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La filosofía como refugio

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Por Valeria Sol Groisman

Durante largo tiempo las escritoras tuvieron un lugar mínimo, disimulado, en comparación con el universo hiperbolizado de los hombres. Mientras que las ideas de ellos circulaban libremente, sin mayores tapujos ni limitaciones, las de ellas se abrían paso a fuerza de tropiezos y codazos; también de poses o actitudes masculinizantes que funcionaban como password de acceso al exclusivo mundo de las letras y el pensamiento. Así, la voz de filósofos, historiadores y escritores de ficción pulularon por librerías, ferias y congresos académicos, mientras que pocas de sus colegas femeninas lograban esa misma visibilización.

En los últimos años, gracias a los aportes de los feminismos y a la consolidación de la perspectiva de género, también en el ámbito académico, el mundo editorial ha venido rescatando y dando lugar a esas destacadas pensadoras que nacieron en el siglo pasado y cuya osadía nos permite hoy estar acá, tecleando sin parar. Y claro, el mundo editorial tiene sus modas, pero quedarse con la idea de que editar a escritoras y libros sobre mujeres es tan solo una estrategia marketinera sería un tanto simplista. Porque no solo se trata de publicar sus libros y acercarlos a los lectores, sino de dar cuenta del compromiso político y social que ellas asumieron aun cuando lo que estaba en juego era la propia supervivencia.

El fuego de la libertad. El refugio de la filosofía en tiempos sombríos 1933-1943. Simone de Beauvoir, Simone Weil, Ayn Rand Y Hannah Arendt” (Taurus), de Wolfram Eilenberger (Alemania, 1972), se inscribe en la incipiente tradición de ponerlas en el escaparate, ahora a ellas. Como hizo Deborah Nelson (Estados Unidos, 1962), con “Las implacables: Arbus, Arendt, Didion, McCarthy, Sontag, Weil” (Monte Hermoso Ediciones), donde reúne a seis mujeres que tuvieron la capacidad de “mirar fríamente” la realidad para apropiarse de posiciones éticas y estéticas sin caer en emociones paralizantes. O Michelle Dean (Estados Unidos, 1979), en “Agudas. Mujeres que hicieron de la opinión un arte”, un volumen en el que, a las ya mencionadas, suma figuras como Norah Ephron, Dorothy Parker, Rebecca West, Renata Adler y Janet Malcolm y propone pensarlas desde las simpatías y antipatías que avivaron unas lenguas demasiado afiladas para los tiempos que corrían. 

Aunque “El fuego de la libertad” tenga un narrador masculino, vale notar que no por ello el texto exhibe miradas paternalistas respecto de las “biografiadas”. Todo lo contrario: tal vez se deba a una esmerada y casi imperceptible mediación.

Digamos que Wolfram Eilenberger es filósofo, fundador de Philosophie Magazin y presentador del programa de televisión Sternstunde Philosophie en la cadena pública suiza SRF. Hace divulgación, entiende que lo complejo puede comunicarse de manera simple sin perder profundidad y de ahí se desprende su acierto: escribir un libro biográfico con un ritmo trepidante que se lee como una novela, aunque la protagonista sea la filosofía.

Ellas

Eilenberger narra la historia de cuatro mujeres que adoptaron la palabra como herramienta de transformación social y cuyas vidas se entrelazaron literal, conceptual o metafóricamente en la Europa que va de 1933 a 1943, años oscurísimos en los cuales que la libertad se pusiera en jaque era cosa de todos los días. Cuatro mujeres aguerridas que encendieron la mecha de la libertad propia para luchar por la de los demás.   

Simone de Beauvoir

La primera es Simone de Beauvoir (1908-1986), por entonces una joven filósofa convencida de que las personas son siempre “principiantes”. “No se llega a ninguna parte. Solo hay puntos de partida, comienzos. Con cada ser humano, la humanidad empieza de nuevo. Y de ahí que el joven que busca su lugar en el mundo no lo halle al principio y se sienta perdido”, escribe Beauvoir sobre su misión de actuar como mentora de las mentes jóvenes más brillantes, animarlas a hacerse “su propio lugar en el mundo, en vez de quedarse en el que tenían asignado” (ya se percibe ahí la semilla de su gran obra “El segundo sexo”, que escribirá recién en 1949, donde cuestiona el lugar asignado a la mujer por la sociedad).  Comprometida moralmente entre dos extremos –“el de la piedad con todos los que sufren y el de la atención exclusiva a los intereses privados (los suyos)”-, Beauvoir plantea un debate existencialista que se resume en la pregunta de “¿por qué hacer algo en lugar de no hacer nada?”.

Simone Weil

Simone Weil (1909-1943), también está, más o menos al mismo tiempo, preocupada por despertar rumbos tan nuevos como radicales. Preocupada frente al avance del nacionalsocialismo, Weil abandona Nueva York para unirse desde Inglaterra al movimiento de Francia Libre, una organización político-militar que se alineó con los aliados durante la Segunda Guerra Mundial y que estaba al mando del general Charles de Gaulle. Weil quiere crear una asociación de enfermeras que pueda brindar apoyo en el campo de batalla.
“Podría ser decisiva en el curso de la guerra”: algo así como una “anti- SS femenina”. Sin embargo, donde finalmente ejerce un papel determinante es en el ámbito del discurso y la estrategia política cuando sus superiores le proponen “esbozar la fase posterior a la victoria sobre Hitler”. Es decir, pensar cuál es la mejor manera de reconstruir Francia luego de la guerra. Una de sus frases más recordadas será: “(…) el efecto moral de un símbolo no se mide por su cantidad”. Metáfora, tal vez, de lo importante que puede ser el compromiso o la ética frente a lo aplastante de la masividad.

Para Ayn Rand (1905-1982), autora de “El manantial” y “La rebelión de Atlas”, los crímenes de Hitler y de Stalin (Rand era rusa y había emigrado a los Estados Unidos) “obedecían a la misma lógica, que no era sino la de un violento avasallamiento por parte del Estado sobre cada individuo en nombre de un colectivo idealizado. Llamar a ese colectivo la clase, el pueblo, la nación o la raza solo a primera vista establecía una diferencia. Porque los impulsos, los métodos y, sobre todo y finalmente, el consiguiente desprecio de los seres humanos abocaban al totalitarismo”. Así, Rand llega a la conclusión de que la guerra que se disputaba en Europa era “una guerra de ideas” y por eso creía que se podía ganar esa batalla desde la palabra.

Ayn Rand

Por su parte, Hannah Arendt (1906-1975) había perdido su hogar en Europa, así, su “intimidad cotidiana”. Vivía en Nueva York y estaba decidida a redefinir su situación como inmigrante: “Nosotros, los refugiados”, escribe sobre sí misma y sobre los suyos, presa de esa nueva identidad que quizás le resulta incómoda, extraña, impensada. Y continúa: “(…) Perdimos nuestra ocupación, y con ella, la certeza de ser útiles en este mundo. Perdimos nuestra lengua, y con ella, la naturalidad de nuestras reacciones, la sencillez de los gestos y la expresión natural de los sentimientos. (…) Si nos salvan, nos sentimos humillados y si recibimos ayuda nos sentimos degradados. Luchamos como locos por una existencia privada con un destino individual”. Más adelante escribirá “Los orígenes del totalitarismo”, “Eichmann en Jerusalén” y “La condición humana”. Como pensadora crítica, encontrará su lugar en el mundo para, desde allí, teorizar sobre la pérdida de la libertad y esbozar sus intrincadas razones. 

Hannah Arendt

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“El fuego de la libertad. El refugio de la filosofía en tiempos sombríos 1933-1943. Simone de Beauvoir, Simone Weil, Ayn Rand Y Hannah Arendt” (Taurus).  Wolfram Eilenberger

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