viene don Molibdeno haciendo eses con la chata”, se escucha en el pueblo, “otra vez borracho el viejo ese”. O doña Magnesia, siempre apurada, se persigna en todas las esquinas y es más chusma que las cotorras. O la familia Vanadio, aristócratas caídos en desgracia. Y los Oligoelementos, ojo con ellos que son como veinte, más anchos que altos e hinchas de Ferrocarril Oeste, los pocos que van quedando.

Otra familia chiste, los músculos: esternocleidomastoideo. Este podría ser un primo lejano, del campo, que viene para las fiestas: poco amigo del agua, con la uña del meñique siempre larga, el primo Esternocleidomastoideo es anticuado en el vestir y más bien tirando a chanta. Ideal para un chiste de Roberto Fontanarrosa. Otra que hace gracia: petiribí. Y un pajarito del litoral que se llama titirí. ¿Cómo escribir la frase “hay un titirí triste en la rama del petiribí”, sin que el lector se ría? No es posible, esa pobre criaturita alada está condenada a ser un hazmerreír.

Pero nos desviemos del borborigmo. Retomemos. La etimología nos dice que el origen del término es griego (βορβορυγμός) y que significa sonido de tripas o panza/guata. Los borborigmos son los sonidos generados por el movimiento, tanto en los seres humanos como en los animales en general, de los gases a través de los intestinos. En principio, muy poco poético. Pero algo de motor o recovecos de tubería había.

La mayoría de los borborigmos son inofensivos y simplemente indican que el tubo digestivo está funcionando. Un médico puede evaluar nuestro funcionamiento gastrointestinal al escuchar el abdomen con un estetoscopio. Una vez más: dime cómo suenas y te diré tu estado de salud. El silencio, en este caso, no es deseable.

El incremento de los borborigmos (hiperactivos se los llama) hace que lleguen a escucharse incluso sin necesidad de un estetoscopio. Los borborigmos hiperactivos reflejan un incremento en la actividad intestinal y es algo que puede suceder algunas veces con diarrea o después de comer. Pero la verdadera melodía del borborigmo, la más resonante y conocida, a diferencia de otras músicas del cuerpo, suele manifestarse de madrugada, es probable incluso que a veces oficie de despertador. Es la forma que tiene el organismo de decirnos “dame de comer”; no es todavía un malestar ni un dolor sino más bien una corneta matinal, la diana que toca nuestro cuerpo para indicarnos que el sol está arriba y que el café con leche con tostadas o el yogur con cereales y frutas se están tardando más de lo debido. Es gracioso cuando lo escuchamos en otro, suena a caverna, a habitante interior desperezándose, a cuento de Lovecraft atenuado, a gruñido de pequeño alien reclamando su bocado.

Obra: Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci

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