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Infiernos

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Por Jaron Rowan

 Obra de Josep Tornero (Familia Nuclear)

Sabemos que en cuanto asolan crisis y las economías empiezan a temblar, las artes rápidamente se ven obligadas a justificar su existencia.

En sus ‘Proverbios del Infierno’, el poeta, místico y artista británico William Blake nos recordaba que “la exuberancia es belleza”. En los excesos y lejos de los confines del utilitarismo surgen formas raras y creativas de darle sentido a la realidad. Formas valiosas puesto que son capaces de trascender lo necesario. Expresiones de ideas que adoptan la forma de poemas, libros, cuadros, coreografías o canciones. Aun así sabemos que en cuanto asolan crisis y las economías empiezan a temblar, las artes rápidamente se ven obligadas a justificar su existencia. Los recortes presupuestarios, los despidos y las amenazas de cierre no tardan en llegar a las instituciones culturales. La exuberancia se pone al servicio de la utilidad, y las artes y el mundo de la cultura, se ven obligadas a explicarle al mundo por qué y para qué son necesarias. Lo hemos visto en el pasado, y lo estamos volviendo a ver en tiempos de COVID.

Con la crisis del petróleo que sacudió al mundo en la década de los setenta, las prácticas culturales tuvieron que hacerse pasar por industrias culturales, las artes ya no tan solo servían para ayudarnos a dar sentido a la realidad, sino que tenían que justificar su existencia utilizando parámetros económicos. Con la crisis financiera global de 2008, las prácticas culturales debían de justificar no tan solo su viabilidad económica sino su sentido social. Arte socialmente implicado, el diseño para la transformación social, las prácticas creativas al servicio de la innovación social, engendros de una crisis cuyos coletazos seguimos viviendo. Crisis que se encadena con los efectos de una pandemia que nos asola, cuyas consecuencias resultan prácticamente imposibles de predecir. La exuberancia se ve amenazada y, por ende, la belleza también.

Ya sabemos que pensar el valor social de las artes y la cultura desde una perspectiva utilitarista ha generado monstruos que pueblan los imaginarios sociales. Monstruos de los que es difícil desprenderse. Abraham Maslow, sin proponerselo, nos dejó un diagrama que se ha incrustado en nuestros subconscientes a fuego y sigue sirviendo para justificar relegar las artes y la cultura a un rincón de la utilidad. En su intento de jerarquizar las necesidades humanas, estableció una pirámide que definía que nuestras necesidades básicas consistían en respirar, alimentarnos, descansar y tener sexo. Una vez saciadas, los humanos nos dedicamos a garantizar nuestra seguridad física, el trabajo remunerado, a cuidar de la familia y a proteger la propiedad privada. Eso nos da pie a desarrollar amistades y afectos. Una vez asentadas estas bases nos podíamos dedicar a buscar el reconocimiento, respeto y el éxito. Cuando todo esto estaba garantizado, y con el tiempo libre que nos queda tras tanta actividad, según Maslow nos dedicamos a la autorealización, explorando la creatividad y dedicando tiempo en nuestras vidas a las artes.

Los imaginarios hegemónicos se llenaron de separaciones artificiales, separando el sexo de la creatividad, la alimentación del cuidado, la comida de la emoción y la amistad del éxito. Como si no fueran categorías íntimamente conectadas. Como si pudieramos prescindir de los mecanismos que usamos para darle sentido a la realidad, nuestras culturas, de los mecanismos que usamos para sobrevivir en el mundo, la técnica. Como si los rituales de caza alguna vez hubieran estado disociados de rituales simbólicos. Como si respirar no tuviera que ver con cuidar, con cuidarse. Como si la salud solo fuera una cuestión física y no mental. Por eso en un momento de crisis sanitaria, económica y de sentido como el que estamos viviendo, no deberíamos dejar pasar la ocasión de terminar para siempre con estas jerarquías absurdas que rezuman moralismo y utilitarismo a doquier. Porque acceder a las artes es una forma de cuidarnos, la amistad es la mayor fuente de seguridad que podemos tener, la creatividad y la salud necesitan ir de la mano y las ciencias necesitan de la poética para ayudarnos a crear sentidos y entender qué nos está pasando como especie. Sin afectos no hay descanso. Sin comunidad no hay éxito. Sin exuberancia, no hay artes. O como decía Octavi Comeron, sin belleza no hay placer.