Los imaginarios hegemónicos se llenaron de separaciones artificiales, separando el sexo de la creatividad, la alimentación del cuidado, la comida de la emoción y la amistad del éxito. Como si no fueran categorías íntimamente conectadas. Como si pudieramos prescindir de los mecanismos que usamos para darle sentido a la realidad, nuestras culturas, de los mecanismos que usamos para sobrevivir en el mundo, la técnica. Como si los rituales de caza alguna vez hubieran estado disociados de rituales simbólicos. Como si respirar no tuviera que ver con cuidar, con cuidarse. Como si la salud solo fuera una cuestión física y no mental. Por eso en un momento de crisis sanitaria, económica y de sentido como el que estamos viviendo, no deberíamos dejar pasar la ocasión de terminar para siempre con estas jerarquías absurdas que rezuman moralismo y utilitarismo a doquier. Porque acceder a las artes es una forma de cuidarnos, la amistad es la mayor fuente de seguridad que podemos tener, la creatividad y la salud necesitan ir de la mano y las ciencias necesitan de la poética para ayudarnos a crear sentidos y entender qué nos está pasando como especie. Sin afectos no hay descanso. Sin comunidad no hay éxito. Sin exuberancia, no hay artes. O como decía Octavi Comeron, sin belleza no hay placer.