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Hotel Palmera

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Por Mariana Gioiosa

En Buenos Aires, Argentina, puede verse en la Colección AMALITA, Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat, Hotel Palmera, de Matías Duville, una interesante muestra que une al artista con el mítico escritor César Aira quien escribió un cuento especialmente para esta exposición.

Las instalaciones, el libro de autor, el texto de Aira y la música del grupo «Centella Society» de Matías y su hermano Pablo funcionan como «piezas» que  se acoplan, interactúan y se multiplican en la puesta que de muchas maneras también funciona como un todo. “​El mundo cambió y las piezas cambiaron sin cambiar”, dice el artista.

Be Cult entrevista a Matías Duville y reproduce el cuento de César Aira

“Hotel Palmera es una analogía entre el universo y la mente”

Matías Duville

Matías Duville (1974) cuando está en Argentina vive la mayor parte del tiempo en Mar del Plata, una ciudad costera ubicada al sudeste de la provincia de Buenos Aires, donde practica diariamente surf. Sin dudas el misterio y profundidad del mar dejaron huella en su cuerpo de obra. También sus trabajos están marcados por geografías que recorrió o imaginó. Cada nuevo proyecto intenta situarse en un lugar diferente y más profundo.

A fines del 2020 inauguró Hotel Palmera en la “Colección Amalita” en Buenos Aires, la primera que dedica este museo argentino a un artista de generación intermedia. Una exposición que surge como resultado del diálogo entre el curador ​Gabriel Pérez Barreiro, la curadora adjunta Lara Marmor y Matías Duville. Fue una propuesta que les llevó muchos meses de trabajo y que pretende dar cuenta de su lenguaje.

La tensión entre opuestos, la mutación y el tiempo son los temas que más le apasionan al artista y se encuentran presentes a lo largo del recorrido. También  la relación del espacio con las instalaciones y de los elementos que la componen entre sí: “El diseño de la exposición está relacionado a las obras y ninguna pieza está desligada de otra.”

Hotel Palmera es ante todo “una analogía entre el universo y la mente”. Durante el recorrido el artista le propone al espectador animarse a pasar los límites de lo que ya conoce: “Casi como si fuera un buceador bajar hasta las aguas más profundas o convertirse en un aviador que se eleva lo más alto que puede”.

Su inauguración estaba planificada para abril del 2020, pero la llegada abrupta de la pandemia a Latinoamérica en marzo la postergó y cargó los trabajos de nuevas lecturas: “​El mundo cambió y las piezas cambiaron sin cambiar”, reflexiona Duville.

La muestra comienza con una Instalación ​constituida por enormes pinturas hechas sobre tabla de aglomerado que forman un cubo. El espectador ingresa y se sumerge a esta experiencia: paisajes nocturnos, lugares desérticos o escalofriantes que completó Duville con​ incisiones​ realizadas a martillazos. “Estas huellas penetran en la realidad objetiva (la madera) para atravesar la superficie y entrar en la ficción. Forma y contenido son parte de una relación irreductible” explica el curador Pérez Barreiro.

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Imágenes del Hotel Palmera – Fotografía: Bruno Dubner

A pocos metros se encuentra una deslumbrante instalación con anzuelos de acero galvanizado y kilos de sal. Se trata de ​“Fondo en Cumbre”, un trabajo que representa el diálogo entre el fondo del océano y el fondo de la mente: “Esos anzuelos enormes y muy pesados fueron arrojados al fondo del cerebro con la intención de aterrizar en zonas donde antes no se podía llegar. Decidí usar la sal porque es una reducción del océano pero también funciona como una escena de altura.” La sala tiene una fuerte incidencia de la luz natural que se combina con luz artificial. A medida que cae el sol, cambia el brillo que se produce en el ​cloruro de sodio y el sentido de la obra.

Es la instalación más grande que hizo del artista con esta temática hasta el momento y ​está inspirada en una serie de dibujos del océano en la noche que hizo Duville en el 2012. Uno de estos trabajos fue adquirido por el Museo Tate Modern de Londres.

La tercera instalación que se encuentra en ese nivel consiste en una plataforma roja que funciona como una especie de living y hace guiño con la idea de hotel. Debido a la fuerte vibración del color y  su disposición en la sala parece levitar. Está rodeada de muros realizados con sanguina y sobre ellos dibujos sobre papeles de gran tamaño también hechos con sanguina. Se trata de carreteras voladoras que se funden en el sol, o soles que se derriten en los caminos. Dos elementos más integran esta instalación, se trata de dos pequeñas esculturas, formas amorfas tridimensionales que parecen haber salido de estos dibujos.

Subiendo la escalera, en el primer piso, se encuentra un muro o “Mapa mental” con dibujos con distintas dimensiones, técnicas y materiales que realizó el artista entre 2000 al 2020. “En su conjunto se ve como un tiempo único ​con distintas vibraciones”. Paisajes, acercamientos y otros elementos que tienen “la lógica del viajero”: tratar de abarcar todo el planeta. A esta síntesis llegó con la ayuda de los curadores y dan cuenta del ​virtuosismo técnico. También la vasta imaginación de Duville  “Primero dibujo lo que veo, después lo que imagino y finalmente lo que va más allá de lo que imagino”.

Al lado del muro, se encuentra un video que se produjo especialmente para la exposición. Además hay parlantes en el resto de las salas que permiten que el sonido “bañe todo el espacio: “L​a música funciona como un link entre todas estas piezas, termina de conformar el sistema y le da lógica”.

Duville  además de ser artista visual es músico, comparte la banda Centolla Society con su hermano Pablo. Analiza las semejanzas que encuentra entre ambas expresiones: “A medida que dibujo, siento que voy caminando por cierta geografía, y lo mismo cuando creo o escucho un sonido. Un track relata una zona geográfica”. “Hay sonidos que describen círculos, rectas, otras superficies. En ese sentido también hay una conexión entre la escultura y el sonido”.

Tanto como músico o artista visual el misterio es el motor que impulsa a Duville en sus creaciones. “Ir hacia lo que está más allá pero nunca se alcanza, pero saber que hay algo más allá.”

La muestra está acompañada por un texto de César Aira que compara la experiencia del avión con “Hotel Palmera” y lo relaciona con el tiempo actual.

Matías Duville es uno de los artistas contemporáneos ​más interesantes de la Argentina con reconocimiento en el ámbito internacional. Se caracteriza por la experimentación de soportes y materiales. Trabaja con dibujos, objetos, videos, sonido e instalaciones. Sus obras forman parte de la colección de destacados museos como Museum of Modern Art de Nueva York, Tate Modern de Londres, Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, Museo de Arte Latinoamericano de Los Ángeles, Museo Solomon R. Guggenheim de Nueva York, entre muchos.

http://www.coleccionfortabat.org.ar/reserva-tu-turno.php
Olga Cossettini 141,
Puerto Madero (C1107CCC)
Buenos Aires. Argentina

Una Repentina Sensación de Poesía

Por César Aira

Una repentina sensación de poesía, asociada a la belleza de lo lejano, a la serenidad, a desprenderme de mí: veo pasar un avión en el cielo. Tengo motivos para sorprenderme de lo que siento. Conozco las penosas esperas de los aeropuertos, la vulgaridad sórdida del ambiente, la compañía no deseada, la vigilancia, el encierro promiscuo, las mil incomodidades. Pero eso era cuando viajaba. Hace un año dejé de hacerlo, y al parecer bastó ese breve lapso para que tomara distancia. Y no es que me felicite de estar viendo de tan lejos el avión. Al contrario: algo me transporta a él, se lleva mi alma. Y realmente es de admirar. Calmo, magnífico, inmóvil, no necesita batir las alas como los pájaros, los hace parecer torpes en comparación. Esa quietud en movimiento. No entiendo por qué soy el único en quedarme mirándolo hasta que se esconde detrás de un edificio. Todos a mi alrededor siguen su camino indiferentes, pensando en sus cosas. ¿Cómo puede ser que no aprecien el privilegio de vivir en la era de la civilización en que se pueden ver esos elegantes objetos surcando la altura?

Me pregunto si con otras cosas no pasará la misma transmutación de valores que pasa, o me pasa a mí, con los aviones. Si con el mero recurso a una renuncia y un lapso de tiempo no muy prolongado lo feo puede volverse hermoso, lo aburrido interesante, lo cotidiano maravilloso. A estas preguntas el azar objetivo hizo coincidir las derivas visionarias de Matías Duville y su Hotel Palmera. Justamente, el hotel venía después del avión, casi como una consecuencia necesaria. No tengo nada malo que decir de los hoteles, a los que siempre he entrado como a religión. Y no creo que se llegue a dar nunca la ocasión de ver pasar hoteles entre las nubes. Aun así, es difícil no haber notado que aun en los hoteles más lujosos los cuadros en las paredes son horribles (además de ser posters). Y la música con que se ambientan los espacios comunes es vulgar, la cortesía de los conserjes es plastificada, las mucamas inoportunas, y nos hacen esperar hasta las tres de la tarde para darnos la habitación (cuando llegamos, de otro continente y otro hemisferio, a las ocho de la mañana). Pero eso sucede por dentro, cuando uno va a alojarse y no tiene más remedio que padecer sus instalaciones y personal. El hotel visto por fuera y de lejos es otra cosa, ya no psicológicamente, con las exigencias o impaciencias de un pasajero, sino en su estructura física. Por dentro está todo agujereado de habitaciones, es un panal. Por fuera es un volumen escultórico, un objeto en el espacio. Como en los cuadros de Monzú, el hotel así vuelto un puro exterior no tiene puertas ni ventanas. Autosuficiente y dorado, su imagen planea sobre las ciudades, ajeno a ellas aun siendo la clave que las abre. Una imagen con múltiples caras, que iluminan soles distintos. Lanzado como un dado, es la apuesta que plantean todos los hoteles sobre lo que nos espera en ellos. En su leyenda participan el espía, el fugitivo, el amante, el desconocido que somos. También el soñador, que es autosuficiente por definición, y encuentra en el planeta hotel la razón oculta de sus noches estrelladas.

En estas dos operaciones, la del avión y la del hotel, hay un conjunto de elementos comunes: el viaje, la distancia, el poner la vida en manos ajenas. Desde el día a día cotidiano se los ve a través de la lámina de la huida o la ensoñación. El avión como avión de juguete, el hotel como casita en el árbol. Un mazo de imágenes delgadas entreabierto por el aire, el espacio representado y presente a la vez, una transparencia que vence todos los obstáculos.

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Los espejos enfrentados de la Representación y la Transparencia, en su trabajo incesante producen imágenes como las de Matías Duville, un Tarot que leído correctamente es un manifiesto por el triunfo del Espacio. La traslación veloz del avión y la inmovilidad del hotel conjugadas en un solo lugar, donde se tocan las caras de los espejos. Los dibujos de Matías han venido acumulándose, o plegándose, en mi imaginación, donde parecen haber encontrado un puerto, o una puerta. Un software de níquel en números romanos los transforma en objetos tridimensionales. La ilusión óptica es sólo una de las manifestaciones de la papiroflexia reflexiva. Los objetos, en su declinación por las verticales de la gravedad, no terminan nunca de ocultar su procedencia del papel, materia preciosa que a lo largo de los siglos ha venido llenando las estanterías del gran bazar de las cosas. Hoy el consumo exigente los quiere Objetos de Diseño, pero antes fueron, y seguirán siendo, Objetos de Dibujo.

He notado que no puedo tener un papel en la mano sin plegarlo, distraído por la conversación o el pensamiento. En dos, en cuatro… Quizás estoy sublimando el deseo de plegar la realidad, para producir contactos nuevos y hechos sorprendentes. Todos saben que hay un límite infranqueable en ese juego, pero yo no me acerco siquiera al límite, quizás por miedo de superarlo y que las dimensiones de lo ultraplegado me absorban.

En realidad no habría peligro, porque un doblez más allá de lo posible transformaría en volumen lo que fue superficie, y el volumen se entregaría al dibujo como a su destino natural. Además, la forma más pura del volumen es el aire, que es inofensivo. El espacio está donde no se lo ve. Hay una pasión propia de los grandes dibujantes, que es el amor a lo invisible, a lo invisible que se interpone entre ellos y las formas y las reviste de las propiedades del dibujo. El espacio como volumen crea mundos que nadie ve. Sólo la música los delata, haciendo eco al rebotar en los contornos de las cosas. La evolución de las cosas se manifiesta en la lluvia cósmica de los puntos, atraídos por la Perspectiva, polo magnético de las moléculas gráficas.

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Si Matías huyera, perseguido por encarnizadas fuerzas del orden, no lo encontrarían jamás. Sería el fugitivo perfecto. El ejercicio cotidiano del dibujo le enseñó a crear las famosas líneas de fuga donde los planetas se esconden en sus órbitas y nacen del horizonte los hoteles invisibles a los que la policía nunca llega. Un trayecto hecho de lejanías imaginarias lo pondría fuera del alcance del brazo largo de la ley. Digamos de paso que hay un motivo para que este brazo sea largo: la Ley, moviéndose en la oscuridad del alma humana, debía ir con el brazo extendido hacia adelante para evitar tropiezos con las estalactitas y estalagmitas del Bien y el Mal que pueblan esa tiniebla. Con el paso del tiempo, la constante extensión produjo una mutación evolutiva, y el brazo se alargó, como el de algunos simios.

Volviendo a nuestro fugitivo, después de esta digresión: los recursos puestos en juego para hallarlo se revelarían ineficaces. Los carteles con la palabra Buscado debajo de un torpe identikit envejecerían y se marchitarían, amarillentos y resecos como las hojas de los árboles en otoño, inútiles. Impresos en papel barato, papel de reparticiones públicas, serían presa fácil de las inclemencias del tiempo y el vandalismo de niños y adultos (la tentación de arrancarlos o dibujarles bigotes). Pero aun cuando se hubiera usado papel acid-free o se los hubiera puesto bajo vidrio, no les servirían a los cazadores de recompensas o delatores por vocación. La relación del dibujo con lo dibujado no es de reconocimiento sino de encuentro casual, en el que el lugar está ahí sólo para servir al momento. (Si esos papeles tuvieran marca de agua sería una palabra que vista de un lado al trasluz significaría una cosa, del otro lado otra.)

Claro que habría que saber por qué un artista consumado podría querer asumir, siquiera en el teatro de los posibles, el papel del fugitivo. Desde que dejé de viajar y veo pasar los aviones por el cielo, empecé a desovillar la teoría 24 del fugitivo como el hombre de la libertad. El ciudadano corriente que se cree libre, al que nadie persigue ni amenaza, no tiene verdaderos motivos para ir a ningún lado, y si va lo hace por las razones equivocadas. Al fugitivo en cambio el mundo le abre sus mejores caminos. La suya no es la libertad pasiva de dejarse moldear por los hechos, sino una libertad creativa, ya que debe identificar y transitar los delgados pasajes sinuosos de la realidad donde no haya cámaras ni curiosos que puedan reconocerlo. Va creando a su paso un espacio propio, volviéndose lugar él mismo, un lugar valioso a juzgar por el empeño con que lo buscan. El Espacio triunfa, como en los paisajes dibujados en el reverso de los carteles con su identikit.

Claro que habría que saber por qué un artista consumado podría querer asumir, siquiera en el teatro de los posibles, el papel del fugitivo. Desde que dejé de viajar y veo pasar los aviones por el cielo, empecé a desovillar la teoría 24 MATÍAS DUVILLE W W W . B A R R O . C C del fugitivo como el hombre de la libertad. El ciudadano corriente que se cree libre, al que nadie persigue ni amenaza, no tiene verdaderos motivos para ir a ningún lado, y si va lo hace por las razones equivocadas. Al fugitivo en cambio el mundo le abre sus mejores caminos. La suya no es la libertad pasiva de dejarse moldear por los hechos, sino una libertad creativa, ya que debe identificar y transitar los delgados pasajes sinuosos de la realidad donde no haya cámaras ni curiosos que puedan reconocerlo. Va creando a su paso un espacio propio, volviéndose lugar él mismo, un lugar valioso a juzgar por el empeño con que lo buscan. El Espacio triunfa, como en los paisajes dibujados en el reverso de los carteles con su identikit.

Es cierto que podrían haber usado una foto. Pero evidentemente sabían lo que hacían. El identikit o retrato hablado se confecciona rasgo por rasgo, la nariz, la boca, las orejas, las cejas, el dibujante va traduciendo en líneas, puntos, sombras, lo que le dice el testigo. El resultado puede ser algo que se parezca a una cafetera o un rosal, no importa, lo que importa es que todos los signos están ahí, a disposición de que pueda barajarlos y aplicarlos a un desconocido particular y único. En la fotografía en cambio se trata de un solo signo, un macrosigno que abarca al conjunto, y como tal podría aplicarse a todos los desconocidos. El artista hace con el mundo lo que el artista policial hizo con un rostro, con la diferencia de que él es a la vez el testigo y el fugitivo: hace el dibujo rasgo por rasgo, lo impregna de su estilo particular y único, y se queda a vivir en el hotel en movimiento.